Lo siento, amigas. No creo que la erótica oda en prosa a Melania Trump que ha aparecido este fin de semana llegue a ser una machistada malintencionada. Aunque queda patente con qué instrumento musical la ha acompañado su autor, estamos ante una DESCRIPTIO PUELLAE (‘descripción de la muchacha’) bien escrita que, sin embargo, no deja de incurrir en el daño machista.
Establecer las categorías de “lo feo” y “lo bello” sobre la fisonomía o el lenguaje corporal de alguien, e incluso ejemplificar con personas reales, pertenece a la serie de costumbres insustanciales del ser humano que respira por y para conseguir que su entorno le haga un poco de caso, el cual se cree quizá un pelín superior a los demás. Tanto detrás de dicha categorización como de las extinguidas burlas misóginas que antaño siguieron a “¿En qué se parece una mujer a una baldosa?” o a “¿Por qué tienen las mujeres la regla?” subyace la misma actitud inoportuna.
Los comentarios sobre otras damas y señoras de la política, que el autor de la oda lleva a su texto como símiles negativos que contrasta con la corporeidad de Melania (no hay por qué llamarla “belleza”: no conozco a la persona), son dardos tóxicos a la vida comunitaria propios - permítaseme opinar-, más que de un escritor, de un “periolisto” envalentonado y paparazzi que habita las antípodas de la estética medievo-renacentista que ha pretendido convocar.
La etopeya provenzal-trovadoresca y petrarquista de la dama admirada (ya fuera biográfica o inventada) evocaba a una mujer idealizada (rubia, pálida y nívea hasta la transparencia, ojos-esmeraldas, labios-rubíes, cuello de mármol), a una “donna angelicata” (‘mujer angelical’), dueña portante de una perfección tan ideada que no podía concebirse de otro modo sino emulando en la Tierra la belleza divina. Esta DESCRIPTIO PUELLAE se canonizó y caló en España a través de los sonetos del poeta toledano Garcilaso de la Vega, pero no ha sido actualizada, ni mucho menos, con la presente oda a Melania. ¿Que, por las alusiones deformadoras a Kamala Harris y a Michelle Obama, lo que hay por parte del autor es un coqueteo reafirmante de la supremacía étnica blanca en la categoría de “la guapa”? Sí. No se dice en el texto expresamente, pero se puede inferir de sus palabras.
La razón de ser del tópico literario DESCRIPTIO PUELLAE es que, desde la noche de los tiempos y las corrientes artísticas, y salvo posibles excepciones hacia las que los estudios feministas están retro-nadando sin descanso, los hombres han sido los únicos sujetos erotizantes explícitos y las mujeres, las musas u objetos mudos de la erotización. Hoy, el retrato sensual y sexualizado de una chica joven -que se suele tachar de cosificación- es quizá el componente clave en el gran reclamo que provocan las canciones amorosas entonadas por los hombres dentro de los géneros musicales urbanos más populares, como el reguetón o el trap.
Tal es su normalización, así de interiorizado tenemos este arquetipo, que las artistas también recurren al leitmotiv de la DESCRIPTIO PUELLAE y con frecuencia plasman en sus piezas musicales una efigie autoerotizada. Canta Nathy Peluso en su pegadizo hit: “Qué buenas vistas tenés cuando me ponés a cuatro patas. […] Mírame suave que soy frágil, y tan dulce, una mina delicata. […] Con mi mmmh, yo genero debate. […] Una perra sorprendente, curvilínea y elocuente, magníficamente colosal, extravagante y animal. […] No puedo evitar ser maravillosa, dame la golosina que estoy golosa. Soy un desayuno continental, tienes que escucharme con delantal. […] Esta muchacha es clara y concisa. […] I’m a nasty girl, fantastic, este culo es natural, no plastic”. Una tendencia discursiva, donde el sujeto erotizante, ella, coincide con el objeto erotizado, ella, que también se observa en Bad Gyal, La Zowi o Karol G.
En el recién estrenado videoclip de C. Tangana para su bossa nova “Comerte entera”, no podemos apartar la mirada de esa interesante protagonista interpretada por la actriz madrileña Bárbara Lennie. Cada gesto y contoneo suyo nos mantiene absortos; la escenografía y el vestuario no pueden estar mejor clavados. Como “essa mina é um perigo” (‘esa niña es un peligro’), nos pasa que estamos deseando escuchar su voz y su punto de vista. Nos está faltando que nos hable y nos narre ella misma su historia en un largometraje (hola, Little Spain). Nos sentimos tensos por que, por favor, explosione y se expanda su relato mucho más allá de la información que nos proporciona la letra del cantante madrileño: “No, no puedo más que pensar en tu forma de hablar roneando. No, no puedo más que pensar en tu culo al pasar rebotando, y en tu forma de atarte el pelo con una cola para atrás. Quiero agarrarte, no aguanto más, sin comerte entera. No, no puedo más que pensar quién te saca a bailar perreando. No, no puedo más que pensar si él te sabe tocar, como yo, susurrando”.
El arte y la cultura de lo erótico y lo erotizado, el erotismo, han triunfado y nos gustan. La polémica parece radicar en quién erotiza, cómo lo hace y quién es erotizado. Si sirve, yo tengo claro algo. Todas las mujeres tenemos pendiente un salto cualitativo para terminar de sortear los empujones cisheteropatriarcales: consolidarnos como sujetos erotizantes que sexualizan explícitamente -o vuelven antimorbo- todo aquello que resulta objeto de nuestro deseo: a nosotras mismas, al amado, a la amada, a los amantes, al presidente del gobierno (esperemos que pronto haya presidenta), a la primera dama, a la más inesperada de las situaciones... O no busquemos erotizar nada -cada personalidad es única-, pero cantemos, dibujemos, investiguemos, escribamos, comuniquemos, refundamos los tópicos y creemos nuevos.
Hay una cuenta en Twitter, @_LecturaComun_, con la que una culta veterana maña ha abierto en nuestra realidad diaria una ventana de aire limpio y flores bien cuidadas. Desde ella, nos solaza, como en un corrito de vecinas sentadas juntas al fresco a pesar de todo, y en voz alta nos invita a escribir. Su hashtag #TodasEscribiendo es una nota cariñosa que nos llama y congrega a todas para que nos compartamos sobre las letras, un pequeño movimiento, aún latido, que nos arropa y ofrece un café para que no olvidemos, ni mucho menos dudemos, poner por escrito nuestras cosas, las que sean, porque estas cosas serán nuestra memoria de sujetos agentes incondicionales.
De regreso a la sexualidad, las predilecciones y fantasías femeninas existen, pero no se suelen expresar a sabiendas y, en consecuencia, apenas tienen representación. Desde siempre, a las mujeres se nos ha educado para aguantar con candidez y para adaptarnos a todo lo que nos viniera externamente sin cuestionar: somos el histórico sujeto paciente, porque nunca se nos permitió ser un colectivo humano cohesionado y autónomo. Pero hasta aquí. Punto y final. Tecla Intro.
La cómica y guionista madrileña Henar Álvarez ha tratado el tema del deseo intrínseco de la mujer en su novela gráfica La mala leche, ilustrada por Ana Müshell, y así se ha explicado en la entrevista que, el pasado mes de diciembre, la periodista Pilar Martín le hizo para Agencia Efe: “Tenía muy claro que la maternidad es el contexto, pero [la novela] va sobre el deseo. Lo que quería era contar una historia en la que se viese que las mujeres también deseamos, que no solo nos gusta ser deseadas, y mostrar que ese deseo nos puede traer problemas, y nos los trae constantemente. […] [No conozco a ninguna mujer] a la que no la hayan llamado puta, porque en esta sociedad no se está acostumbrado a que se muestre la sexualidad de manera abierta, sobre todo si lo hace una mujer para su propio disfrute. […] Le di muchas vueltas al arranque del libro, porque he escuchado mucho esto de que los hombres, si no tienen lo que les guste en casa, se van a buscarlo fuera. ¿Y nosotras? ¿Qué pasa cuando no tenemos en casa lo que queremos? Por eso quería mostrar un detonante de historia en el que yo pidiese algo, y que, si no se me da, lo quiero buscar fuera de casa”. El detonante de la historia fue real. Después de su parto -cuenta en el programa Los Felices Veinte-, la cómica encontró “ponedor” que su novio le bebiese la leche de lactancia que le iba subiendo al pecho, pero él no quiso hacerlo, y ella, a día de hoy, le sigue echando en cara que no se cumpliera su fantasía sexual. Me parece reivindicativo terminar este artículo con la imagen de unos enormes y rebosantes pezones chorreando leche materna (hola, Instagram) cual volcanes cremosos de placer, ya que solo “pecho” parece que se quedaba eufemístico.