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No olvidar nunca

Presidenta de la Comunidad Foral de Navarra —
19 de octubre de 2021 21:54 h

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En todos los grandes episodios de violencia política se expresa una frase definitoria: perdonar, pero no olvidar. Es decir, apostar por la reconciliación sin olvidar el pasado. Por ello, quizás lo más importante no sean los diez años pasados sin ETA, sino los próximos años venideros. Por dos motivos, por la fragilidad de la memoria, también de la memoria colectiva; y porque el reto es intergeneracional y, en dos décadas, las generaciones emergentes no habrán conocido personalmente lo que supuso ETA si no logramos un relato de mínimos compartidos.

No podemos olvidar lo que significó el terrorismo de ETA. Debemos emplazar a su constante memoria. De hecho, la ley de Reconocimiento y Reparación de las Víctimas subraya el valor de la memoria como la garantía última de que la sociedad española y sus instituciones representativas no van a olvidar nunca a los que perdieron la vida, sufrieron heridas físicas o psicológicas o vieron sacrificada su libertad como consecuencia del fanatismo terrorista.

De la mencionada ley, surgió el Centro Nacional para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo, que tiene como objetivo preservar y difundir los valores democráticos y éticos que encarnan las víctimas del terrorismo, construir la memoria colectiva de las víctimas y concienciar al conjunto de la población para la defensa de la libertad y de los derechos humanos y contra el terrorismo. Por cierto, el Gobierno de Navarra recientemente ha concedido a su director, Florencio Domínguez, la Cruz Carlos III El Noble de Navarra.

Todos los pasos que se produzcan en torno a la reconciliación desde la humanización son bien recibidos. Por ello, la reciente declaración de la izquierda independentista vasca es un paso en la dirección correcta. Porque la meta final no puede ser otra que la existencia de un convencimiento consensuado y unitario sobre la condena a la violencia política. Esta no es sino el nido que acurruca al fascismo.

Ahora que se cumplen 10 años de su disolución es necesario afirmar que ETA fue, en democracia y durante décadas, un agente vulnerador de los derechos humanos de la población, especialmente la vasca y la navarra. La práctica terrorista de ETA fue condenada por los demócratas y defensores de los derechos humanos de todo el mundo, incluidas la ONU y la Unión Europea.

Porque luchamos por una democracia sin terrorismo, lucharemos por una democracia con memoria. El fin de la violencia fue unilateral, sin contraprestación alguna. La derecha de Navarra y de España mintió diciendo que Navarra se vendía. Era mentira, y hoy todos y todas hemos podido comprobarlo: 10 años después, ni la violencia ha rebrotado, ni el estatus jurídico-político de la Comunidad Foral de Navarra ha cambiado. Fue un gran triunfo colectivo, nos debemos sentir orgullosos de la superioridad moral de la democracia, pero no debemos olvidar que las mentiras deshacen la historia, y a la larga la convivencia.

Decía Tzvetan Todorov que en el mundo moderno, el culto a la memoria no siempre sirve para las buenas causas. No todos los recuerdos del pasado son igualmente admirables, cualquiera que alimente el espíritu de venganza debe ser rechazado. Como rechazada debe ser la manipulación política de las víctimas del terrorismo, sobre todo cuando dicha manipulación pretende condicionar las políticas de gobiernos democráticos.

Es necesario implementar una memoria crítica y ejemplar que sea potencialmente facilitadora de espacios de convivencia en la actualidad, y creadora de anticuerpos contra la vulneración de los derechos humanos.

Esta memoria ejemplar puede sustentarse en un criterio universalmente aceptado como es el diálogo entre personas diferentes que construyen relatos veraces. El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento desemboca, a fin de cuentas, en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado para mejorar el presente, aprender las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy en día y separarse de “mi verdad” para ir al encuentro de la “verdad del otro”.

En demasiadas ocasiones, construimos el concepto de paz como ausencia de violencia. Sin embargo, el concepto de paz es una construcción positiva. Es el equilibrio y la estabilidad entre todas las partes que componen una comunidad. El paso siguiente a tolerar, a la tolerancia, es la integración, la construcción de la paz. 

El concepto positivo de integración social enlaza con las divisas de la revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad. Comulga con el concepto de felicidad que se alojó en nuestra Constitución de 1812. Se aloja en el corazón del pensamiento del republicanismo cívico.

La cultura de la violencia no ha traído, ni traerá nada bueno a nuestro país. Cuidado con abrirle la puerta a la arbitrariedad y a la fuerza de la violencia para resolver conflictos. De eso sabemos mucho en nuestro país. Cuidado con legitimar violencias pasadas; golpes de estado o luchas armadas. Hay que transformar los conflictos en paz con empatía, diálogo, sin violencia y de forma creativa, un proceso sin fin. Como un horizonte a perseguir. 

Soy consciente de que para la paz positiva no hay un camino, la paz es el camino. Por ello, es necesario un diálogo entre nuestro actual estado de paz imperfecta y la paz positiva a alcanzar. Es un proceso institucional en permanente construcción. No es algo acabado y definitivo. Se hace realidad en la práctica y se fortalece en el constante ejercicio de la ciudadanía.

La paz apela a los corazones, pero las acciones por la paz apelan a nuestro cerebro. Ambos son necesarios, de hecho, indispensables. Es indispensable un vínculo válido entre cerebro y corazón. Por ello, como Presidenta de Navarra apelo a construir una paz en positivo apelando a nuestro corazón desde nuestro compromiso institucional.

El compromiso institucional del Gobierno de Navarra toma forma en el I Plan Estratégico de Convivencia de Navarra. Una propuesta política que se basa en una reflexión colectiva sobre los derechos humanos; la convivencia entre diferentes opiniones e ideologías, identidades, opciones sexuales y de género, visiones laicas y religiosas, culturas y orígenes; el reconocimiento y aplicación de derechos de las víctimas del terrorismo y de la violencia política; la construcción de una memoria crítica e inclusiva; la necesidad de educarnos y aprender para convivir y la ejemplaridad de las instituciones y su capacidad para ser referentes de convivencia.

Respeto, diálogo, cooperación, innovación y nuevos enfoques forman parte del ADN del Gobierno de Navarra y, por tanto, también del Plan Estratégico de Convivencia.

Como dejó por escrito Guillermo Múgica, fundador del Foro Gogoa, recientemente reconocido por el Gobierno Foral, la memoria abriga una clara intención de verdad, justicia y reparación para todas las víctimas, y de consolidación de una convivencia en paz sobre la base del respeto de todos los derechos humanos para todos y todas y del rechazo a toda violencia como instrumento de acción política. 

Y para aprender del pasado sin dejar de mirar al futuro, los gobiernos de España y de Navarra hemos desarrollado las unidades didácticas de memoria y prevención del terrorismo, que desarrollan contenidos adaptados a la Educación Secundaria Obligatoria y el Bachillerato, de manera que nuestros jóvenes cuenten con la información suficiente para forjarse una opinión propia sobre la historia de la violencia de origen político en nuestro país.

Pero más allá de las acciones concretas, quiero reivindicar la suficiente altura de miras para evitar el enfrentamiento en un plano tan sensible. Seamos dignos de recoger el legado de las víctimas que, en su pluralidad política e ideológica, fueron asesinadas u obligadas al exilio por su lucha en común por una sociedad en la que la libertad, la democracia y el estado de derecho prevalecieran sobre la sinrazón de unos pocos violentos que trataron de amedrentar e imponer sus ideas por la fuerza.

Porque juntos, como sociedad, les cerramos toda fuente de financiación económica o justificación ética o política. Porque vencimos, porque ganamos de la mano de la razón, es tarea ahora, una década después, construir un relato que conduzca a la superación compartida de un tiempo oscuro.

En todos los grandes episodios de violencia política se expresa una frase definitoria: perdonar, pero no olvidar. Es decir, apostar por la reconciliación sin olvidar el pasado. Por ello, quizás lo más importante no sean los diez años pasados sin ETA, sino los próximos años venideros. Por dos motivos, por la fragilidad de la memoria, también de la memoria colectiva; y porque el reto es intergeneracional y, en dos décadas, las generaciones emergentes no habrán conocido personalmente lo que supuso ETA si no logramos un relato de mínimos compartidos.

No podemos olvidar lo que significó el terrorismo de ETA. Debemos emplazar a su constante memoria. De hecho, la ley de Reconocimiento y Reparación de las Víctimas subraya el valor de la memoria como la garantía última de que la sociedad española y sus instituciones representativas no van a olvidar nunca a los que perdieron la vida, sufrieron heridas físicas o psicológicas o vieron sacrificada su libertad como consecuencia del fanatismo terrorista.