El primer equipo federado de fútbol sala femenino calé nace en el barrio murciano del Espíritu Santo: “Algunos piensan que las gitanas no pueden jugar al fútbol”

Dice la actriz y escritora Ana Rujas en uno de sus textos que “la gente de barrio no se revuelve en su propio fracaso por la costumbre de escalar rápido para no caerse”, dice también que es mentira eso de que si quieres puedes porque “uno viene de dónde viene y es quien es”, que ser de barrio condiciona, y que el barrio es un orgullo a veces pero un lastre otras cuando de prosperar se trata.

El del Espíritu Santo en Murcia es uno de esos barrios que cuando sale en los medios lo hace con la delincuencia por bandera. No hay más que buscar el nombre en Google para comprobar que todos los titulares se apoyan en calificativos como 'gueto', 'trapicheo e impunidad' o 'barrio marginal'. El titular es la punta de un iceberg, superficial y frío y, cuando de barrios periféricos se trata, lo que se esconde bajo el agua y en palabras de la politóloga e investigadora Aída Dos Santos es “estigmatización, estereotipo y la forma de excluirlos de los espacios de poder”.

Una brecha social, racial y de género que empiezan a derribar diez niñas de etnia gitana del barrio de Espíritu Santo, donde ha nacido el primer equipo femenino de fútbol sala calé de la Región de Murcia.

“Antes jugábamos en la calle”

Lali, Fefa, Sula, Ñiñi, Amalia, Indara, Toñi, Luisa, Encarna y Dolores son los nombres de las niñas que entrenan cada martes y jueves durante dos horas en el Pabellón Polivalente del barrio y compiten cada sábado en la categoría infantil-cadete de la Liga Federada de la Región de Murcia.

“Antes también jugábamos al fútbol pero en la calle, por el barrio, no como ahora. Ahora jugamos mucho más, sabemos lo que hacemos y cómo hay que hacerlo. Tenemos una rutina, por la mañana vamos al colegio y cuando salgo ya tengo ganas de que sea la hora del entrenamiento para venir y mejorar cada día”, cuenta una de las niñas.

Todo empezó cuando Juan Antonio Garrido, presidente del C.D Calé, propuso la creación de un equipo femenino después de que algunas chicas del barrio le preguntaran si ellas podían jugar como sus hermanos y primos ya lo hacían en el pabellón, con equipación oficial y federadas. Fueron también ellas mismas quienes se buscaron unas a otras para la creación del equipo.

“Al principio éramos como moscas detrás de una pelota, empezamos con partidos amistosos pero no sabíamos jugar, hasta que el chache Juan –forma cariñosa con que las niñas se refieren a Juan Garrido- nos presentó a Lourdes, nuestra entrenadora, y poco después nos dijeron que jugaríamos en la Liga Federal”.

Hace ahora más de un año y medio de aquello, y lo que el fútbol ha traído consigo no son solo victorias y derrotas para las jugadoras, sino un cambio profundo en su forma de ver y entender el mundo: “Antes nos conocíamos casi todas, pero no nos relacionábamos mucho y a veces hasta nos peleábamos, ahora para mí son como de mi sangre, son mis hermanas”, confiesa Dolores mientras mira tímida y con amor en los ojos a sus compañeras, que inmediatamente aplauden y se abrazan con la espontaneidad que caracteriza a quienes atraviesan la niñez jugando en las calles del barrio. Sula, una de las benjaminas del equipo, se anima y explica: “Yo antes no solía salir a la calle, como mucho alguna vez, pero ahora sí salgo más y me relaciono con todas ellas porque son mis amigas”, vuelven a sonar aplausos y risas.

Aprender a perder

Son jóvenes, muy jóvenes, pero su forma de resumir la experiencia en el equipo se encuentra en una misma frase: “Nos ha cambiado la vida por completo”, les pregunto a qué se refieren, responde una de ellas: “Mira, del fútbol yo he aprendido a no pelearme, a relacionarme más con mis amigas, a estar ahí si necesitan mi ayuda”, otra de las niñas continúa: “Yo también he aprendido a esforzarme para conseguir mi sueño, y he aprendido a perder”.

“¿Habéis aprendido a perder?”, la respuesta es inmediata, “Sí –contesta Amalia- hay veces que nos irritamos mucho y lloramos, pero mi partido favorito es uno que perdimos, porque perdimos pero fue con esa ilusión de decir ‘¡qué bien hemos jugao!’ y no pensábamos en el resultado, para nosotras es más importante jugar bien que ganar”.

¡Del barrio al cielo!

El pasado mes de agosto la selección española femenina de fútbol conquistó su primera Copa Mundial, una victoria que convirtió automáticamente a las jugadoras en referentes consagrados para todas las niñas y mujeres que sueñan con dedicarse a profesiones históricamente ocupadas por hombres. Y no es otro el papel que están cumpliendo las jugadoras del primer Club Deportivo Calé femenino en el barrio del Espíritu Santo de Murcia, no solo como jugadoras, también como las mujeres que están rompiendo el techo de cristal dejando de lado lo que la sociedad esperaba de ellas por su condición de mujeres, gitanas y de periferia.

Pero estas niñas no necesitan de una Jenny Hermoso o de una Alexia Putellas para chutar el balón con fuerza, en cuanto a referentes la respuesta es unánime: “¡Lourdes, nuestra entrenadora!”, aclaman todas, sin excepción.   

Ellas saben que no solo juegan al fútbol: “También lo hacemos para mejorar la imagen del Espíritu Santo, porque algunos piensan que las gitanas no pueden jugar al fútbol, las chicas en general, pero todavía menos las gitanas”, dice una de ellas a sus doce años, en un alarde de conciencia de clase, etnia y género que ya quisiera cualquier teórico marxista. A lo que inmediatamente añade la compañera que tiene al lado: “Las gitanas no tienen por qué estar todo el día limpiando la casa, también tienen derecho a hacer lo que quieran, como nosotras jugamos al fútbol, que otras puedan ser bailarinas si quieren también, que dé igual que sean gitanas, moras o lo que sean”. Termina por sentenciar Dolores, a sus doce años: “Porque seamos gitanas no nos tenemos que pedir a los 16, además, si yo más adelante me quiero casar, lo haré por el juzgao”.

No hay milagros, es trabajo social y cooperativismo

Además del talento de las niñas, detrás del Club Deportivo Calé femenino existe un trabajo profesional coordinado de distintas asociaciones e instituciones que creen en la intervención vecinal como herramienta de cambio social.

La fundación del equipo forma parte del Proyecto de Intervención Comunitaria desde el Trabajo en Red en el barrio del Espíritu Santo, financiado por la Unión Europea a través de los fondos NetxGeneration EU derivados de la Consejería de Política Social, Familias e Igualdad de la Región de Murcia y la Concejalía de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Murcia, en colaboración con la Fundación Cepaim.

El corazón de esta red es lo que los propios profesionales denominan 'mesa de entidades', donde todos los implicados se reúnen quincenalmente para dar respuesta a las necesidades y problemáticas del barrio.

“El equipo de fútbol es la parte visible del trabajo, pero existe toda una parte invisible de trabajo detrás muy profunda. Hay una labor de acompañamiento al barrio que se preocupa de materializar sus demandas. Lourdes, la entrenadora, está en la comisión de absentismo del colegio donde van las niñas, y también están los trabajadores sociales que viven el día a día con las familias del barrio, muchas de ellas de las propias niñas del equipo” -afirma Andrea Nieto, coordinadora regional de Cepaim.