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Una nueva esperanza

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Tras las muertes de Dios y de la Razón ilustrada, el hombre se encuentra en el páramo de la postmodernidad. Su lugar en el mundo ya no le viene dado por Dios ni por su naturaleza, sino que lo tiene que construir. Nietzsche nos muestra que en esta tesitura una herramienta fundamental es la voluntad.

Nietzsche nos remite a la voluntad de poder, a la lucha del individuo por desplegar su potencial, a la manera del héroe clásico. Aquiles, Agamenón, Edipo y el resto de héroes clásicos comparten un destino común, la tragedia. La voluntad de poder de Agamenón lleva a la humillación de Aquiles. La voluntad de poder de Aquiles provoca que abandone su lugar entre los griegos de Agamenón y casi a la destrucción de estos. La voluntad de poder de Edipo lleva a la peste de Tebas, al parricidio, al incesto y finalmente al autocegamiento y al abandono de esa ruta. En el imaginario clásico, la voluntad de poder no parece darnos un lugar satisfactorio para el hombre. En el mundo moderno, el despliegue de la voluntad de poder nos lleva a referentes como el Leviatán, el Señor de las Moscas o Mad Max, reforzando la idea de que ese no es el camino.

En nuestra sociedad vemos cómo la voluntad, desviada en gran parte de la búsqueda del poder y el englorecimiento narcisista por la presión de la sociedad y el estado, se canaliza hacia el consumismo, hacia el placer del presente. No contento el hombre con convertirse en un cerdo del rebaño de Epicuro (en términos de Horacio), abandona los mejores principios de este filósofo, renuncia a la moderación y a la aritmética del placer para entregarse con desenfreno a un consumo insensato que anestesia la voluntad, daña la salud (condenada por el sedentarismo y la gula a múltiples enfermedades), corroe el tejido social mediante la opresión a los productores baratos y a los excluidos del sistema de consumo, y destruye el equilibrio ecológico del planeta.

Sin embargo, es posible encauzar la voluntad hacia el desarrollo del individuo y la sociedad. Del mismo modo que Descartes inventó un método para el correcto uso de la razón, es necesario construir un método para el desarrollo y el ejercicio de la voluntad que fundamente el orden social.

En primer lugar, la voluntad ha de ser educada en la templanza, en la moderación de los apetitos. Freud describió cómo un control muy férreo de las pulsiones puede provocar síntomas neuróticos, inspirando un cambio pedagógico que, cambiando de un extremo al opuesto, ha llevado al desenfreno actual. Como en tantas cosas, podemos encontrar la virtud en el término medio. Pero no se trata sólo de cuánto freno imponemos a nuestras apetencias. La represión, al tratar de frenar los impulsos inaceptables, los excluye de la conciencia, con lo que se hacen invisibles a la voluntad que trata de detenerlos y se escapan por “la puerta de atrás” (síntomas, lapsus, desplazamientos…). La educación de la voluntad no puede basarse sólo en la represión, sino que debe fomentar la expansión de la conciencia permitiéndole acceder a las energías instintivas que pueden cohesionar o sabotear la estructura social. Para esta tarea no conozco herramienta mejor que el psicoanálisis.

Un psicoanálisis tradicional requiere una cantidad de tiempo y esfuerzo que lo hacen inaccesible a las masas. Sin embargo, hay variaciones psicoanalíticas, menos intensivas, que mejoran su accesibilidad. Estas incluyen terapias breves y formatos grupales. De particular importancia me parecen los grupos Balint, en los que grupos de profesionales médicos (o de otros gremios) reflexionan sobre su actividad laboral, aprendiendo mediante su experiencia sobre las motivaciones inconscientes que se ponen en juego en su trabajo, y descubriendo formas de manejarlas. Otras técnicas no psicoanalíticas también pueden contribuir a la expansión de la conciencia: terapias humanistas, meditación, etc.

Además de desarrollar la templanza y ampliar el foco de la conciencia, hay que orientar la voluntad hacia la convivencia con el prójimo (lo que hace especialmente interesantes los enfoques grupales), hacia la canalización de la naturaleza caótica del ser humano de modo que se logren unas satisfacciones adecuadas en interacciones que resulten también edificantes para los demás. Dicho de otra manera, hay que aprender a amar, a establecer vínculos constructivos, lealtades, sentimientos de pertenencia, etc.

A partir del amor, de la voluntad de buscar el bien común, se pueden construir límites sociales beneficiosos para todos. Se pueden fundamentar principios morales, de contenidos arbitrarios, variables según épocas y lugares, pero sostenidos por la voluntad colectiva y por el convencimiento de que son útiles para la convivencia. Aunque no los revele Dios. Aunque no respondan a una verdad objetiva y trascendente desvelada por la Razón.

A partir del amor se pueden construir verdades sociales, entendimientos comunes que, incluso si no están cimentados en la metafísica, dibujan un marco para el pensamiento y la convivencia.

A partir del amor se puede desarrollar la libertad del individuo dentro de un contexto social que lo apoya, y al que se debe.

Siempre serán necesarios andamiajes y prótesis como la ley para hacer posible la convivencia, pero sólo con el amor guiando a la voluntad se puede sacar a la bestia de la naturaleza, meterla en la cultura, y construir al ser humano.

Tras las muertes de Dios y de la Razón ilustrada, el hombre se encuentra en el páramo de la postmodernidad. Su lugar en el mundo ya no le viene dado por Dios ni por su naturaleza, sino que lo tiene que construir. Nietzsche nos muestra que en esta tesitura una herramienta fundamental es la voluntad.

Nietzsche nos remite a la voluntad de poder, a la lucha del individuo por desplegar su potencial, a la manera del héroe clásico. Aquiles, Agamenón, Edipo y el resto de héroes clásicos comparten un destino común, la tragedia. La voluntad de poder de Agamenón lleva a la humillación de Aquiles. La voluntad de poder de Aquiles provoca que abandone su lugar entre los griegos de Agamenón y casi a la destrucción de estos. La voluntad de poder de Edipo lleva a la peste de Tebas, al parricidio, al incesto y finalmente al autocegamiento y al abandono de esa ruta. En el imaginario clásico, la voluntad de poder no parece darnos un lugar satisfactorio para el hombre. En el mundo moderno, el despliegue de la voluntad de poder nos lleva a referentes como el Leviatán, el Señor de las Moscas o Mad Max, reforzando la idea de que ese no es el camino.