La 'orillica del quijal': el antiguo 'truco o trato' que recorría la huerta murciana a principios del siglo pasado
“La orillica del quijal, si no me la das te rompo el portal”. Con esa cantinela, los zagales de la huerta murciana recorrían las casas del vecindario la víspera de Todos los Santos –o Tosantos, como se conocía en aquella época– a principios del siglo pasado, armados con sus calabazas a modo de candil. “Es una costumbre que se pierde en la noche de los tiempos, más antigua que Halloween, pero en Estados Unidos fue evolucionando con el paso de los años y aquí, en cambio, fue desapareciendo poco a poco; aunque ahora hay algunas peñas huertanas que están intentando recuperar esa tradición”, relata a elDiario.es Región de Murcia, Antonio Botías, periodista, escritor y cronista murciano.
Por estas fechas, los huertanos y huertanas se entretenían vaciando las calabazas típicas murcianas –“las totaneras, con forma de cacahuete”–, se les sacaba la carne: “Se les hacían ojos y boca, en la boca les colocaban palillos a modo de dientes, y dentro se ponían las mariposas de luz”, continúa Botías. El 31 de octubre “salían por los estrechos carriles de la huerta de Murcia al caer la noche y los parroquianos con los que se cruzaban fingían asustarse de los zagales y zagalas, que iban casa por casa pidiendo la orillica del quijal”. El quijal es la esquina, “los trozos de tierra cultivadas en las lindes, donde brotaban frutas y hortalizas más pequeñas, de segunda, y que era lo que se entregaba a modo de aguinaldo adelantado”. Solían ser castañas, granadas, higos y otras frutas de temporada, o dulces caseros como los tostones de maíz, los boniatos asados o la carne de membrillo. Pequeños tesoros de la huerta de Murcia que habían sido guardados en el “culo” del arca, “para puntuales agasajos y para estos menesteres y acontecimientos familiares”, explica Juan García Serrano, presidente de la Peña Huertana 'La Crilla'.
Tiempo atrás, Serrano fue uno de los niños que pedía puerta por puerta lo que naciera de la orillica: “Nuestra diversión era ver a los mayores pasar por los cruces de las moreras y asustarlos. O al menos ellos fingían asustarse”, recuerda. Por los portales de las casas, los niños iban canturreando, “la orillica del quijal, si no me la das te rompo el portal”, o la variedad más traviesa “si no me la das me meo en el portal”. Solo unos pocos, recuerda Serrano, cumplían esta última amenaza. El resto, dedicaba trastadas inocentes en las casas de los menos generosos. “Hacían alguna travesura, como coger una maceta de un portal y colocarla en la del vecino, o poner un cartón en la puerta para que le cayera encima al abrir la puerta”, enumera Botías. Estas costumbres quedan recogidas en la prensa de principios del siglo pasado, en El Diario de Murcia de José Martínez Tornel o en Las Provincias de Levante.
No era la única tradición misteriosa que sobrevolaba Todos los Santos en Murcia. “Ahora que está tan de moda la cultura de la muerte en México, está bien recordar que aquí en la huerta se tenía la idea de que las ánimas volvían ese día a su casa a descansar; y se limpiaban las estancias de los familiares fallecidos, se les ponían sábanas limpias, se decoraban y se encendían mariposas y velas”, da cuenta Antonio Botías, quien añade que se les decía a los niños “que no gritasen, que las ánimas estaban descansando; es una tradición que sí que ha permanecido viva en algunas pedanías de Murcia”.
Esta tradición se ha trasladado al cementerio, donde las familias de los difuntos aprovechan esta festividad para limpiar las tumbas de sus antepasados: “Antes eran reuniones donde distintas familias pasaban el día juntas. Eran momentos donde se recordaba a los muertos entre risas”, detalla Serrano. Las tumbas o panteones se engalanaban con crisantemos, dalias o amarantos, flores que más tarde dieron paso a los claveles o gladiolos. Estos cementerios no siempre estuvieron alejados de las urbes: “Antiguamente había uno pegado a la puerta de Orihuela, dentro de Murcia. Cuando llovía y el río subía, hacía que los cadáveres afloraran también con el agua”, recuerda Serrano.
En los cementerios de la huerta se inauguraba el 31 de octubre también el ciclo de difuntos de los auroros –tradición del sureste español–, cofradías que iniciaban sus ritos en las festividades de Todos los Santos, Navidad o las festividades de la Virgen del Rosario o del Carmen. “Son cánticos que tienen sus raíces en ritos mozárabes, cantos polifónicos; en aquella época los protagonizaban hombres de la huerta, ya mayores, que salían por la tarde y por la noche a los cementerios”.
“A poco que nos sumerjamos, aunque sea someramente, en la plural diversidad de costumbres relacionadas entre sí, constataremos que culturas diferentes abrevan en fuentes comunes”, reflexiona Serrano. “La doctrina del Purgatorio y de las almas que han de purgar en él sus culpas durante un tiempo resulta, por circunstancias propias de su entorno, del acomodo de criterios de cada pueblo a unas creencias antiguas y prácticamente universales”, concluye.
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