El director general de Informática y Transformación Digital, Javier Martínez Gilabert se ha referido, en la presentación de la Jornada DíaTIC23, a “la Inteligencia Artificial (IA) como exponente, en la actualidad, de generación de empleo, riqueza y bienestar.” Merece la pena pararse a pensar en lo que supone este nuevo fenómeno.
El hombre ha construido ordenadores capaces de “aprender con la experiencia”, de modificar su programación inicial y desarrollar nuevas estrategias de procesamiento de información, de toma de decisiones… y de ejecución de acciones. Aunque esto no significa que la inteligencia artificial sea libre en el sentido en el que entendemos que el hombre puede llegar a serlo, sí que implica que puede resultar impredecible.
La ciencia ficción ha explorado, con distintos escenarios distópicos, algunos de los problemas que pueden surgir de esto. La rebelión de las máquinas contra los humanos, presentada en obras como 'Terminator', ha capturado nuestra imaginación y despertado unos miedos que pueden ser exagerados, o que tal vez debieran ser mayores.
Me parece preocupante que unas máquinas, no rebeladas contra el hombre sino dirigidas por unos hombres contra otros, decidan autónomamente cuándo y a quién matar. Creo que atenta contra la dignidad (no hablo ya de la seguridad) del hombre.
En el modelo de combate romantizado que describía Homero, o en los duelos que se han practicado mucho más recientemente, podemos apreciar cierto heroísmo y admirar el valor y la habilidad del guerrero, aunque conduzcan a su destrucción. Sin embargo, a lo largo de la historia ha habido 'avances' tecnológicos que han rebajado el valor de la vida humana, reducida a carne de cañón que puede saltar por los aires, en pedazos, sin haber siquiera visto la amenaza a la que se enfrentaba.
La ballesta es un arma que resulta tan devastadora que se llegó a considerar que destruiría la guerra misma. Cuando se vio que no ocurría así, la iglesia la prohibió en las guerras entre cristianos. Al final, este arma ha segado la vida de incontables personas, sin distinguir entre cristianos e 'infieles', fuertes y débiles, valientes y cobardes. La ametralladora empeoró aún más la situación. Inicialmente se consideró que sólo debía ser usada en las guerras coloniales contra 'salvajes', dado que los europeos no merecían sucumbir masivamente en la anomia. Ya sabemos lo que ocurrió. El extremo de esta escalada destructiva y 'desdignificadora' lo podemos ver en las armas nucleares, cuya amenaza de aniquilación no ha sido materializada después de la II Guerra Mundial, pero que continúa pendiendo sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles. La inteligencia artificial ha venido a sumarse a la lista de inventos que no sólo pueden destruirnos, sino que nos convierten en objetos fungibles, incapaces de enfrentarnos como sujetos a la amenaza.
Isaac Asimov planteó la posibilidad de establecer unas reglas, las llamadas 'leyes de la robótica' para proteger a los humanos de las amenazas de la inteligencia artificial. A lo largo de sus obras exploró los problemas y las limitaciones que entrañaban estas leyes. Su intento de abordar el problema antes de que explotase, en vez de hacerlo a posteriori es muy de agradecer.
Las capacidades de la inteligencia artificial van a hacer redundantes a muchos trabajadores que serán sustituidos por máquinas. Al margen de que esta dinámica desatiende la necesidad de las personas de encontrarse con un interlocutor humano, profundiza el problema de la maquinización y la exclusión de los trabajadores. Los luditas ya fracasaron en sus intentos por revertir este proceso. Una vez el genio ha salido de la botella no se puede volver a meterlo en ella.
No veo mal que se intente mejorar la eficiencia de las actividades con las herramientas disponibles para ello, aunque insisto en el problema de la deshumanización. Sí que veo problemático que la plusvalía de estos progresos sea acumulada por unos pocos propietarios mientras se generaliza la exclusión de las masas. Los modelos de propiedad y de distribución de la riqueza necesitan ser revisados.
Otro problema que plantea la inteligencia artificial es su capacidad de reemplazar a la natural en tareas que conducen al desarrollo de la persona. Ya es posible delegar la realización de trabajos académicos a aplicaciones informáticas que parecen hacer redundante algunos aspectos del aprendizaje humano. Esta situación tampoco es nueva.
La invención de la escritura ha hecho innecesario desarrollar la memoria para recordar algo que se puede dejar apuntado. Los miembros de culturas preliterarias tienen una memoria muchísimo mayor que los que escribimos. Nosotros hemos prescindido en gran medida de la memorización en la escuela y se supone que a cambio trabajamos otras facultades. Siendo optimistas, la externalización de facultades mentales a la que nos invita la inteligencia artificial nos puede permitir desarrollar otras capacidades más elevadas, de tipo espiritual, moral o poético. Yo soy más pesimista y temo que nos hagamos inútiles y dependientes de las máquinas, similares a los eloi de 'La Máquina del Tiempo'.
Nuestra seguridad, dignidad, configuración socioeconómica y hasta nuestras mentes están en juego con la irrupción de la inteligencia artificial. ¿Trataremos de anticipar la jugada siguiendo el ejemplo de Asimov o esperaremos a que la realidad nos pase por encima? A lo mejor pienso un rato en ello cuando me termine el videojuego con el que estoy.
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