No me atrae especialmente eso que llaman rap. De origen norteamericano, imagino, tal vez sus creadores tuvieron la intención de engrosar la lista de estilos reivindicativos por parte de población urbana olvidada, despreciada, ajena a una vida digna. Digo yo, que no lo sé.
Yo ahora veo a mucha gente en corros con rapero o rapera al centro, dando forma a actos de campaña, supuestamente política, en los que todo el mundo reivindica algo (quiero decir, los raperos) a costa de otro rapero o rapera convertido en diana.
Lo que hacen y dicen estos extraños artistas me recuerda a los antiguos campos de tenis, tan pequeños que el espectador se veía obligado a un continuo giro de cuello para seguir el curso de la bola. Con el tiempo, los graderíos son más amplios y no hay que esforzarse tanto para contemplar el juego. Todo es más fácil.
Así, los discursos del rap son ahora también más fáciles de seguir. Ya no van tantos cantantes a prisión o al exilio. Hemos avanzado en democracia. Se ve que las peleas de gallos desde la banqueta ya no dan parrafadas hirientes para los guardianes del sistema. Eso sí, los raperos hilan muy bien una idea con otra, mantienen la cadencia entre frase y frase, solucionan con gracia los silencios. Unos mejor que otros, es evidente, pero en general sin grandes errores en la interpretación.. Como un concierto de los septuagenarios Rolling Stones, sin nada entregado a la improvisación ni a la artrosis.
Me parece que esta campaña electoral ha sacado a la palestra a demasiados raperos y raperas de este estilo. ¿De dónde han salido? ¿Qué pretenden? ¿Cuál es su propósito oculto?
No me gusta el rap como argumento político. Creo que el espectáculo y la puesta en escena se comen el mensaje y, sobre todo, el punto de partida. El punto de apoyo es parte esencial del discurso político. Dime de dónde vienes…
A estas alturas, solo veo vendedores de telas de cara a la galería. Pero el público es muy suyo, cuidado. En algún lugar se celebra un festival taurino al que al parecer evita acudir más de un diestro porque llegada la hora el respetable abre sus capazas y se dedica a merendar, sin prestar más atención a la faena del maestro. Igual más de un rapero o rapera se encuentra con semejante cuadro de aquí a nada.
O no. Y tal vez el tiempo nos demuestre que determinados artistas hoy callejeros hablan en serio y que cuando aquel talento desafortunado dijo lo de subir el SMI a 850 euros, la cosa no era para reírse de él, sino para pensarlo muy bien. Nunca hay que fiarse de un rapero si no conoces bien de dónde viene. Y ni así.
No me atrae especialmente eso que llaman rap. De origen norteamericano, imagino, tal vez sus creadores tuvieron la intención de engrosar la lista de estilos reivindicativos por parte de población urbana olvidada, despreciada, ajena a una vida digna. Digo yo, que no lo sé.
Yo ahora veo a mucha gente en corros con rapero o rapera al centro, dando forma a actos de campaña, supuestamente política, en los que todo el mundo reivindica algo (quiero decir, los raperos) a costa de otro rapero o rapera convertido en diana.