Prometo ser breve: soy Escorpio y estoy loca del coño.
A mitad de año, tras un tiempo sospechándolo, unos veinte años aproximadamente, me diagnosticaron que tengo un trastorno de angustia. Siempre he sabido que la peor compañía que he tenido soy yo misma porque la manera en que me he llegado a tratar cuando ha ido todo aparentemente bien es de pareja maltratadora: nada estaba correcto, nada que acontecía me gustaba y, por desgracia, he tomado en serio opiniones que, desde un aparente consejo o crítica constructiva, no tenían en consideración todo el camino que llevo andado, que no ha sido fácil.
A día de hoy, con una terapia adecuada, apoyo farmacéutico, buenas compañías, un cuerpo de infarto y una mente de libre asociación, he podido tirar adelante con todo el contexto que me rodea. De hecho, los semanales ataques de pánico que he ido sufriendo en estos últimos dos años, han desaparecido. Todo este camino termina en que desde el departamento de salud mental me dieron de baja en las consultas de seguimiento debido a que no atienden cuestiones de “crecimiento personal”. En resumen, no estoy tan mal y, a diferencia de una gran parte de las personas que me rodean, puedo ponerle palabras a qué me ocurre, porque como el título de mi disco favorito de LaAlbany 'Se Trata de Mí' y no tengo ninguna vergüenza cristiana en gritarlo a todos los vientos.
Es muy complicado empoderarse de las taras de una misma porque asumir que, supuestamente a diferencia del resto de personas normales, eres especialita, te convierte automáticamente en paria. Cabe destacar que la categorización de no ser típica a nivel neuronal y que junto a otras dudables taras como la dislexia, trastorno de déficit de atención e incluso el espectro autista, se titula neurodivergencia; concepto que deriva de la neurodiversidad, concepto acuñado por Judy Singer y que acoge a todas aquellas personas que viven y procesan la información de manera diferente.
Es muy curioso porque a pesar de situarme en una posición de éxito y privilegio debido a que puedo dedicarme a mi profesión y vivir prácticamente sola sin morir en el intento, siempre evidenciando los cinco accidentes domésticos que casi me matan en los últimos siete meses, me he sentido profundamente fracasada por no pertenecer a la norma. En las discrepancias con el resto de la comunidad siempre se han acogido a tratarme como loca, pirada, maricona, comunista, diferente o que deben meterme en el psiquiátrico a pesar de que nunca he hecho algo realmente severo e incluso, mirando hacia atrás, ahora he podido tener la infinita compasión de dar un abrazo a aquella persona que fui, que lo necesitaba más que nunca, pero que, por intentar cuadrar el círculo de mi idiosincrasia, me castigaba con látigo de ocho puntas.
A día de hoy, por fin la salud mental se ha puesto en boca de todes, aunque ya llevaba un tiempo cociéndose en su jugo: desde las declaraciones de Simone Biles en 2020, cómo mandaron a callar a Íñigo Errejón cuando habló sobre este tema en el congreso de los diputados y en especial, el crecimiento expotencial de los suicidios en España tras la Covid-19, se está arrojando luz a un tema que nunca se ha considerado importante, porque al igual que salir del armario, ha sido un tema de tratar con demasiada discreción.
Para terminar esta declaración y lo contenta que estoy con mi reciente posicionamiento turuleta, me queda claro que sin ponerme la cresta (más que nada porque tengo alopecia), estoy muy punki declarándome pirada. De hecho, la estrategia me ha salido muy bien ya que, en mi ámbito laboral, familiar, de cuidados e incluso sexoafectiva, poder mostrarme vulnerable asumiendo mi socialmente peyorativa diferencia, he sido aceptada y cuidada. De paso, dejar claro esta condición, está dando una pista muy importante a cómo relacionarse conmigo, más sabiendo todo el trabajo que estoy haciendo por tener relaciones sanas con y hacia los demás.
No sé, a lo mejor declararse responsablemente loca, es un acto de subversión radical.
Prometo ser breve: soy Escorpio y estoy loca del coño.
A mitad de año, tras un tiempo sospechándolo, unos veinte años aproximadamente, me diagnosticaron que tengo un trastorno de angustia. Siempre he sabido que la peor compañía que he tenido soy yo misma porque la manera en que me he llegado a tratar cuando ha ido todo aparentemente bien es de pareja maltratadora: nada estaba correcto, nada que acontecía me gustaba y, por desgracia, he tomado en serio opiniones que, desde un aparente consejo o crítica constructiva, no tenían en consideración todo el camino que llevo andado, que no ha sido fácil.