Quizás sea útil recordar aquellas frías estepas que cruzamos desde fines de los 80. Los que nos hicimos mayores políticamente en las movilizaciones anti-OTAN y aquellas huelgas generales de los 80-90, ahora sabemos que fueron los últimos coletazos de una pasión por la democracia que venía de mucho atrás. El consenso bipartidista (PSOE y PP) clausuró aquella pasión política y sobrevino lo que se llamó en la época, el desencanto programado.
Esto es lo que hay, se dijo, una democracia modelada bajo el principio neoliberal de la competencia y el individualismo. Fue una derrota política y de ello fuimos siendo conscientes conforme la estepa neoliberal se extendía y el único calor lo ofrecía la ficción de una economía inmobiliario-financiera que terminó siendo una burbuja que en su estallido, se llevó por delante todas las ficciones sociales del enriquecimiento rápido, la sociedad de propietarios y similares. Nos diría Rajoy que en el neoliberalismo, como en los casinos, igual que se gana también uno puede arruinarse.
Quizás, sobre ese trasfondo que la memoria preserva, podamos valorar en toda su consistencia el ciclo de movilizaciones que se abre con el 15M, ese momento en el que se empezó a escribir una nueva constitución política y social (por ello, ahora decimos que fue un momento instituyente) ante la certeza de que las élites económicas y el corrompido bipartidismo habían traicionado los consensos sociales básicos. Esa traición había empezado mucho antes, quizás en algún momento entre 1986-1988 (la nueva España de la beautiful people) o hacia mediados de los 90 cuando el gobierno de Aznar facilitó a los financieros sin escrúpulos el que hicieran con el país lo que quisieran. Por ello, el 15M fue un momento de celebración comunitaria y democrática, pues señalaba la posibilidad de salir del horror vacui construido políticamente por los sucesivos y cada vez más horrorosos gobiernos del PP (sin quitarle responsabilidad a aquella decisión también horrorosa del Gobierno de Zapatero que nos introdujo en las políticas de austeridad y ajuste).
Quizás si comprendiésemos en toda su complejidad la nueva constitución social y política que se escribió durante el ciclo de movilizaciones post-15M, entenderíamos mejor el significado del momento institucional que se abrió a posteriori con la creación de un partido político como Podemos, resultado de una decisión difusa pero adoptada colectivamente de que no les podíamos seguir dejando la arena institucional a los que nos habían metido en esta economía del robo, la corrupción y la desposesión de los bienes comunes.
La gente de Podemos que dimos el paso de entrar en las instituciones lo hicimos con la plena consciencia de que éramos portadores de un legado instituyente (de una constitución forjada en las calles) y que nuestra responsabilidad en las instituciones (los ayuntamientos y parlamentos) era dejarnos la piel para mostrar y demostrar que era posible una labor concienzuda y laboriosa de ir recuperando para la gente común esas instituciones usurpadas por la casta. Pero para esto, como bien sabemos los que ahora somos diputados y diputadas, el trabajo institucional debe consistir en mostrar y demostrar que es posible que la gente normal haga política. Mostrar y demostrar que con un trabajo arduo pero paciente podemos ejercer de control del gobierno, desarrollar leyes a favor de la gente, movilizar profesionales y energías intelectuales, ampliar las oportunidades de acción de los movimientos sociales en las instituciones, hacer de nuestras Mociones auténticas labores de investigación, de articulación de demandas (de bloques sociales) y de visibilización de problemáticas (¿acaso nuestra insistencia en llevar al parlamento el problema de los accidentes de trabajo no contribuye a su politización frente a aquellos que pretende su sistemática despolitización?).
El Parlamento (en realidad, los parlamentos) es el escenario institucional en el que nos ha puesto la gente con su voto, es allí donde nos quiere ver, para observar qué hacemos y cómo lo hacemos y poder evaluar nuestras capacidades. Es posible que la sociedad haya querido poner a Podemos en los parlamentos tomándose muy en serio al viejo Max Weber que concebía a parlamento como un “lugar de entrenamiento” político.
Quizás sea en una región meridional como Murcia, en la que más de dos décadas de Partido Popular y corrupción política han conseguido edificar una cultura de la impunidad justificatoria de todo tipo de vilezas inmorales, desde donde podamos ser más conscientes del valor de nuestra entrada en las instituciones municipales y parlamentaria. Y por ello mismo quizás esa sea la razón por la que se nos ha visto como un Podemos “posibilista”.
Ciertamente no entendemos ni compartimos el sorprendente giro antiparlamentario que repentinamente han adoptado algunos dirigentes de Podemos. No entendemos la incomprensión que se está manifestando ante el mandado institucional que emergió desde las calles de este país para que nosotros y nosotras, -diputados, diputadas, concejales y concejalas- empezáramos a batallar en lo institucional esa constitución social y política que escribimos en el ciclo de movilización social.
Quizás desde la Región de Murcia nos toque llevar a Vistalegre 2 algunos de nuestros aprendizajes políticos tras dos años de irrupción institucional (de construcción de partido y de presencia parlamentaria y municipal). Que para ganar España hay que batallar en el territorio y comprender el problema del agua, de la cadena agroalimentaria, de la financiación autonómica o del Servicio Murciano de Salud. Que para abrir brechas en el pétreo bloque de poder construido por el PP, hay que reivindicar el Parlamento y convertirlo en un Parlamento de verdad, al servicio del común.
Quizás sea útil recordar aquellas frías estepas que cruzamos desde fines de los 80. Los que nos hicimos mayores políticamente en las movilizaciones anti-OTAN y aquellas huelgas generales de los 80-90, ahora sabemos que fueron los últimos coletazos de una pasión por la democracia que venía de mucho atrás. El consenso bipartidista (PSOE y PP) clausuró aquella pasión política y sobrevino lo que se llamó en la época, el desencanto programado.
Esto es lo que hay, se dijo, una democracia modelada bajo el principio neoliberal de la competencia y el individualismo. Fue una derrota política y de ello fuimos siendo conscientes conforme la estepa neoliberal se extendía y el único calor lo ofrecía la ficción de una economía inmobiliario-financiera que terminó siendo una burbuja que en su estallido, se llevó por delante todas las ficciones sociales del enriquecimiento rápido, la sociedad de propietarios y similares. Nos diría Rajoy que en el neoliberalismo, como en los casinos, igual que se gana también uno puede arruinarse.