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Una “venganza” contra el silencio en la sima de El Raso

Una lápida, colocada entre 1961 y 1962, señala la zona en la que está ubicada la sima de El Raso / Foto: cedida.

Garikoitz Montañés

“He emprendido una venganza poco reprobable. Quiero recordar que lo que pasó en la sima de El Raso nunca debió pasar. Se trata de revelar una barbarie para evitar su repetición. Pero no busco culpables; yo le he dado la mano a la persona que disparó a mi abuelo”. Balbino García de Albizu, de nombre y primer apellido idéntico al de su abuelo, es una de las voces de referencia en las exhumaciones realizadas en este punto de Urbasa (Navarra), y no solo porque sea un familiar directo de una de personas (se encontraron diez cadáveres) que fueron fusiladas en 1936 y destinadas a esa sima, sino porque también es uno de los 100 voluntarios que ha colaborado para que nueve de esos restos puedan ser identificados. Y, para ello, ha habido familiares que han tenido que poner dinero de su bolsillo porque, hasta el momento, el Gobierno Foral se ha negado a financiar las pruebas de ADN. Y, con todo, García de Albizu asegura que la pelea ha merecido la pena.

García de Albizu, nacido en San Sebastián, tiene antepasados en el valle de Améscoa (Eulate). Originalmente, Balbino García de Albizu, su abuelo, era una de las tres personas que se sabía que reposaban en la sima de El Raso, junto a Gregorio García y Balbino Bados. Y eso a pesar de que el hijo de aquel Balbino y padre del Balbino actual siempre le ocultó qué había pasado, algo que este aficionado a la Historia (en realidad es perito industrial químico) considera habitual en Navarra: “Había mucho dolor y mucha gente que no quería hablar para ahorrarnos que nos contagiáramos de un dolor tan profundo, que les acompañó mientras vivieron. Mi padre se murió sin que supiera el porqué de tanto silencio”.

Finalmente, se enteró de qué le ocurrió a su abuelo por el contenido de una novela que nunca fue publicada. En origen, se pensó que la sima de El Raso acogía los cuerpos de esos tres fusilados, pero finalmente se promovió una exhumación en marzo de 2013, a través de ayuntamientos del valle y la Sociedad de Ciencias Aranzadi, tras la que se encontraron diez cuerpos. Nueve de ellos ya han sido identificados, y todos proceden de diferentes orígenes y oficios, pero tienen un denominador común: estaban vinculados a la UGT. Los nombres son Joxe Urbizu (20 años, de Zegama), Clemente Araña (29 años, Etxarri Aranatz), Narciso Artola (32 años, Etxarri Aranatz), Paulo Garciandía (43 años, Etxarri Aranatz), Andrés González (32 años, Calahorra), Antonio Maiza (30 años, Etxarri Aranatz), Balbino Bados (29 años, San Martín de Améscoa), Gregorio García (48 años, Muneta) y el propio Balbino García de Albizu (59 años, Eulate).

El proceso, basado en la colaboración de un centenar de personas de forma voluntaria y que arrancó en torno a 2011, no ha sido fácil. Porque el objetivo era que los ayuntamientos de Améscoa y Sakana adelantaran la financiación y, después, la solicitaran al Gobierno Foral, que por ley debe asumir esos costes (las pruebas de ADN se han valorado en alrededor de 10.500 euros). Sin embargo, el Ejecutivo rechazó en enero de 2015 esa petición (no había convocatoria de subvenciones para ello; y ahora se han tramitado, pero ascienden a 25.000 euros), como denunciaron los familiares y la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, y los consistorios la han recurrido. Y, mientras tanto, tres familias, las correspondientes a las tres personas que se sabía de entrada que esperaban la exhumación en la sima, han asumido cada una el pago de 500 euros.

“El pasado, una asignatura pendiente”

García de Albizu, a sus 72 años, prepara ahora un tomo, el quinto de la serie Conociendo el pasado amescoano, en el que quiere seguir investigando en la historia de la zona, con sus blancos y negros, “sin rencores pero sin ocultar la verdad”. Defiende que “el pasado es siempre una asignatura pendiente, algo con lo que estamos en deuda”, además de con esas personas cuya historia se había guardado “detrás de un biombo”.

De ahí que ahora este escritor quiera recordar a todas las personas que han colaborado (menciona expresamente a Amaia Urkijo Artola, nieta de Narciso Artola, uno de los exhumados), sobre todo con su tiempo y su trabajo, en rescatar lo sucedido. Se refiere a los testimonios vecinales, a la labor de los investigadores y a la de los forenses. Todo, asegura, “ha merecido la pena”, por confirmar que en la sima había diez nombres que debían recordarse. “Hemos recuperado lo más valioso, y eso no tiene precio”, cuenta. Ahora espera seguir adelante para identificar al décimo cuerpo, sobre el que ya hay indicios, y para dar una sepultura definitiva a los represaliados de la sima de El Raso.

(Edición actualizada).

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