En el patriarcado, todo el mundo está huérfano de madre.
Victoria Sau
Con todo el cariño, para Casilda Rodrigáñez.
-Hoy acabamos con un baño en la playa -anuncia al verme la anfitriona.
Y yo, que no traje traje, le pregunto:
- ¿Hay alguna zona nudista?
Ella levanta las cejas.
-Va a ser que no.
Ingela, una compañera de trabajo de Lady Chor, celebra su cumpleaños y nos ha invitado a pasar la tarde en su casa, junto a amigos y familia. Así, he conocido a Louise, una poeta de origen finlandés que me habla en francés; a Johan, su novio ciclista; a sus antiguas compañeras del cole, que me hablan de sus vacaciones en la Spanish Rivière, y a su sobrino Peer, un veinteañero con un novio brasileño que conoció por internet hace cuatro años. Con él puedo hablar en gallego sobre música y lenguas romances.
-Yo nunca he estado en una playa nudista en Suecia -comenta Louise.
-Pero entonces, ¿no hay playas nudistas? -pregunto yo.
-Haberlas haylas, pero yo no conozco ninguna -insiste Ingela-. Si salimos esta tarde, verás muchas familias. Nadie practica el naturismo en Landskrona.
- ¿Tampoco el topless?
-Normalmente, no.
-Sin embargo, las suecas tenéis fama de acudir a las playas del sur y quedaros en topless o como os daba la gana. Lo hacíais en los años 60, durante la dictadura española, incluso cuando en el resto de países europeos las mujeres aún no se atrevían ni a ponerse un bikini.
-Sí, en el extranjero era mucho más fácil -asiente Alma, la madre de Ingela-. Lo que pasa es que aquí todo el mundo se conoce. Las ciudades son pequeñas, te sientes expuesta.
-Puedes buscar un rincón tranquilo y hacer lo quieras -me propone Louise, como si fuera a picarme o algo por el estilo.
Esta mañana andaba con los hijos de Lady Chorima en la playa de Landskrona, cuando he visto una señora recostada en una tumbona en topless. Y he pensado, ¡mira qué bien! ¡Una de las mías! Al poco, se levanta y veo que lo que había tomado por una señora, era un señor.
-Yo lo viví como un trauma de adolescencia -comenta Chori-. Cuando llegaba septiembre, odiaba las franjas blancas que se me habían formado en el pecho y en las nalgas durante las vacaciones. Mis poquititos habían quedado reducidos a su mínima expresión: arriba, dos triángulos blancos sobre fondo terracota; abajo, piernas morenas y nalgas blancas como la porcelana. Lo peor es que esos cortes duraban buena parte del año. Cuando volvía a uniformarse el color de la piel, llegaba el verano y vuelta a empezar. En mi época del instituto, lo máximo que hacíamos era bajarnos los tirantes para tener un bronceado uniforme. Nadie, ninguna de mis amigas, se planteaba bañarse en cueros de día. Yo tampoco. Además, era de las raras que iba a la piscina y a la playa en bañador, en lugar de bikini. Y había que aguantar ciertos comentarios familiares, por parecer anticuada y estrecha... Yo pasaba olímpicamente, aunque no sé cómo no nos rebelamos antes. Eran los 90, la década más retrógrada que he vivido. Cuando me hice mayor de edad opté por bañarme desnuda o en topless, o no bañarme.
-Los tíos no tienen ningún problema con esas cosas -comenta Ingela-. Que nosotras no podamos ir a pecho descubierto no deja de ser una cuestión cultural.
-Sí, vete a explicarle eso a las mujeres y niñas de origen musulmán que viven en Suecia y se bañan casi vestidas -responde Alma-. Hay algo mal planteado desde el principio. Cabe preguntarse por qué ofenden las mamas de la mujer y no las del hombre. Y a quién ofenden.
-En España, cuando lo de Eurovisión, artistas como Rigoberta Bandini hacían de la teta causa política -les digo yo-, señal de que algo va mal.
-Sólo hay que mirar para los EEUU -asiente Alma, tendiéndonos unos deliciosos kanelbullar que ha preparado para la ocasión.
-Acabarás mal, Rontano -me susurra Chorima, mientras me sirven el cuarto prosecco-. Cuando volvamos a casa te hago un bistec, ¿quieres?
-Pero volveremos muy tarde…
-En 2011 pasé diez días en Cerdeña -continúa Chor-, durante todo ese tiempo sólo me encontré una mujer en topless en la playa… Nos miramos con complicidad y no tardé en saber que era vasca.
-En Brasil sucede lo mismo -apunta Peer-. De hecho, creo que no está permitido el nudismo más que en ocho playas. Las brasileñas van a la playa con bikini de tanga, cubiertas al mínimo, pero cubiertas. Ellos también.
-¿Y eso qué es? -bromea Louise-. ¿Recato? ¿Puritanismo sexy?
-Yo he hecho topless en playas familiares de la costa azul -continúa Chor-. ¡Allí también era la única!
- ¿Y?
-Los páter familias me dirigían alguna mirada reprobatoria, pero yo, con mirar para otro lado… Tampoco soy de quedarme mucho tiempo al sol. Una vez, por casualidad, acabé en una playa naturista, cerca de Niza. Y yo, encantada de encontrar por fin una playa comme il faut, empecé por sacarme el top y luego la braga. Al poco de caminar por la orilla me di cuenta de que era una playa gay. Los tíos eran el 95% de la ocupación en aquel lugar. Me dije, vale, tú a tu bola, y seguí buscando un rincón donde dejar mis cosas y darme un baño.
- ¡Qué atrevida! -dice Ingela, suspirando para adentro.
-No me sentía tan incómoda... Aunque yo pensaba, ¿dónde están las mujeres? ¿Por qué no hay más aquí? Me di un baño, me sequé al sol y cuando me iba, si no es por uno de aquellos Telémacos, me olvido las gafas de sol en una roca.
-Chicas, el próximo encuentro, en una playa nudista -dice la madre de la anfitriona levantando su copa.
Esa noche, Lady Chor y yo nos bañamos desnudas en la playa de Borstahusen. Lo hacemos por nosotras y por nuestras madres y abuelas, tachadas durante décadas de puritanas y estrechas.