Mientras triunfa la versión televisiva americana de la novela china El problema de los tres cuerpos, algunos analizan la cuestión matemático-física, que escapa a mis conocimientos, y otros no dejan de recordar el problema ético fundamental planteado por Stephen Hawking: ¿el hecho de ser civilizados tecnológicamente nos da una primacía ética sobre los demás? No parece ser así, las guerras y las conquistas han existido desde tiempos inmemoriales y no han desaparecido. Solo tienen que encender su televisor y ver la guerra de Ucrania. La idea de aniquilar al adversario por la posesión de un trozo de tierra está vigente y nadie nos asegura que no esté presente en el universo y que este, como aquel, no sea la ley de la jungla, disfrazada eso sí de derecho internacional o universal que incumple el más fuerte. ¿Hay una ley innata para toda la inteligencia de la galaxia? No lo sé, pero, tal y como sugirió Hawking, quizás deberíamos dejar de enviar mensajes al espacio y prestar más atención a nuestro planeta, porque uno nunca sabe si quienes han de venir lo harán con buenas intenciones; si nuestros virus los acabaran matando, como planteó Wells y radiófono Welles o si los suyos nos acabaran diezmando, recordando el libro del recién fallecido David Cook, La conquista biológica de América, por poner algún ejemplo no literario.
En todo caso, supongo que a ustedes también les gustaría descubrir la velocidad de curvatura de Star Trek sin tener que pasar por una guerra nuclear; vivir en una federación de planetas donde la primera directriz tuviera aplicación y las Tres Leyes de la Robótica de Asimov fueran aceptadas por todos los países de la Tierra y el universo. En este último caso nunca la ciencia ficción ha estado tan presente para plantear problemas éticos con antelación. Hoy los drones no están tripulados, mañana podrán tomar decisiones solos y los Borg no estarán tan lejanos.
Bromas o veras aparte, el problema no es el de los Tres Cuerpos, sino el de las tres instituciones que han de poner en marcha el tranvía en la Región de Murcia. La primera y la que debería liderar es el Gobierno regional, hace tiempo que abandonó sus funciones. Repite consignas, dice algunas cosas, pero no tiene ni un duro para sufragar nada, pero ahí anda con aire castigador a todo aquel que se mueva, la política del veto. Mientras tanto, reza porque salgan los nuevos presupuestos para que con la quita de la negociación catalana puedan endeudarse un poquito más y pagar los atrasos. “Adiós papá, adiós, Papá, consíguenos un poco más de dinero”, cantaba Coque Malla. El segundo, el Ayuntamiento, que carga con la deuda del tranvía construido para sacar gente de la ciudad y no para comunicarla, y así nos va a todos. Nadie habla de lo evidente, pero todo el mundo sabe que nada funciona. La tercera, el Estado, que ni está ni se le espera, porque en el fondo nadie quiere que figure, ya que su color es distinto a las otras dos y ninguno de ellos va a pedirle dinero con la boca grande, no vaya a ser que los riegue y pague publicidad institucional a mansalva que riega los medios de comunicación cambiando algunas cosas.
Entre medias, los murcianos vemos la solución desde hace años, pero nadie la aplica y nos llevan en volandas con eternas promesas vacías. Porque la realidad es la que es: no hay un duro, y la culpa no la tiene la infrafinanciación, sino la nula capacidad de gestión del dinero público. Y la cosa no es que vivamos en el mundo de la marmota, sino que la Región no tira, ni en Murcia, ni en Cartagena, ni en Lorca, ni en ningún sitio, por un simple motivo: no tienen dinero y el que tienen no lo saben gestionar. El primer cuerpo de la Región, su presidente, pasea de garito en garito consciente de que el agujero de las arcas regionales no tiene solución, pero como nadie dice que el emperador va desnudo, pues aquí todo rueda, que no es chamba. La culpa es de Madrid, de la financiación y, si no, del perro, pero nada es culpa suya, ni de los que llevan treinta años de gobierno. Son las cosas de esta Región que va de mal en peor y que alguien le tendrá que poner solución.
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