Dicen que, si una mujer recordase el dolor que se siente al dar a luz, no volvería a tener mas hijos nunca en su vida, sin embargo, el ver por primera vez a su bebé y abrazarlo, se le olvide todo ese dolor de forma inexplicable. Viva imagen de que los caminos más difíciles llevan a los lugares más hermosos…
Lo que se expone en el párrafo anterior, quizás, es la mejor introducción al tema que voy a tratar en este artículo:
Vengo a hablar de “l-ghurba”, ese término árabe, difícil de traducir a otras lenguas, pero que los árabes usamos, con bastante asiduidad, para referirnos al “proceso de vivir en otro lugar”, pero con una connotación un poco más negativa o, al menos, más triste y nostálgica. Quizás por lo difícil que supone vivir en el extranjero, pues “l-ghurba” es, de alguna manera, lo nocivo del proceso migratorio: la soledad, los puestos precarios, el estrés, la morriña, etc. Pero, a pesar de todo ello, la gente no para de migrar, de salir una y otra vez de su lugar.
L-ghurba tiene lugar cuando migramos, y cambiamos el sitio donde caminamos por todos los rincones sin perdernos, donde sabemos cómo estacionar sin morir en el intento, y conocemos el lugar dónde comprar el mejor pan caliente de la ciudad. También sabemos cual es el mejor peluquero, el más limpio, aquel que conoce nuestro cabello y hace todo mas fácil.
Sucede cuando nos mudamos a otro lugar, y nos vamos de la ciudad donde hemos vivido tantos recuerdos y momentos, donde sabemos que la mayoría de los días son soleados, y sabemos, asimismo, en qué momento ponernos una camiseta o abrigo.
O cuando cambiamos nuestra zona de confort, donde teníamos un coche que nos llevaba a nuestros destinos. Ahora hay que coger el transporte público, y, a veces, nos pasa que olvidamos las monedas para el autobús, porque el conductor no acepta billetes, y es una información que no teníamos. Es justo lo que me sucedió hace pocos meses cuando fui a coger el autobús en una ciudad nueva, y me di cuenta de que no tenía monedas. Me quedé en la parada a esperar al siguiente, con unos minutos de tiempo libre que me permitieron reflexionar y, como consecuencia, decidir escribir este artículo.
Cuando partimos de nuestro lugar, dejamos atrás una parte de nosotros, un trozo de lo que somos. Ese trozo que no volverá nunca, porque sabremos cosas que nunca supimos. Quizás no nos demos cuenta, pero nuestra personalidad cambiará para siempre. Nuestros gustos quizás también, la música, las aficiones, ahora nos gustan cosas que nunca nos han gustado, y ya dejaron de gustarnos otras.
Pero, a pesar de todo, la gente no para de moverse, de irse a otros lugares a vivir ese proceso, que puede ser, y es, doloroso. Sin embargo, e igual que empecé este artículo, con la idea de la mujer que olvidaba todo el dolor del parto una vez ve la cara de su bebé, en este caso, aunque el proceso sea difícil, el resultado es hermoso, las vivencias y memorias que tendrá una persona que ha salido varias veces de su ciudad son infinitamente mas numerosas, si los comparamos con los de alguien que ha vivido en su rutina local toda la vida: adquieres aprendizajes, sufrimos una transformación en todos los sentidos, el contacto con personas de diferente background es increíblemente enriquecedor, el aprendizaje de una lengua nueva puede cambiar, y cambia, nuestra personalidad. Nuestra visión del mundo se hace cada vez más amplia, y ya no prejuzgamos, solo observamos e intentamos entender lo bonito que es este mundo diverso.
L-ghurba es, como dirían muchas canciones de música popular del Magreb, sufrimiento, pero como he expuesto hasta ahora, es un proceso agridulce. Que sea más dulce que amargo dependerá, en gran medida, de nosotros. Porque a veces, siempre hay alguna maravillosa persona, de esas que nos hacen tener fe en el mundo, y que, cuando se nos olvidan, nos presta esas monedas que nos faltan para el autobús.