Confieso haber hecho un 'live'
Tiradme tartas de nata a la cara: hoy he hecho un live. No me he podido contener. ¡Lo han visto cuatro personas en directo! (Muchas me parecen, para tanta oferta audiovisual). Hoy hemos tenido un día muy ocupado. Antes de levantarme de la cama valoré la opción de reparar la escayola del techo del cuarto de baño, pintar una pared de la habitación de Eleonor y, viniéndome muy arriba, darle una capa de barniz a algún trozo del parqué. Envuelta en la burbuja protectora del edredón, me vi capaz de eso y más. ¿Y si me pusiera a terminar de digitalizar las cintas VHS? El video lleva años conectado al ordenador, sacándome la lengua con una cinta a medio introducir, desde hace aproximadamente tres años. ¿Y si ordenara a fondo los armarios de la cocina? ¿Y si me animara a revisar y tirar mis viejas agendas? ¿Y si escaneara el álbum de fotos de mis padres? Eran las nueve y media de la mañana y me sentía todopoderosa.
Al final, no he hecho ninguna de esas cosas, pero he hecho un live. Dadme la bienvenida al mundo de los grandes egos y la innecesaria saturación digital. Gracias, queridos followers. En realidad, estoy exagerando, porque el directo ha durado cinco minutos y el que ha dado la cara ha sido Alberto, al que he arrojado a los leones vilmente. El live ha sido solo el prólogo de unas cuantas horas de radio desde casa. Alberto y yo llevamos años haciendo un podcast muy loco titulado Pobres Chavales, que consiste en dedicarle un capítulo a cada disco de Depeche Mode y hablar de él hasta que no podamos más. Esto da por resultado episodios que duran entre tres y cinco horas. Eso solo lo aguantan los muy fans pero, afortunadamente, hay muchos más depecheros de los que os podéis imaginar. Siempre hay uno escondido en algún rincón inesperado. De hecho, hay una presidenta autonómica que lleva la portada de mi disco favorito de Depeche Mode tatuado en el brazo, pero no hablemos ahora de la pésima gestión de la crisis del coronavirus en Madrid, que no es el momento.
Programas de radio tan largos no son fáciles de hacer, pues necesitan su tiempo de preparación, grabación y edición. El coronavirus nos ha dado la oportunidad de dedicar el día a lijar y barnizar la mesa de la entrada o a hablar varias horas de nuestro grupo favorito. Adivinad qué hemos elegido. El caso es que tampoco nos sobraba el tiempo: teníamos que hacerlo encajar entre la videollamada de celebración del “cumpleaños en remoto” de O., una amiga de nuestra hija Eleonor, y los aplausos de las ocho, hora límite para toda actividad productiva en esta esta casa (a excepción de escribiros estas líneas, un ritual que cada día sucede a una hora más tardía; perdonadme, compañeros). Así pues, preparamos nuestro pequeño estudio de grabación en una habitación y esperamos a que Eleonor cantara el cumpleaños feliz para empezar a grabar pero, en lugar de eso, salté con la idea del live, no pude reprimirme. En él, saludamos, hablamos un poco de la importancia de la música en el confinamiento, mostramos cómo nos las apañamos para grabar y enseñamos nuestros libros de Depeche Mode. Pese a la reducida audiencia que convocó, me provocó una loquísima ilusión de salida al mundo; ahora comprendo de dónde viene el desenfreno por los directos estos días.
Tres horas después, seguíamos conversando incansablemente sobre nuestro grupo favorito y, apenas habíamos llegado a la mitad de la escaleta, cuando los aplausos nos obligaron a parar. Salimos y le dimos con fuerza, como en un tablao flamenco, hasta que el picor nos entumeció las palmas y el repiqueteo fue decayendo. Hoy sin música, se nota que es lunes.
Ayer, en la radio, un humorista le pedía a sus vecinos que dejaran de aprovechar la cuarentena para hacer reforma en casa: poner un cuadro que lleva meses sin colgar, vale; redecorar el salón es un poco pasarse. Me hizo gracia el chiste, hasta que he bajado la basura y he visto algo que me ha hecho subir a casa soltando improperios. Cuando vuelvo de tirar las bolsas habitualmente Alberto no me hace mucho caso porque me he convertido en “la policía del reciclaje”. Es verdad que no he visto a nadie pegarse un berrinche como el mío por encontrar un bote de Nesquik de metal en el contenedor del orgánico. Y es posible, también, que me lo tome tan en serio que mi familia tenga miedo de tirar el papel manchado de aceite en el cubo equivocado. Por eso, a veces tiro la basura a los contenedores mirando para otro lado, porque me pongo histérica y un día voy a empezar a revolver entre la porquería y a reordenar los residuos. Pero lo de hoy… encontrarme un sofá de dos plazas tirado en la basura es algo que no me esperaba. Es verdad que feo era un rato. Y viejo. Pero, como diría mi madre, yo tambien soy fea y vieja y me aguanto. “¿A quién se le ocurre tirar un sofá a la basura en plena cuarentena?”, bramé, entrando en casa, dejando salir el humo por las orejas. Os quejáis de la policía del balcón pero si algún día os topáis con la policía del reciclaje sentiréis lo que es el miedo.
La moraleja para hoy es que hay que medir mejor las fuerzas. Ni vamos a pintar el salón (que, además, ni siquiera tenemos pintura en casa) ni se puede contar todo lo que hay contar sobre un disco de Depeche Mode en una tarde. Y lo del sofá… es un asunto tan turbio que no me cabe ni en la moraleja.
Vivimos días de optimismo porque la cifra de muertos de diarios debido al COVID-19, siendo estremecedora, sigue descendiendo. 135.032 son los contagiados oficiales en España; 648.557, en Europa y 1.136.851 en el mundo.
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