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El tablero de juego en Turquía

Silvia Nortes Manjavacas

Estambul —

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No tienes ni idea de nada. No la tenemos, ninguno de nosotros. Y aun así escribimos y hablamos. De todo, sin cortapisas. Total, siempre habrá alguien que sepa menos. Opinar es gratis. E informar, las más de las veces, también. Lo difícil es decidir. Decidir qué dices, qué escribes. Las palabras que no teclees, las frases que no construyas, nadie sabrá de su existencia. Y seguiremos sin tener ni idea de nada. Porque no la tenemos, ninguno de nosotros. Permíteme, ahora que me lees con más o menos interés, que te cuente el origen de esta reflexión.

Me propuse no escribir, o escribir muy poco, sobre Turquía. Porque uno se siente incómodo tratando temas que desconoce. Por mucho que se conozca, nunca se conoce lo suficiente. Conozco más, seguramente, que los que tienen al kebab como primera referencia. Pero el llevar diez meses viviendo en un país no me da derecho a juzgarlo. Porque no es el mío. “No tienes ni idea”, me decía. “No la tenemos, ninguno de nosotros”.

El problema viene cuando ese país empieza a preocuparte. Cuando pasas de verlo desde la platea y te adentras en bambalinas. Cuando sabes que el rumbo que toma vuelve locas a las brújulas. Que el capitán es tuerto y torpe. Cuando sigue sin ser tu país, pero a veces deseas que lo fuera. Para maldecir a los que lo destrozan, para llorarle sabiéndole tuyo. No tienes ni idea de nada, es cierto. No la tenemos, ninguno de nosotros. Pero Turquía está siendo tan injustamente tratada, que no tener ni idea ya no es una excusa.

Han pasado dos semanas desde que el país se estremeciera con la muerte de más de cien personas que se manifestaban pacíficamente en Ankara por el fin del conflicto entre el gobierno turco y el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Dos semanas en las que Turquía ha ocupado la primera plana de la actualidad internacional. Lejos de crear unión ante la adversidad, el devenir de la política turca está contaminando a una población que acumula recelos, desconfianza y rencores.

Y, ¿quién es quién en este entramado de ataques y culpas? El tablero lo ocupan varios actores fundamentales:

Las amenazas: El Estado Islámico y los kurdos.

ISIS: se le atribuye el atentado de Ankara, aunque no ha reivindicado, a pesar de que una de las características de su modo de hacer sea, precisamente, el marketing. Reivindicar cada una de las masacres que cometen en honor a su bandera negra. ¿Por qué no lo han hecho esta vez? No sabe, no contesta. Si ISIS busca sembrar el terror en el panorama internacional, ¿no habría optado por atentar en Santa Sofía, en la Mezquita Azul, o en cualquiera de las atracciones turísticas que reciben miles de visitas cada día en Estambul? Si, como anunció en agosto el grupo terrorista, considera a Erdogan como un “traidor” que “no ha gobernado según las leyes de Alá”, y pretende “conquistar Estambul, que el traidor Erdogan está intentando entregar a toda costa a los cruzados”, ¿no habrían hecho lo propio? ¿Por qué, entonces, ataca a grupos concretos, como son los opositores al poder de Erdogan y del AKP que se manifestaban por la paz?

No olvidemos, además, que Erdogan y Bachar Al-Assad, el presidente sirio, no son precisamente best friends forever. El levantamiento de los rebeldes sirios le vino al primero ‘de perlas’ para intentar quitar del tablero al segundo. Con este propósito, Erdogan ha estado permitiendo el entrenamiento de los rebeldes en suelo turco y les ha provisto de armamento. Y, ¿adónde han ido a parar muchos de los rebeldes? A las filas de ISIS.

Kurdos: representados en política por el HDP –culpable de haber evitado la mayoría absoluta para el AKP de Erdogan en las elecciones generales del pasado 7 de junio-. El PKK, partido formado en 1978, es considerado como organización terrorista por el Estado turco, la Unión Europea y Estados Unidos. A grandes rasgos, podríamos resumir su razón de ser en la lucha por el autogobierno del Kurdistán. En 1984, el partido se enzarzó en la lucha armada contra el gobierno turco hasta finales de 2012, cuando comenzaron las conversaciones para el proceso de paz entre ambas partes. Proceso que se truncó en julio de este año.

El poder: Recep Tayip Erdogan, primer ministro desde 2003, presidente de la República desde 2014. Amado y odiado a partes iguales. Para unos, el que encaminó a Turquía en la senda del desarrollo en aspectos como sanidad, infraestructuras, y en la economía en su conjunto. Para otros, la figura despótica y autoritaria que pretende revertir el secularismo instaurado en 1923 por el fundador de la república, Mustafa Kemal Atatürk, y convertirse en una especie de sultán con plenos poderes ejecutivos para hacer y deshacer a su antojo. Enfadado, muy enfadado desde que no consiguiera la mayoría absoluta requerida para instaurar una república presidencialista en las elecciones del 7 de junio.

En julio, 32 personas murieron en un atentado atribuido a ISIS –pero no reivindicado- en la localidad kurda de Suruc. Grupos kurdos acusaron al gobierno de no tomar las medidas necesarias para frenar al Estado Islámico, y unos días después el PKK mató a dos policías en la ciudad de Sanliurfa. Erdogan declaró entonces el fin de la tregua con los kurdos y comenzó los bombardeos en la frontera Siria y en el norte de Irak. Con el fin de luchar contra ISIS y, de paso, quitarse a unos cuantos kurdos de en medio.

La oposición: CHP, MHP, HDP… Distintas siglas, distintas ideologías, unidas por su rechazo a la represión dictatorial de Erdogan, plasmada en el arresto de opositores de cualquier tipo y en el abuso del, supuestamente independiente, poder judicial con fines políticos. En 2013, por ejemplo, en el caso conocido como ‘Ergenikon’, altos mandos del ejército, periodistas, abogados, académicos y políticos fueron acusados de conspirar para acabar con el gobierno del AKP, y 17 de ellos fueron encarcelados de por vida.

El pueblo: dividido entre defensores y detractores de Erdogan. Se convocan manifestaciones al grito de “¡estado, asesino!”, mientras que en el campo de fútbol de Konya –una de las ciudades más conservadoras de Turquía- se abuchea a los muertos durante el minuto de silencio. Muertos, recordemos, pertenecientes a sindicatos, organizaciones pro-kurdas… en definitiva, críticos con el presidente y el gobierno del AKP. ¿Sabía el gobierno turco que un ataque de estas características podía suceder y miró para otro lado? ¿Acaso estaba incluso al tanto de este atentado en concreto, y no puso medidas? ¿Ha sido el propio gobierno, a través de la conexión de sus servicios de inteligencia con el Estado Islámico, una de las fuerzas impulsoras de la masacre? ¿Por qué es tan difícil arrestar a terroristas islámicos identificados como tales, y tan fácil detener y encarcelar a periodistas y activistas opositores?

Todas estas preguntas sobrevuelan el país a algo más de una semana para la celebración de las segundas elecciones generales del año. Para más inri, la UE ha decidido ofrecer al país una posición de mercenario ante la llegada de refugiados. Esto ya es otro cantar, del que tampoco tengo ni idea.

No la tenemos, ninguno de nosotros. Pero la injusticia, el terror y el cinismo son universales.

 

 

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