Huertas solidarias en Navarra: los solicitantes de asilo siembran la comida de 900 familias necesitadas
En un terreno de 1.200 metros ubicado en el término municipal de Puente la Reina, a 24 kilómetros de Pamplona, Boubacar no siente miedo mientras planta ajos en una fría mañana de noviembre. En Malí, de donde proviene, no podía disfrutar de su trabajo como agricultor por la amenaza de una guerra que le hacía temer por su vida cuando salía de casa para ir a ganarse el jornal. El producto que aquí siembra es uno de los que más tarda en ser cosechado y, de hecho, se espera que en julio comience su recolección. Para esa fecha, este joven de 20 años no sabe si le habrán respondido favorablemente a su solicitud de asilo. A quien sí le han contestado hace unas semanas es a su compañero Pierre. Y se le han denegado. Pese a ello, ha decidido continuar asistiendo al voluntariado impulsado por la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Navarra para ayudar a los jubilados de la Asociación de Mayores Lacarra a mantener en marcha el proyecto ‘Huertas Amigas’. Con él, ceden al Banco de Alimentos hasta 50 toneladas al año de productos frescos como patatas, calabazas, lechugas, tomates o berzas. Este es el fruto de un voluntariado del que se benefician hasta 900 familias vulnerables de la comunidad foral, mientras ellos asumen una cruda realidad: que el 95% de las solicitudes de asilo son rechazadas en nuestro país.
Un martes a las 7:00 horas un grupo de seis varones de entre 18 y 40 años se pone en marcha. Han pasado la noche en los recursos con los que cuenta CEAR Navarra para dar cobertura al programa de acogida y asilo que llega a un total de 90 personas en el territorio. Se desplazan en autobús al punto donde han quedado con Manuel Burguete, el presidente de la asociación Lacarra, para trasladarse desde Pamplona a la hectárea y media de huerta que trabajan una vez a la semana en Puente la Reina. A las 8:00 horas se encuentran con otros 12 socios jubilados. Dos de ellos han preparado la tierra previamente con un tractor y un rotavator para tener los surcos listos antes de comenzar la siembra. Boubacar habla bámbara y, según explica con la ayuda de Mamadou, un traductor de CEAR que atiende a elDiario.es por teléfono, abandonó Malí en 2018 huyendo de la guerra del Sahel, el terrorismo yihadista y los continuos enfrentamientos entre grupos étnicos. Era agricultor en un país que sufre de continuas sequías e inclemencias meteorológicas que lastran las campañas agrícolas. “Salir e ir a trabajar a veces daba miedo, no se podía trabajar bien porque lo hacías con miedo a que te mataran, aunque trabajaras en el campo”, lamenta. Para él, sería un sueño poder ganarse la vida como agricultor en España.
Esta es la primera vez que la entidad impulsa un voluntariado realizado por solicitantes de protección internacional. “El objetivo de este proyecto es la inclusión de las personas y no solo su integración”, explica Arkaitz Alzueta, técnico de integración social y encargado de proyectos sociocomunitarios de CEAR Navarra. Matiza que la inclusión persigue algo más ambicioso que la simple incorporación a la sociedad de aquel que viene de fuera, ya que pone el foco en el beneficio mutuo: “Que le gente de aquí pueda aprender de los de fuera y también al revés, que el que viene a vivir aquí pueda contextualizarse”, explica. Él propuso a los jóvenes subsaharianos iniciar el proyecto y ellos accedieron. Se comprometieron y son quienes ahora se coordinan y organizan con los mayores para trasladarse a los terrenos una vez a la semana. No faltan nunca y no importa el tiempo meteorológico que haga. De hecho, los mayores intentaron en varias ocasiones realizar la misma actividad con otro tipo de grupos y la experiencia no funcionó. “Para mí este proyecto era interesante porque ellos aportan también a la sociedad de acogida, que se beneficia con su trabajo. Además, me pareció una idea muy bonita que las personas que normalmente reciben voluntariado sean las que hagan voluntariado”, abunda Alzueta. Destaca por ello el perfil de los subsaharianos por su compromiso, sus ganas de trabajar y su sentido comunitario. “Ese sentido del pueblo, del trabajo y del beneficio comunitario es lo que creo que hace que ambos colectivos se estén entendiendo tan bien”, considera.
La capacidad de trabajo, la disciplina, la generosidad y solidaridad de jóvenes como Boubacar, Pierre, Oumar, Demba, Oussou o Laimar es algo que reconoce el presidente de la asociación Lacarra. “Nosotros tenemos más de 70 años, así que el contar con jóvenes, gente trabajadora y disciplinada nos viene muy bien, porque algunas personas de la asociación ya empiezan a dejarlo”, confiesa. El proyecto nació hace 10 años y, ahora que las fuerzas comienzan a flaquear para los 40 jubilados que toman parte de él, confía en que la colaboración con CEAR Navarra se refuerce para que no desaparezcan los frutos del mismo. Además de esta huerta, la asociación cuenta con un total de dos hectáreas repartidas en varios terrenos de regadío en Pamplona, Lezaun o Lumbier. Pertenecen a particulares o les han sido cedidos por los ayuntamientos. Hasta el momento, los jóvenes subsaharianos les han ayudado a desbrozar, plantar, recolectar y a trasladar al Banco de Alimentos hasta 30.000 kilos de patatas y 4.000 kilos de calabazas.
Algunos de ellos llevan en España un año. Otros apenas unos meses. Han empezado a estrechar lazos con los mayores y recientemente compartieron una comida y pasaron el día juntos en la Foz de Lumbier. Durante el intercambio han compartido la dura experiencia de atravesar el Mediterráneo en patera arriesgándose la vida. “Nos han contado su experiencia del viaje y nos han enseñado unos vídeos tremendos, tremendos”, reconoce Burguete. Todos ellos llegaron por la ruta canaria, como Oumar, que proviene de Gambia. Según traduce Mamadou, su viaje en patera duró 9 días. Las dificultades, la escasez y una vida dura en su país le obligó a tomar la decisión de venir a España. “Si las cosas hubieran sido de otra manera no habría venido aquí”, sostiene, para destacar también la fuerza de los mayores que continúan labrando la tierra: “Los abuelos son gente muy valiente, son mayores, pero todavía tienen ganas de trabajar y de hacer cosas. Estoy contento de estar aquí trabajando con ellos”, señala. Tiene 40 años y cuenta que toda su vida trabajó en Gambia como soldador. Era analfabeto. “Desde que he llegado aquí estoy aprovechando mucho el tiempo y ya puedo leer y escribir”, explica quien mejor entiende y se expresa en castellano del grupo. Dentro del programa ofrecido por CEAR, Oumar y sus compañeros estudian hasta tres horas de idioma al día. A quien le gusta mucho estudiar y se aplica en ello es Pierre. También Lamine, quien tiene 19 años y proviene de Senegal. En su país era estudiante y asegura que aquí le gustaría ganarse el sueldo siendo carpintero o soldador. Antes de mediodía, él y los otros cinco jóvenes han terminado de hincar en la tierra cerca de 12.000 ajos.
En Navarra, el número de peticiones de asilo se ha multiplicado en los últimos años. En 2020 se realizaron un total de 972 frente a las 325 de 2018. De estas, solo un 5% logra el estatuto de refugiado en España frente al 33% de la media europea. Según explica Alzueta, antes de estallar la pandemia en 2020 el perfil mayoritario del solicitante era el de personas y familias procedentes de América Latina, sobre todo de países como Venezuela. El cierre de fronteras y la imposibilidad de viajar provocó una caída del 25% de estas llegadas y un cambio en el perfil mayoritario del solicitante actual, que es el de hombre solo procedente del Magreb o del África Subsahariana. Pero para ser considerado refugiado es preciso demostrar que en el país de origen existía un riesgo para la propia vida e integridad personal. Y no siempre es fácil hacerlo cuando se llega con lo puesto. Una vez que la solicitud es denegada, la situación administrativa se complica y entre las vías para resolverla, señala Alzueta, se encuentran la del arraigo laboral o el arraigo social. “Pero si no tienes trabajo, no tienes papeles, y si no tienes papeles, no tienes trabajo. Es la pescadilla que se muerde la cola”, lamenta. Insiste en que la inmensa mayoría de las personas que llegan a España en esta situación no quiere vivir de las ayudas del Gobierno. “El éxito es encontrar trabajo, nadie quiere depender de ayudas. Eso es algo que no se lleva bien y estos chicos lo que buscan es una oportunidad”, abunda.
Una vez han acabado de plantar y de sacudirse la tierra, Pierre y Oumar se suben al coche de Miguel Esquiroz, coordinador de la asociación Lacarra, para finalizar el proceso de entrega de los productos frescos a la sede del Banco de Alimentos en Puente la Reina. En dos naves del polígono industrial Aloa guardan la cosecha que van repartiendo mensual o semanalmente, en función de las entregas programadas por el banco a las familias. Oumar y Pierre ayudan a tres jubilados a levantar 600 kilos de patatas, 250 kilos de cebollas y otros de 300 de calabazas. Los introducen en la furgoneta de la asociación y los descargan en el local desde donde se repartirán a 150 familias de la zona que aguardan el fruto de la siembra. Mientras, también ellos esperan cosechar una respuesta en la tierra que les puede acoger.
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