Maternar es sortear la contradicción constante, revalorizar los tiempos, ahora siempre escasos, llenarte de miedos. En mi caso, hablo desde una maternidad profundamente deseada, compartida con una pareja implicada y que goza de los medios para paternar activamente a nuestro Esteban durante estos primeros meses tan cuesta arriba (benditos permisos de nacimiento).
Y aun así me quejo, por supuesto que me quejo porque no es suficiente. Las mujeres millennials fuimos educadas (mayoritariamente) bajo la premisa de que, con esfuerzo, todo lo podríamos, el discurso de la igualdad y la (tóxica) idea de la 'super woman' que se nos desmorona al chocar con la estadística: 33% de caída de ingresos a los diez años de ser madres, 11,4% solo durante el primer año, en comparación con una caída del 5% de los hombres tras una década de ser padres (Informe The Child Penalty in Spain, Banco de España, 2020). Es decir, hablamos de una brecha de maternidad del 28%. El fondo de estos datos son de sobra conocidos: los tiempos de cuidado, que por roles de género tan arraigados son asumidos desproporcionadamente por las mujeres: “es lo que toca”, “elegiste ser madre”.
Y es que, el hecho de que la maternidad deje de estar penalizada no pasa solo por “la suerte” de padres corresponsables que demanden y busquen ejercer su derecho al cuidado, sino que se requieren leyes y políticas públicas que aceleren transformación hacia modelos donde el sujeto de la conciliación sea neutro. En otras palabras: para nosotras no debería seguir siendo diferente que para ellos, que elegir ser madres no sea sinónimo de elegir precariedad o dependencia económica, razón que, a su vez, explica en gran parte las maternidades tardías o, más triste aun, la renuncia a serlo porque para muchas sería 'lanzarse a la piscina' sabiendo que estará vacía.
Por ejemplo, una de las políticas clave para esto es la universalización de la educación de 0 a 3 años de calidad que, además de estar probado que beneficia al desarrollo de la infancia, impacta directamente en la reinserción de las mujeres al trabajo remunerado.
En mayo de 2023, ¿cómo vamos? Si se reside en el municipio de Murcia y se pretende aspirar a una plaza pública en una de las siete Estancias Infantiles gestionadas por el Ayuntamiento, nos encontramos con que en cada una hay solo 6 para las Aulas Nido (0 a 1 año) —42 en total que se podrían llenar fácilmente solo con los bebés que estaban en el hospital de La Arrixaca los cuatro días que estuve internada tras mi parto—. Por su parte, las respuestas del Gobierno regional a esta necesidad concreta son: becas para cubrir una parte de los gastos de escolarización en centros privados o municipales no gratuitos con un tope de 1.200 euros (con la lógica de 'paga primero y te reembolsamos después' y el sesgo de clase que ello implica), y el anuncio de 2.200 plazas gratuitas en colegios públicos y concertados para niños y niñas de 2 años para el próximo curso 2023-2024. Cifra que, si ponemos en relación con los 13.433 nacimientos registrados en la Región de Murcia en 2022, subraya la necesidad de acelerar aun más los motores, a la par de que a su vez se impulse la transformación de los mercados laborales para que las personas trabajadoras gocen, sin distinción de sexo, de tiempo para cuidar sin renunciar a sus ingresos.
Politizamos lo personal porque el feminismo nos enseñó que mucho de lo que nos pasa no es normal, no es justo y se debe cambiar. Y por ello, en mi primer año con mi nueva identidad de madre integrada, reivindico para todas nosotras maternidades libres y gozosas, en equilibrio y sin culpas, lejos de la mística patriarcal en la que maternar implica renunciar a nuestra autonomía económica o a dejar de ser seres para nosotras mismas con legítimas ambiciones, al tiempo de que este domingo celebraré muy feliz con tacos y mariachis que, a pesar de todo, lo logré: Esteban está aquí, entre mis brazos y los de su padre.
Maternar es sortear la contradicción constante, revalorizar los tiempos, ahora siempre escasos, llenarte de miedos. En mi caso, hablo desde una maternidad profundamente deseada, compartida con una pareja implicada y que goza de los medios para paternar activamente a nuestro Esteban durante estos primeros meses tan cuesta arriba (benditos permisos de nacimiento).
Y aun así me quejo, por supuesto que me quejo porque no es suficiente. Las mujeres millennials fuimos educadas (mayoritariamente) bajo la premisa de que, con esfuerzo, todo lo podríamos, el discurso de la igualdad y la (tóxica) idea de la 'super woman' que se nos desmorona al chocar con la estadística: 33% de caída de ingresos a los diez años de ser madres, 11,4% solo durante el primer año, en comparación con una caída del 5% de los hombres tras una década de ser padres (Informe The Child Penalty in Spain, Banco de España, 2020). Es decir, hablamos de una brecha de maternidad del 28%. El fondo de estos datos son de sobra conocidos: los tiempos de cuidado, que por roles de género tan arraigados son asumidos desproporcionadamente por las mujeres: “es lo que toca”, “elegiste ser madre”.