‘Nadie’ es el título de una canción bellísima de Txetxu Altube que trata de una historia de amor muy triste, como lo son casi todas; y que, cantada en directo junto a Los Secretos, pasó a convertirse hace unos años en una de las bandas sonoras de mi vida. ‘Nadie’ también es un pronombre indefinido que significa ninguna persona. Y ‘nadie’ es hoy, por desgracia, el nuevo nombre de miles de mujeres afganas a las que les han robado sus vidas.
No puedo imaginar cómo sería entablar una relación con una persona que llevase el rostro y todo su cuerpo cubierto. No poder mirarla a los ojos, rozar su boca o agarrar su espalda para atraer libremente su cuerpo, es algo impensable cuando surge una relación y, el solo hecho de pensarlo, me causa terror. Pero si voy más allá e imagino cómo sería convertirme en ella, en la rehén, ese terror se convierte en agonía. Me imagino dentro de esas ropas oscuras y anodinas y siento cómo soy esa mujer o niña asustada que, oculta tras un burka, ha dejado de existir y de ser libre por la imposición del mundo talibán. La agonía que siento es aún mayor. Me falta la respiración, lloro lágrimas que nadie ve y el futuro, cualquier futuro con el que hubiese soñado antes, desaparece junto con mi propia vida. Ahora, delante de mis ojos, cubiertos y divididos por pequeños cuadraditos de tela que lo distorsionan todo, tan solo un oscuro mundo gobernado por la religión más radical, hombres, armas y lo poco que me permiten poder ver.
Me he convertido en nadie, como el pronombre personal. Ninguna persona.
Ser nadie es no existir.
Que no se sepa quién eres o cómo te ríes.
Que no te puedan reconocer, saludar, abrazar o darte el más mínimo cariño.
Es dejar de hablar, opinar, pensar y mostrarte; dejar de aprender, de trabajar y de ser libre.
Es sentir miedo, pánico, terror, agonía y asfixia. Siempre.
Es tener que obedecer al hombre más cruel, al que te ha encerrado. Y a todos los demás hombres crueles que se lo permiten y son como él. También siempre.
Es creerte menos que ellos porque así te lo ordenan y te lo ordenarán hasta que mueras.
Es recibir azotes, palizas, abusos verbales y hasta la lapidación si no cumples con todas sus órdenes.
Es no volver a escuchar música, ningún tipo de música, ni bailar ni reír en voz alta o cantar porque ningún extraño podrá escuchar tu voz.
Es la prohibición de asomarse a los balcones y ventanas de tu propia casa porque no podrás ser vista desde fuera.
Es no poder viajar a ningún lugar porque no existirá más mundo para ti que el que ellos quieran que veas.
Es olvidarte de quién fuiste o quién quisiste llegar a ser.
Es darte por vencida, gritar cuando nadie te escuche y llorar sin que te puedan secar las lágrimas.
Es la peor serie de terror. Ahora tú eres ‘El Cuento de la Criada’.
Morir, aún estando viva.
Sigo aquí, no hay sobre mi cuerpo ningún burka que me oprima y puedo gritar sin que nadie me lo impida, pero lo que he relatado está pasando en realidad. Las mujeres y las niñas afganas ya son ‘nadie’, ninguna persona, y mientras el resto del mundo asiste impasible al peor retroceso de derechos humanos de los últimos siglos, solo hemos visto quejas por las redes sociales (y algún manifiesto de apoyo para firmar). Pero, ¿eso es todo? ¿Si estuviéramos allí, siendo nadie, esperaríamos solo esto?
Estamos obligados y obligadas a clamar justicia, a salir a las calles y a exigir que vayan hasta allí para salvarlas. No podemos permitir que desaparezcan sin más porque sabemos que existen, que tienen nombres, caras, cuerpos y mentes distintas. Sabemos que han estudiado, que saben bailar, que trabajan, que han soñado con un futuro y que son madres, niñas y mujeres convertidas ahora en ‘nadie’. No les demos la espalda. No las olvidemos. No las sintamos lejos. Siguen vivas y son muchísimo más que un triste pronombre indefinido.
Artículos 4 y 5 de la Declaración de los Derechos Humanos: “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre”, “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”. Nadie.
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