Mientras algunos se esfuerzan en sentar las bases de una práctica clínica centrada en el paciente, en todos los pacientes, y nos hablan como Francesc Borrell de explorar a fondo su malestar y de conocer sus emociones, valores y expectativas. Otros, asumiendo modelos cada vez más gerenciales frenan en seco esas expectativas. La crisis no ha ayudado precisamente para preservar las buenas intenciones de los clínicos.
Mientras el modelo gerencial impone la realidad de los ajustes y la necesidad, ahora desgraciadamente también constitucional, de eliminar el déficit, las expectativas de los clínicos se desvanecen y la clínica agoniza cada vez que las limitaciones impuestas de tiempo y recursos impiden que un médico se interese de veras por su paciente.
Además, la crisis aún no ha terminado. Las causas que en definitiva la precipitaron siguen operativas. La transferencia de riesgo y carga de trabajo a los de siempre, aunque socave las bases mismas del trabajo no ha cesado y el abandono de empleados subempleados y desempleados de futuro incierto sigue su curso. Esa minoría egoísta, esa élite que no nos merecemos, que ha dirigido, dirige y está dispuesta a seguir dirigiendo la nación al precio que sea, y esa mayoría social y política que aún mira hacia otro lado permiten que efectivamente todo siga su curso.
Yo, he de confesaros, he sido muy presuntuoso y he creído que podría librarme hábilmente del desmoronamiento de la clínica en los hospitales. Las cargas de trabajo, una vez que se han abandonado enfoques más racionales, más integrales, como fortalecer en serio la Primaria ó poner a funcionar a pleno rendimiento los hospitales durante todo el horario con más personal, esas cargas de trabajo, terminan por impedir un trabajo mínimamente consecuente, impiden un seguimiento decente de los pacientes y solo dan satisfacción a los que se fascinan con la magia de los números y tienen como objetivo esencial presentar una foto final “very happy” pero lejana quizás de las necesidades reales de los pacientes y de la Medicina.
Vimos con alegría nacer la Atención Primaria. Pero ya hace años que observamos su declive y una masificación de múltiples causas que la ahoga y atrapa a muchos de los mejores de los nuestros. Hemos visto como una Enfermería lúcida y trabajadora es ninguneada y sometida en nuestros hospitales a cargas de trabajo cada vez más insostenibles y no dijimos nada. Y qué decir de las Urgencias, con las presiones y los desbordamientos propios de la gran válvula asistencial en la que la han convertido.
Muchos de los mejores habían labrado su éxito en una vida sencilla. Preguntar a los pacientes mucho por sus quejas y poco sobre de dónde vienen, escuchar atentamente, tomarse el tiempo necesario, hablar amablemente, explorar físicamente, pedir pocas pero aclaratorias pruebas, examinar todos los datos, consultar con otros cuando es preciso, tener intención de curar, elaborar un plan de tratamiento individual y ver la evolución. Eso se acabó, se ha decidido en otros ámbitos que eso se acabó. Hay que ver a muchos pacientes, en el menor tiempo posible, seguir a muy pocos y llevar la eficiencia a límites ultraterrenales. El plan liberal no tiene fondos para más.
Solo los que han desertado se encuentran a salvo, liberados de angustias existenciales y trabajos terrenales. Mientras tanto, estas medidas de eficiencia sin alma van socavando las bases de la Medicina Clínica, agotando a los clínicos y en muchos casos perjudicando a pacientes individuales.
Como indicó JP Kassirer, el mítico editor del New England Journal of Medicine. “Si capitulamos a una ética de grupo abandonando una ética individual, y si permitimos a las fuerzas del mercado distorsionar nuestros estándares éticos, corremos el riesgo de convertirnos en agentes económicos en vez de profesionales de la salud. Inevitablemente los pacientes sufrirán, como lo hará esta noble profesión”.
Desgraciadamente, siento que mis palabras van a tener escaso eco y que probablemente la limitación de recursos que tanto daño está haciendo a la medicina pública seguirá su curso, se transferirán más riesgos, se generarán más tensiones, se incrementará aún más el tiempo administrativo, se endurecerán las condiciones del trabajo diario…
Solo espero que una joven estudiante de 15 años, que sueñe con cuidar y curar, estudie con todas sus ganas y con todo el brillo de su mirada y la sonrisa como única arma se lance como otros lo hicieron de nuevo a la batalla.
Mientras algunos se esfuerzan en sentar las bases de una práctica clínica centrada en el paciente, en todos los pacientes, y nos hablan como Francesc Borrell de explorar a fondo su malestar y de conocer sus emociones, valores y expectativas. Otros, asumiendo modelos cada vez más gerenciales frenan en seco esas expectativas. La crisis no ha ayudado precisamente para preservar las buenas intenciones de los clínicos.
Mientras el modelo gerencial impone la realidad de los ajustes y la necesidad, ahora desgraciadamente también constitucional, de eliminar el déficit, las expectativas de los clínicos se desvanecen y la clínica agoniza cada vez que las limitaciones impuestas de tiempo y recursos impiden que un médico se interese de veras por su paciente.