Nos comimos en la costa murciana un arroz a la leña con conejo y caracoles. Lo preparan con sarmientos, lo que le da un toque ahumado espectacular. Lo sirven en una paellera muy grande para que el arroz no tenga más de un dedo de alto. De esa forma se pega un poco al fondo, quemándose ligeramente, dándole un delicioso toque crujiente (siento si estás leyendo esto con hambre).
Eso lo acompañamos con media botella de vino por cabeza, que unido a la buena conversación, las risas, el chupito de pacharán y el asiático de rigor (en los pocos sitios donde lo hacen bien, es obligado pedírselo), nos dejó con ganas de seguir la fiesta.
Tras la sobremesa fuimos a un local donde ponen buena música. Una rara avis, en los pueblos de esta zona priman los pubs de música comercial o 'chunda-chunda'. El dueño, de mi quinta, excompañero de instituto, se lo curra pinchando. Desde Sisters of Mercy hasta Billie Holliday, pasando por El último de la fila o Jamiroquai. A ratos te gustará más, a ratos menos, pero allí no escucharás a _______________ (espacio a rellenar con el ejemplo chungo que queráis).
Tiene tres pantallas grandes situadas en puntos estratégicos donde coincide la imagen con lo que está sonando. Es lo lógico, ¿no? Pues en la mayoría de los bares de copas puede estar sonando Michael Jackson mientras ponen en la tele sin volumen un videoclip de Coldplay. A mí eso me crea disonancia, nunca lo entenderé. Esa es una de las razones por las que me gusta este bar: si al escuchar In-A-Gadda-Da-Vida busco con la vista la pantalla, me encuentro a los Iron Butterfly de finales de los sesenta, y no a Pablo Alborán.
Y hay horas de funky en las que se puede uno desfogar bailando, en lugar de tirarse toda la noche levantando el codo y dándole al palique como un abuelete.
Hacía frío, y sobre todo mucho viento. De camino a nuestro bar pasamos por delante de otro, de esos con terrazas semicubiertas de plástico. “No fastidies, ¿es que hay fútbol?”, dijo alguien temiéndose lo peor. Y sí, lo había. La tele de la terraza reproducía a volumen muy alto el inconfundible, desagradable murmullo del locutor.
Al llegar a nuestro destino, que también tiene su propio invernadero de fumadores, de nuevo esa imagen: los pobres adictos a la nicotina mirando la pantalla verde, encogidos, tiritando mientras apuraban sus cigarros, y de sonido ambiente el ruido de la tele mezclándose con el aleteo de la cubierta de plástico, “pladpladpladpladplad...”.
“Igual dentro…”, pero la frase nació muerta, pronunciada sin esperanza. Uno de nosotros entró al bar y volvió a salir inmediatamente, con las palmas hacia arriba, con un elocuente gesto de resignación atea. Porque en España, si eres ateo y no te gusta el fútbol tienes un máster en Resignación. Por ejemplo: si toca uno de los partidos “decisivos”, abren el 'telediario' con eso, directamente. Luego un poquito de las noticias secundarias, que si otra trama corrupta del PP, que si el “drama” de los refugiados (como si no hubiera culpables), y enseguida los deportes donde, cómo no, vuelven a informar del partido, esta vez “en profundidad” (?). Cualquiera diría que las evoluciones de veintidós tíos jugando dan para una tesis doctoral.
Y eso es lo de menos (hace tiempo que esquivo los telediarios), lo peor es que en el fútbol, como en la Iglesia, se va una fortuna de dinero público. Mucho más que en el cine, aunque la manipulación mediática haya conseguido que sean estos los que lleven la etiqueta de “subvencionados”.
Aprovecho para destacar algo que me hace mucha gracia: hay un sector de activistas de izquierda que se quejan de que programas como Sálvame o Gran Hermano “embrutecen” a la ciudadanía, los mantienen atontados, pan y circo. Y una vez que han dicho esto, se sientan frente a la tele a ver El Chiringuito. ¡Si es lo mismo!
Entré a saludar al dueño. Dentro del local era igual que fuera, fútbol en las tres pantallas. Y ni siquiera es que dejaran la imagen con la música de fondo, no: fútbol en la tele, fútbol en los altavoces, fútbol, fútbol, fútbol, que diría Manu Chao. Tiene narices. Ya hay un montón de bares donde los futboleros pueden ir a ver el partido tomándose un vermut y gritando cosas como “¡uy!”, “qué golazo” e insultos varios. Pero no, tienen que asaltar también los pocos bares distintos que resisten al invasor.
El dueño me dijo lo de siempre: “La pela es la pela, Salva. Esa gente se pasa tres horas o más (entre la hora y media que dura el partido, la previa, lo de después…) tomando copas delante de la tele. Y vienen en manada. Los que queréis escuchar música a las seis de la tarde sois minoría. Eso luego, por la noche…”.
—Si no hay un partido del siglo.
Bromeé, pero ¿qué podía decirle? El negocio es suyo, y tiene que pagar las facturas.
Nos fuimos a otro bar, y lo mismo. Y además hacía frío, ya os digo, no era la tarde más agradable para ir paseando por ahí como la cerillera en busca de abrigo. El asiático calienta, pero no hace milagros. Así que bajamos el listón hasta conformarnos con un bar que pusiera música. Nos valía incluso Melendi. Un hombre tiene que saber aceptar la derrota.
Y allí estábamos, buscando un bar al estilo Reincidentes, hasta el punto de que llegamos a cambiar de provincia, cruzando de Murcia a Alicante. No miento, pero tampoco juego limpio: estamos en la frontera, para cambiar de provincia apenas hay que desplazarse.
Tras otro intento fallido entre risas (“debe de ser la Final de la Liga Milenaria de los Cinco Continentes”), decidimos continuar la fiesta en casa. Escogimos nuestra propia música y de paso nos libramos del garrafón. Sin haberlo planeado, resultó una tarde-noche memorable: el fútbol todavía no se ha adueñado de todo.
Salva Solano Salmerón es autor del blog Vota y calla