Suele ser habitual definir lo murciano en forma de descarte, es decir, en negativo –la famosa máxima de que no somos ni castellano manchegos, ni valencianos ni andaluces aunque tengamos algo de todos ellos-. Pero no nos creamos exclusivos por esa realidad “mestiza”, ya que eso no explicaría la ausencia de una definición en positivo –somos-.
¿Qué son los valencianos sino una mezcla de catalanes del sur en el litoral y de aragoneses en las comarcas del interior? ¿Cuál es la realidad “riojana” aparte de ser un trozo de Castilla en tierras del Ebro influidas por Aragón? ¿Hasta qué punto se diferencia un extremeño de Badajoz de un andaluz occidental en su común carácter meridional?
La que marca la diferencia en algunos de esos casos, más allá de las conexiones ibéricas que nos hacen a todos similares en la diversidad, es que se atrevieron a pasar de la definición negativa a la positiva a pesar de la ausencia de matices que toda definición positiva suele traer consigo.
Lo curioso del asunto es que, tras 33 años de autonomía regional –que es lo que conmemoramos el 9 de junio-, los murcianos todavía venimos cada año (como el turrón) a hacernos la misma pregunta: ¿Quiénes somos? Cuestión un tanto cansina si nunca nos atrevemos a darle respuesta en positivo y que nos muestra una evidente dejación de funciones de las instituciones –académicas o políticas-.
No nos llevemos a engaño, toda identidad colectiva, sea regional o nacional, es un producto, una construcción intelectual. De ahí que sea perfectamente posible que los murcianos de hace siglos tuvieran más claro “quienes fueron” que en el momento presente, ya que esas construcciones se pueden crear para posteriormente ser olvidadas.
De hecho, ahora que se cumplen 100 años de la inauguración de la Universidad de Murcia, podríamos revisar las palabras del que fue su primer Comisario Regio, don Andrés Baquero Almansa. El mismo día de su apertura, Don Andrés dijo lo siguiente de una de las conquistas más anheladas por la sociedad murciana como fue contar con una institución superior de enseñanza:
“Surgió la aspiración de la Universidad de Murcia por un movimiento espontáneo, que respondía, sin duda, a un resurgir casi instintivo de nuestra personalidad regional. De ahí que, lanzada la idea, luego se convirtió en opinión arrolladora. En las reuniones del Ayuntamiento, en la prensa, en las asambleas convocadas de las principales poblaciones de Murcia y Albacete, en las nutridas comisiones que a Madrid fueron a gestionar del Gobierno la concesión, presidida por nuestra representación parlamentaria, sin distinción de colores ni de partidos, lo que palpitaba era eso, la conciencia de la personalidad del antiguo Reino Murciano, con su mancomunidad de intereses morales y materiales, históricos, políticos, artístico-literarios, económicos, religiosos, de suelo y de cielo, de raza, de lengua, de costumbres; personalidad tradicional que todavía subsiste (…)”. (Andrés Baquero Almansa. 7 de octubre de 1915).
Leyendo este fragmento resulta evidente el paso atrás comparativo. ¿Qué político o intelectual murciano haría ese discurso en la actualidad? Al menos podríamos consolarnos en que, de cara a saber quiénes somos, ya tenemos parte del trabajo hecho. Bastaría con recuperar a los clásicos.
Andrés Baquero, Vicente Medina, Díaz Cassou, Martínez Tornel, Inocencio Medina Vera o Bartolomé Pérez Casas, entre muchos otros, no son sólo nombres de calles o plazas de nuestros callejeros. Fueron intelectuales, escritores, periodistas, pintores, músicos, que, influidos por las corrientes costumbristas y regionalistas del momento, se encargaron de definir la esencia de lo murciano, y no por casualidad, lucharon desde diversos ámbitos por los intereses comunes de todos (en muchos casos con éxito).
Que cien años después los murcianos del presente no sepamos quiénes fueron (ni quiénes somos), es algo que quizás explica mucho de lo que hoy nos pasa, con esa manifiesta imposibilidad de materializar los anhelos de nuestra sociedad.
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