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Estamos perdiendo el tren

España es una excepción. No me refiero al viejo lema “Spain is different”, o a que las aspiraciones de cambio de la sociedad no las esté aprovechando algún partido del `populismo identitario´ como en EEUU, o Francia.

Mirando a la evolución reciente del mundo, tenemos muchos indicios e indicadores de que estamos a las puertas de un cambio económico disruptivo, casi civilizatorio, y lo podemos observar de forma muy evidente en 4 fenómenos que se retroalimentan entre ellos:

  1. El constante abaratamiento de las energías renovables, especialmente la solar.
  2. El constante abaratamiento de la capacidad de almacenamiento de electricidad.
  3. El constante abaratamiento del coche (y transporte en general) eléctrico.
  4. La maduración de la tecnología de automatización del transporte (coches autónomos, camiones autónomos…).

A lo que habría que sumar la extensión de Internet y las tecnologías de la información, la normalización de la robotización y la extensión de la inteligencia artificial en general… que daría para otro artículo.

Estos cambios no lo van a vivir nuestros nietos, sino que lo estamos empezando a ver ya, y será evidente en algún momento de los próximos 20 años

Al pensar sobre estas cuestiones tengo que reconocer la capacidad innovadora de la humanidad, y en concreto del capitalismo de libre mercado como sistema económico. Me siento un poco como los pensadores revolucionarios del siglo XIX, que admiraban la enorme potencia del capitalismo industrial para generar riqueza globalmente para la economía a la vez que se lamentaban de que a su vez dejado sin control, generaba terribles desigualdades y enormes bolsas de pobreza.

Obviamente, como civilización tenemos graves problemas en el horizonte. El fin del petróleo barato ya no parece tan preocupante como el gran reto del cambio climático, que puede suponer desastres difíciles de predecir. Pero un problema más difícil de discernir para la mayoría, es el desarrollo sin control del capitalismo global.

La globalización económica lleva más de 30 años reduciendo, y continúa haciéndolo, la capacidad de los estados (y por tanto de la ciudadanía) para financiar los sistemas de bienestar, controlar la desigualdad y en general decidir las políticas públicas a establecer. Este otro fenómeno se nos confunde a veces con la construcción de la Europa neoliberal, pero los efectos son los mismos.

El mercado impone vetos que generan grandes dificultades al que intenta decirle lo que hay que hacer. Un mercado sin puestos centrales de mando, pero en el que no somos ciudadanos libres e iguales sino consumidores/inversores en los que rije el “tanto tienes tanto vales”. Un mercado implacable en su búsqueda de beneficio y que expulsa del mismo a los menos productivos, convirtiéndolos en `perdedores´ del capitalismo que ahora llamamos `globalización´. Esta expulsión puede ser de personas o de regiones o estados enteros.

Y este riesgo de `expulsión´ lo tenemos en España como país, debido a nuestra excepción: aquí junto al capitalismo global coexiste el `capitalismo de amiguetes´ o de amigantes (amigos y mangantes). Estoy hablando del círculo vicioso en el que está metida la vieja clase política, incapaz de salir de la puerta giratoria que comparte con los sectores económicos cuya cuenta de resultados depende de su capacidad de influir sobre cuáles y cómo se aplican las políticas públicas en este país: constructoras, bancos y eléctricas.

Así, teniendo una población preparada, una situación geográfica envidiable y unas infraestructuras más que suficientes para afrontar el reto, todo apunta a que para defender los intereses de unos pocos, en su afán parasitario de la economía que existe, nos puede dejar fuera de este tren que viene… Corremos el riesgo de convertirnos definitivamente en esa periferia del sistema económico global.

El futuro se avecina a la vez prometedor y amenazante. El mundo debe establecer un lazo que ponga límites democráticos a la economía global por el bien de las mayorías sociales. Una tarea que suena difícil, casi imposible, y de ello depende el futuro... Pero en España tenemos un reto más cercano y accesible: acabar con el ‘chanchulleo’ de una casta que nos impide construir un nuevo país que no deje a nadie atrás. ¿Que pasará? El problema es sobre todo político ¿Seremos capaces de defender nuestro pan y nuestra libertad?

España es una excepción. No me refiero al viejo lema “Spain is different”, o a que las aspiraciones de cambio de la sociedad no las esté aprovechando algún partido del `populismo identitario´ como en EEUU, o Francia.

Mirando a la evolución reciente del mundo, tenemos muchos indicios e indicadores de que estamos a las puertas de un cambio económico disruptivo, casi civilizatorio, y lo podemos observar de forma muy evidente en 4 fenómenos que se retroalimentan entre ellos: