Este es el quinto cuento de la serie “Mari contra la pobreza”. Mari vive en un barrio murciano, trabaja de camarera, tiene dos hijos (Jaime y Jorge) y un dinosaurio. El dinosaurio (que podría ser el mismo que sale en el cuento de Augusto Monterroso) representa la fuerza interior de Mari, la fuente de energía que le permite enfrentarse a todos los problemas cotidianos que provoca vivir en situación de pobreza. Mari comparte el protagonismo de estas historias con sus amigas Tamara y Henriette. Ellas representan a todas aquellas mujeres que pelean a diario contra la pobreza y queremos que sea el reconocimiento de la EAPN-RM a su valor y esfuerzo. Este cuento vuelve a contar con una ilustración original de la artista Laia Domènech.
En otras ocasiones, el cuento acaba con una serie de datos que ilustran la historia que se ha contado. En este caso, ofrecemos los datos al principio. Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, casi un 42% de murcianas y murcianos no puede permitirse irse al menos una semana de vacaciones al año y un 26,3% no puede mantener su casa a una temperatura adecuada ni en invierno ni en verano. Según la AEMET, este verano será mucho más caluroso de lo habitual. Los veranos de 2022 y 2023 han sido, por el momento, los veranos más calurosos en la Región de Murcia de toda la serie histórica.
Mari mira a sus hijos y piensa que son los más guapos, los más listos, los más justos. Hay momentos en los que desearía perderlos de vista, que se callaran, que dejaran de preguntarle y pedirle cosas, volver a recuperar un poco de autonomía y silencio, pero incluso cuando la sacan de sus casillas, sabe que Jorge y Jaime son los más guapos, los más listos, los más justos. Por eso, le sorprende tanto que, cada vez que llega el verano, ninguno de los dos quiera quitarse nunca la camiseta. Jaime porque se ve muy delgado y Jorge porque se ve muy gordo.
Ni Jaime está delgado, ni Jorge está gordo. Lo sabe porque en cada revisión a la que los ha llevado, han estado siempre en el percentil 50 de peso y de altura. Sus hijos son muy normales, le dijo una vez una enfermera. Mari se lo tomó como una ofensa pero su madre la consoló diciéndole que, en temas de salud, lo mejor era la normalidad. Los dos tan parecidos y cada uno en un extremo opuesto de los complejos físicos. El dinosaurio, al que le encantan las frases hechas y los refranes, posiblemente porque contienen la misma dosis de verdad que de mentira, no pierde la oportunidad de decirle a Mari, cuando la ve preocupada por las camisetas, eso de que a los dos los ha criado igual y, míralos ahora, cada uno de una manera.
El calor que hace en Murcia es horroroso. Las que sois de Murcia estaréis acostumbradas al calor, le han dicho a Mari varias veces. Ella no sabe cómo explicar que no hay quien se acostumbre a ese cielo sin nubes, a ese sol rabioso y a esas noches sin una miaja de brisa. En verano, siempre ha hecho calor, dicen algunos clientes del bar en el que trabaja Mari, mientras mastican un palillo y tiran servilletas y restos de comida al suelo. Mari ni se inmuta ya ante las barbaridades que escucha en el bar. A palabras necias… Por su parte, Tamara, en cuanto llega el verano, empieza a decir que ella en otra vida debió de ser muy mala persona y que por eso se ha reencarnado en murciana, para purgar sus pecados pasados en el infierno del sureste español.
El verano se hace muy largo en Murcia. Entre otras cosas porque empieza en mayo, cuando no en abril, y dura hasta octubre, cuando no hasta noviembre. En el bar, al menos, hay aire acondicionado. Mari odia a los clientes que prefieren quedarse fuera, al calor de la terraza obligándole a salir y entrar. En el bar hay aire acondicionado pero no lo hay en el cole de Jorge ni en el instituto de Jaime. Los riesgos laborales no se aplican a las aulas. El mensaje que se envía a las criaturas es bastante claro: no penséis que sois tan importantes. En casa sí tienen pero hay que usarlo con cabeza. El verano pasado, cansada de pelear con sus hijos, les dejó que lo pusieran a su antojo y casi muere del pasmo cuando le llegó la factura de la luz. Este verano, habrá que encontrar la manera de ponerlo menos, aunque sea a base de comprar algún ventilador nuevo.
Hace algunos veranos, Tamara llegó a casa de Mari con una piscina hinchable para Jaime y Jorge. ¿Dónde voy a montar yo la piscina, le preguntó Mari, en mitad del salón? Así que, no se les ocurrió otra cosa que bajar a la calle y montarla en una zona en la que la acera se ensanchaba entre dos bloques de viviendas. Varias vecinas trajeron cubos de agua, una enganchó una manguera a una boca de riego, y a los pocos minutos, la piscina estaba llena y un puñado de chiquillas y chiquillos (y un dinosaurio) se remojaban para consolarse del calor.
La piscina en mitad de la calle se ha convertido en un clásico en el barrio y una de las principales diversiones del verano. Hace un par de años, Tamara tiró la casa por la ventana y en vez de la habitual piscina hinchable que montaba cada verano, compró una de casi un metro de altura y patas metálicas. Llenarla formaba parte de la diversión porque la chiquillada se colocaba en mitad de la piscina para que los cubos de agua o el chorro de la manguera les pillara de lleno. Jaime y Jorge serán muy diferentes en algunas cosas pero los dos odian las escuelas de verano y las piscinas públicas. Así que, esa piscina privada es el sitio en el que más se divierten cada verano. Aunque, este año, Jaime ha decidido que ya está muy mayor para ese tipo de cosas.
Esa tarde, un policía local apareció por el barrio y fue a ver qué pasaba con la piscina. No les dan mucho follón pero, muy de vez en cuando, algún vecino despistado llama al 092 para quejarse y mandan algún policía a pedir cuentas. Por suerte, estaba allí Henriette y pudo hacer de portavoza y defensora del grupo. Henriette tiene una labia que no hay quién resista. Cuando no te gana con razones, te gana por agotamiento, dice siempre Tamara.
Henriette aturulló al municipal con toda clase de argumentos y ordenanzas públicas. El hombre hizo un par de intentos de imponer su autoridad y ordenar que se retirara la piscina pero cuando se vino a dar cuenta, estaba rodeada por el laberinto dialéctico que Henriette había construido a su alrededor y, en cuanto le fue posible, huyó de allí conminando a las bañistas a que, por lo menos, no armaran mucho escándalo.
Otra cosa que pasa todos los veranos es la llamada de su hermano. El dinosaurio no necesita ver la pantalla del móvil para saber que está llamando él. Algo hay en el tono del teléfono que al lagarto le basta para adivinar quién llama. Con las mismas, desaparece de la escena porque sabe que lo habitual es que Mari acabe más que enfadada después de hablar con su hermano.
El hermano de Mari vive todo el año en una casa cerca de la playa y el mes de vacaciones se va bien lejos, monte adentro, para escapar de “los veraneantes” (no hay comillas suficientes para representar la manera en la que Mari imita burlonamente el tono snob de su hermano). Cada verano, aprovechando que deja su casa libre un mes, se la ofrece a Mari. Pero Mari sabe que no es un ofrecimiento sincero. Es la consecuencia de mil llamadas intermedias de su madre para que su hermano consienta en ofrecerle una posibilidad para que “tus sobrinos no se pasen todo el verano encerrados en Murcia”.
Mari aceptó la oferta de su hermano algún verano pero el resultado nunca fue bueno. Los hijos, al final, siempre rompían algo o tocaban lo que no debían. Además, una cosa es que el jefe del bar le dé algunos días libres y otra muy distinta que pueda permitirse el ritmo de gasto propio de unas vacaciones. Que si ahora un helado, que si después la feria, que si el cine de verano o los recreativos o cenar en esa pizzería que tanto le gusta a Jorge. Las estrecheces pasan más desapercibidas en la rutina del año y se vuelven dolorosamente evidentes en la excepción veraniega. Sea como fuere, en los últimos años, las vacaciones de Mari son poco menos que un patchwork de días sueltos y medias semanas a lo largo del año por lo que hace tiempo que tiene la excusa perfecta para rechazar la invitación de su hermano.
Los pensamientos de Mari son interrumpidos por Tamara que lleva tiempo haciéndole señas desde dentro de la piscina. La chiquillada ha dejado el turno de baño a las mujeres.
-¿Te vas a meter o qué? -le preguntó a Mari.
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