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Últimas noticias desde el desierto

Voy y vuelvo de Bolnuevo todo el mes de agosto. Tomo siempre el bus de línea –modelo Volvo Sideral–, que hace la ruta por los pueblos. Una hora y media por el patio trasero del Mediterráneo: donde se percibe que la costa es una prótesis de arena artificial y hoteles sobre orillas de chinarro, minas de almagre, naves de uralita, tuberías irregulares de agua y pedregales.

El autobús lo cogen adolescentes que van a la playa y vuelven en el día, pero sobre todo, jornaleros y jornaleras migrantes, camareras de piso, limpiadoras y barrenderos, corredoras de apartamentos, recolectores de lechuga, vendedores de jarapas. Hablan muy alto, no usan cables en sus móviles, ponen videos sabrosos, relatan su vida en España: “Mandé unas sandalias a mi familia porque hay mucha quebrada en nuestro río y allí no se fabrican”, “Wajà”, “Escucha la KT40 en Santo Domingo, m’hija”, etc...

El bus atraviesa carreteras locales, pistas de grava, espanta los arrendajos, ilumina polígonos sin señalizar, casas lujosas levantadas sin permisos. Aparca en senderos oscuros y allí se bajan mujeres para internarse en la noche sin farolas. Las olas de calor sucesivas que estamos padeciendo en la Región y la sequía endémica les afecta de lleno: en estos paisajes nadie tiene aire acondicionado, ni dinero para poner ventiladores por la noche. Se limitan a ver canales de YouTube tirados en el sofá o en la nave donde duerman. Pero hay más.

En sus conversaciones adivino que muchos y muchas ya se están despidiendo: del conductor del bus que es un hombre cordial –les llama por su nombre–, del novio conocido una noche de bachata, de las amigas del barrio. Han encontrado trabajo en Bélgica, en Tarragona, en Francia. Y me lo cuentan: aquí ya no se planta, aquí ya no te pagan, aquí ya no da más el campo.

Aquí es la Región de Murcia; donde traen agua o la pinchan de los pozos irregulares, sí, todavía. Pero la temperatura del suelo y del agua, los 45 grados del aire, la ausencia de frescor nocturno... Están impidiendo las cosechas de verdura. Aquí ya no hay futuro, me repiten. Nosotras hemos encontrado cultivos en Zaragoza, me cuentan, allí hace fresco todavía.

En el Corán puede leerse: “La fortuna se cansa de llevar siempre al mismo hombre a las espaldas”, nosotras lo hemos dicho hace tiempo: si la Región de Murcia no cambia de modelo económico pronto, nos arruinaremos en un par de años; si no frenamos la desertificación no habrá manera de vivir. Si seguimos poniendo regadío ultra intensivo y sin control nos vamos a la porra en pocos meses. Si no reducimos las macrogranjas lo perderemos todo pronto. Y ya está sucediendo.

Si yo fuera una cínica diría eso de “disfruten lo votado”, porque es cierto: hemos sido nosotras y nosotros las que hemos votado a los políticos sumisos con el agronegocio, llevando por tanto a la ruina a nuestro campo. Y estamos permitiendo que los negacionistas del calentamiento global sigan campando en nuestros gobiernos, acentuando el problema. Sin ordenar el territorio, sin prohibir la edificación o las malas prácticas agrícolas o ganaderas, sin regular el tráfico rodado y sin cuidar el patrimonio natural que nos queda... las lluvias no volverán.

Pero yo tengo esperanza. Creo que España ya se está dando cuenta de las cosas, está sufriendo el cambio climático, pero sabe que hay soluciones. No dejemos que el desierto suba por nuestra tierra. Empecemos ya a poner orden en el campo, cuidemos el planeta. Que la noticia que he oído en el desierto sea un nuevo inicio para todas.

Voy y vuelvo de Bolnuevo todo el mes de agosto. Tomo siempre el bus de línea –modelo Volvo Sideral–, que hace la ruta por los pueblos. Una hora y media por el patio trasero del Mediterráneo: donde se percibe que la costa es una prótesis de arena artificial y hoteles sobre orillas de chinarro, minas de almagre, naves de uralita, tuberías irregulares de agua y pedregales.

El autobús lo cogen adolescentes que van a la playa y vuelven en el día, pero sobre todo, jornaleros y jornaleras migrantes, camareras de piso, limpiadoras y barrenderos, corredoras de apartamentos, recolectores de lechuga, vendedores de jarapas. Hablan muy alto, no usan cables en sus móviles, ponen videos sabrosos, relatan su vida en España: “Mandé unas sandalias a mi familia porque hay mucha quebrada en nuestro río y allí no se fabrican”, “Wajà”, “Escucha la KT40 en Santo Domingo, m’hija”, etc...