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El mundo de ayer

Estoy leyendo El Mundo de Ayer de Stefan Zweig y compruebo con qué emoción el autor da cuenta de una Europa hermosa, humanizada gracias a la cultura y al arte y cómo sobre todo el relato, ya desde el título, sobrevuela la amenaza de lo que luego se cerniría sobre ese mundo bellísimo, floreciente, culto, diverso, humano en fin, en la conmovedora forma en que la civilización a veces nos humaniza, tanto como otras veces llega a deshumanizarnos. Imposible no pensar, imposible no establecer el paralelismo entre aquel fascismo imparable de entreguerras y el fascismo que hoy nos amenaza: en los dos mayores países del continente americano, EEUU y Brasil, respectivamente Trump y Bolsonaro. En Europa, Salvini, Le Pen, Orban, Abascal. En Turquía, Erdogan.

Cuesta creerlo, pero ¿es posible que sea verdad que el ser humano no ha aprendido nada en absoluto de su historia y que ante una crisis se lance sin dudar un segundo en pos del fascismo más destructivo?

No consigo reponerme a la inquietud que me produce la constatación de que, en nuestra sociedad híper comunicada, saturada de información, repitamos sin descanso, una y otra vez, los mismos errores, acudamos en masa a poner nuestro mundo, el mundo de hoy, el mundo de mañana, en las manos de dictadores enloquecidos.

Me pregunto cuál es el motivo que lleva a cuarenta y nueve millones de brasileños a votar por un militar para quien la tortura es tan cotidiana que le parece poca cosa, para quien la violación es lo mínimo que merece una mujer desafiante; que cree que la solución del país pasa por matar a treinta mil personas; alguien que propugna un blanqueamiento de la raza porque los negros no valen ni para procrear; un militar que dice que la policía debería matar más, que siente veneración por dictadores como Pinochet, que aboga por la libre tenencia de armas y para quien la democracia no merece más que un tiro en la nuca. Qué furia, qué rabia, qué ignorancia supina hace que se vote en masa por un individuo que avergüenza al género humano. Qué culpa, qué complejo, qué vergüenza quiere expiar un pueblo que parece estar pidiendo un castigo ejemplar cuando elige a un dirigente así.

Este sujeto lamentable que es Jair Bolsonaro no parece preocupar a las élites económicas para las que el fascismo no es obstáculo, más bien al contrario, suele ser un buen compañero de viaje del poder económico hasta que, como sucedió con Hitler, se sale de madre y se hipertrofia como un cáncer con metástasis.

Como contrapunto, para Stefan Zweig, un cosmopolita que viajó desde joven por todo el mundo, el amor por la cultura y la compasión por el ser humano caminan juntos y son casi una misma cosa. Judío por educación, no por convicción, reacio a todo nacionalismo y antibelicista convencido, estuvo en el punto de mira del Tercer Reich. Dejo escrito: “París, Inglaterra, Italia, España, Bélgica, Holanda: esa vida errante de gitano y presidida por la curiosidad había sido agradable de por sí y, en muchos aspectos, provechosa. Pero, a la postre uno necesita un punto estable de donde partir y a donde volver; nunca lo he sabido tan bien como hoy, cuando ya no deambulo por el mundo por propia voluntad sino porque me persiguen”.

Cómo no recordar que Stefan Zweig puso fin a su vida, junto con su esposa, a la edad de sesenta y un años, poco antes del final de la II Guerra Mundial, convencido ya definitivamente de la falta de esperanza en un mundo futuro, convencido de que la única certeza en su vida era el mundo de ayer, aniquilado por el nazismo. Imposible no recordar hoy que Stefan Zweig se suicidó en Brasil.

Estoy leyendo El Mundo de Ayer de Stefan Zweig y compruebo con qué emoción el autor da cuenta de una Europa hermosa, humanizada gracias a la cultura y al arte y cómo sobre todo el relato, ya desde el título, sobrevuela la amenaza de lo que luego se cerniría sobre ese mundo bellísimo, floreciente, culto, diverso, humano en fin, en la conmovedora forma en que la civilización a veces nos humaniza, tanto como otras veces llega a deshumanizarnos. Imposible no pensar, imposible no establecer el paralelismo entre aquel fascismo imparable de entreguerras y el fascismo que hoy nos amenaza: en los dos mayores países del continente americano, EEUU y Brasil, respectivamente Trump y Bolsonaro. En Europa, Salvini, Le Pen, Orban, Abascal. En Turquía, Erdogan.

Cuesta creerlo, pero ¿es posible que sea verdad que el ser humano no ha aprendido nada en absoluto de su historia y que ante una crisis se lance sin dudar un segundo en pos del fascismo más destructivo?