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Ucrania: la guerra que no nos han contado

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No, la guerra en Ucrania no es una guerra entre Rusia y Ucrania. Es una guerra entre Rusia y la OTAN, la alianza militar de Estados Unidos y Europa, que tiene a Ucrania como teatro de operaciones. Detrás de esta guerra se encuentra el imperialismo zarista de Putin, pero también la pretensión de la OTAN de llevar sus bases y sus sistemas de misiles Aegis Ashore a las puertas de Moscú. Cuando Rusia ha pasado al ataque, sin embargo, la OTAN ha dejado sola a Ucrania en el campo de batalla. En la televisión francesa, ante las preguntas de periodistas de verdad que en poco se parecen a nuestros tertulianos, Borrell lo ha reconocido abiertamente: “Es un error hacer promesas que no puedes cumplir”. No se puede ser más cínico.

No, enviar armas no va a resolver el conflicto. Solo va a alargar la destrucción de un hermoso país y multiplicar el número de desplazados y víctimas inocentes, mientras los verdaderos actores de esta guerra esperan conseguir una mejor posición negociadora. Enviar armas a un ejército como el ucraniano, en el que abundan las milicias irregulares, es una bomba de relojería que puede convertir el Este de Europa en el próximo Oriente Medio. Para acabar con la guerra hay que apostarlo todo a la diplomacia y en esto hay que ser muy claros: no habrá paz hasta que la OTAN y Rusia se sienten a la mesa de negociaciones.

No, criticar abiertamente el envío de armas o los crímenes de los batallones nazis contra la población civil del Dombás no te convierte en amigo de Putin. Tampoco hay que dejar de censurar la irresponsabilidad del gobierno de Zelensky, que ha conducido a su gente a una guerra confiando en una Alianza Atlántica que lo ha manejado como un títere. Dicho esto, Vladimir Putin es un autócrata de manual, que ha reprimido brutalmente durante décadas a la oposición, a las mujeres feministas y al colectivo LGTBI en su propio país. La izquierda lo sabía y lleva años denunciándolo. La derecha y la ultraderecha, que tanto lo admiraban, parecen haberse despertado ahora.

No, Putin no es comunista. Rusia Unida, su partido, es una formación conservadora y nacionalista de derechas, afiliada internacionalmente a la Internacional Demócrata de Centro como observadora, una organización de la que también forma parte el Partido Popular. Pero los tentáculos de Putin van mucho más allá de la vieja democracia cristiana. Su ideólogo de cabecera, Alexander Duguin, es un habitual de los eventos organizados por la editorial falangista Fides. En 2018 compartió cartel en la 13ª Jornadas de la Disidencia (sic) con el ideólogo de Vox, Iván Vélez, candidato de la formación de ultraderecha por Cuenca y director de su think tank, la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES). El vicesecretario de Organización de Vox en Barcelona, Jordi de la Fuente, ha prologado la traducción al español de las obras de Duguin y en un coloquio en octubre de 2016 en Casa Rusia se confesaba admirador de su Cuarta Teoría Política. De la Fuente quería partidos en Europa que compartieran esos valores tradicionales, “caballos de troya de Rusia en Europa”. La expresión no es mía, es suya. 

No, la guerra de Ucrania no acaba en Ucrania. Rusia es el principal suministrador del gas y el petróleo que consume la Unión Europea. Primero explotan las bombas, después los precios. Solo hay algo peor que la oposición más destructiva de la historia y es que esa oposición te aplauda. Partido Popular y Vox jalean cada anuncio de Sánchez sobre el envío de armas, mientras afilan los cuchillos en casa. Saben que la guerra en Ucrania viene también acompañada por la guerra social en España. Si los precios de la energía ya estaban por las nubes, ahora resultan directamente impagables, con lo que eso supone: deudas, pobreza energética, desahucios y paro.

Hay soluciones. Son las Podemos lleva poniendo sobre la mesa desde principios de esta legislatura: desligar el precio final de la energía del precio del gas, acabando con los beneficios caídos del cielo; crear una empresa pública de energía, como tienen en Francia (EDF) o Italia (Enel). Las derechas han votado a todo en contra con una estrategia clara: rentabilizar el malestar social. Cuanto peor, mejor. A nadie le pilla por sorpresa. Lo que causa perplejidad es la ceguera de los dirigentes socialistas, caminando hacia el precipicio al son de los tambores de guerra.

Lo que pretende nuestra ultraderecha está cada día más claro: un Maidán a la española, una escalada de movilizaciones violentas como ya vimos en el asalto al Pleno de Lorca. Llevan dos años y medio alimentando la retórica del “gobierno ilegítimo”. Ahora creen llegado el momento de pasar a la acción. Provocarán altercados, buscarán a toda costa heridos y hasta muertos y, con la imprescindible colaboración de sus peones en las fuerzas del orden y el sistema judicial, van a intentar tumbar al gobierno. Saben que nunca ganarían unas elecciones por mayoría porque los jóvenes, las mujeres, la clase trabajadora de este país y los mayores que ya vivieron una guerra y una posguerra no pueden ni verlos. No les queda otra. ¡Que suenen las campanas de alarma! Ha estallado la guerra y a los pueblos nos toca defender la paz y la democracia.

No, la guerra en Ucrania no es una guerra entre Rusia y Ucrania. Es una guerra entre Rusia y la OTAN, la alianza militar de Estados Unidos y Europa, que tiene a Ucrania como teatro de operaciones. Detrás de esta guerra se encuentra el imperialismo zarista de Putin, pero también la pretensión de la OTAN de llevar sus bases y sus sistemas de misiles Aegis Ashore a las puertas de Moscú. Cuando Rusia ha pasado al ataque, sin embargo, la OTAN ha dejado sola a Ucrania en el campo de batalla. En la televisión francesa, ante las preguntas de periodistas de verdad que en poco se parecen a nuestros tertulianos, Borrell lo ha reconocido abiertamente: “Es un error hacer promesas que no puedes cumplir”. No se puede ser más cínico.

No, enviar armas no va a resolver el conflicto. Solo va a alargar la destrucción de un hermoso país y multiplicar el número de desplazados y víctimas inocentes, mientras los verdaderos actores de esta guerra esperan conseguir una mejor posición negociadora. Enviar armas a un ejército como el ucraniano, en el que abundan las milicias irregulares, es una bomba de relojería que puede convertir el Este de Europa en el próximo Oriente Medio. Para acabar con la guerra hay que apostarlo todo a la diplomacia y en esto hay que ser muy claros: no habrá paz hasta que la OTAN y Rusia se sienten a la mesa de negociaciones.