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Aprender a detectar la violencia machista es tan importante como aprender a leer

Una ilustración del libro 'Soy solo mía'

Rocío Niebla

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Como todos los jueves, la Ratona fue a degustar manjares con sus colegas, y allí, leche y queso en mesa, su pandilla la notó triste. A cada poco, muy nerviosa miraba el reloj y cuando le preguntaron qué pasaba, respondió: “Quiero llegar pronto a casa antes de que Ratón se preocupe por mí”. Hace semanas que Ratón está áspero y le suelta más bufidos que palabras. Y cuando le grita, o le quita la cara para no besarla y teatralizar su enfado por nimiedades, le dice: “¿No ves que todo lo hago por ti? Te quiero tanto, dime que eres solo mía”. 

El Ratón le mira el móvil, le prohibe pintarse los labios colorados e ir al cine con sus amigos. Cada día ella se hace más pequeña, encoje, mientras que la corpulencia de él se transforma en robusta forma gatuna. El miedo acaba ocupando el lugar de la alegría. Hasta que, esquivando un zarpazo del gato, sale huyendo y pide ayuda a sus amigos y amigas. Soy solo mía (NubeOcho, 2022) es el cuento ilustrado y escrito por Raquel Díaz Reguera que trata de hacer visible las violencias machistas a los lectores más pequeños.

Cuenta la autora que la idea le surgió leyendo La Ratita Presumida. En una sus múltiples versiones, la Ratita barriendo la puerta de su casa se encuentra una moneda, y con ella decide comprarse un lazo para estar muy preciosa. Distintos animales obnubilados por su belleza le proponen matrimonio y ella decide quedarse con el gato. El felino la quiere más como comida que como amante y es el ratón quien acaba salvándola del asesino. Díaz Reguera reflexiona: “Pensé en esa pobre ratita, que lo único que quiere es estar guapa para gustar a los pretendientes, su objetivo es casarse. Y me impresiona que de la lista ella elija al gato, al peligro”. He ahí el guiño que en su cuento hace sobre la evolución del ratón, que de compañero e igual deriva al malvado gato que quiere anularla y aniquilarla. 

La autora quería poner la lupa en distintos comportamientos abusivos dentro del seno de la pareja, antes incluso de llegar a la violencia física. Dice que es importante que los niños y las niñas detecten las conductas vejatorias cuanto antes para echar el freno de mano. “Vivimos en una sociedad en la que hay que estar emparejada cueste lo que cueste. Como si fuera el destino último en la vida de las mujeres, haya trato bueno o malo en la relación”, dice. En el cuento queda reflejado el autoengaño, la justificación de lo injustificable y el sentirse culpable porque la víctima está supuestamente haciendo algo mal. También trata otra condena (o cadena) que tienen “las ratitas”, como la obligación de estar siempre jóvenes y hermosas porque “ha sido el objeto ideal en la casa de un hombre”.  

Materia obligatoria en los centros escolares

Elsa García Sánchez es maestra en dos escuelas públicas de Torrejón de Ardoz. Educa en la igualdad, en el buen trato y en el rechazo a cualquier tipo de violencia desde todas las esquinas del centro. La educación en el respeto es algo trasversal, pero en sus clases hay tolerancia cero a hablarse mal, a las malas palabras, a los tonos desagradables y, por supuesto, nada de levantarse la voz. La maestra hace bandera de educar en la amabilidad y con palabras intencionadamente cariñosas. “Yo he sido muy gritona pero ya no. Si tengo que enseñarles el respeto, la primera que tiene que respetarlos soy yo. Si hay que llamarles la atención o regañarles, me pongo al nivel físico de ellos o incluso más bajita y mirándoles a los ojos les hablo”, asegura. Buenos tratos para niños y niñas libres de los malos tratos. 

García Sánchez dice que la educación en el buen trato, en la empatía y en la firme idea de que niños y niñas son exactamente iguales es el remedio a la lacra llamada machismo: “Les introduzco la violencia de género como lo que es: un tipo específico de violencia, a la que rechazamos exactamente igual que lo hacemos con el resto, pero explico que esta es específicamente la que sufren las mujeres y niñas por el mero hecho de serlo”. Y les puntualiza que puede venir tanto por parte de sus parejas como “de un sistema social que está construido y estructurado para que los varones se desarrollen en todos los ámbitos con muchas más facilidades y derechos que las mujeres”. Por tanto, la maestra considera primordial nombrar las violencias, darlas a conocer y que ellos y ellas sepan detectar entre la violencia física, psicológica, vicaria, simbólica o la mediática. 

“Les cuento tal cual, sin edulcorar y llamando a cada cosa por su nombre. Para ayudarles a entenderlo y que lo reciban de una forma sana y eficaz utilizo los cuentos, que son un recurso valiosísimo para presentar estos conceptos e ideas de una forma menos agresiva”, explica. El libro Arturo y Clementina es de sus favoritos ya que en el aula visualizan a la tortuga hembra triste y agobiada, con el caparazón cargado de objetos, y les sirve para que entiendan los efectos de la violencia psicológica. “No se trata de generarles miedo, sino de que sepan reconocer, nombrar y, si llega el caso, gestionar y actuar”, asegura.

Les cuento la violencia tal cual, sin edulcorar. Para ayudarles a entender y que lo reciban de una forma sana y eficaz utilizo los cuentos, un recurso valiosísimo para presentar estos conceptos de una forma menos agresiva

La psicóloga infantil Margot Ripoll cuenta que la violencia es dimensional, que empieza en detalles pequeños como es el desprecio, diminutas vejaciones o minimizaciones, y que esto se va incrementando hasta que es visible, como el maltrato físico o las agresiones verbales. “Parece que cuando hablamos de malos tratos tienen que ser cosas muy extremas y no, hay que enseñar a los niños y a las niñas a identificar las microconductas que ya son indicativas de que algo no es aceptable”, dice. Para Ripoll, si no lo hacemos así, estaríamos “ayudando a generar tolerancia hacia situaciones o actos que están en la misma dimensión que la violencia pero que, hasta que no sean muy extremas, no las leemos como conductas no apropiadas”. 

Ripoll propone educar en la igualdad desde que empezamos hablarles, ya que “entienden antes que hablan”. No solo hay que inculcarles que niños y niñas son iguales y sujetos a los mismos derechos, también hay que enseñarles a que identifiquen los distintos tipos de violencia, así como saber alejarse de las situaciones, e incluso defenderse.

“Si saben identificar los tipos de abuso, podrán no aceptarlos; el problema está en que a veces no saben ni lo que están recibiendo”, sostiene. Y pone como ejemplo cuando una persona (pareja o no) deja de hablarte con el objeto de manipular, lo que se conoce como la ley de hielo: “Esta práctica está aceptadísima y no es una conducta buena, porque el silencio infringe dolor. Así que recomendaría dejar claro que esto no se puede aceptar y que la persona que actúa así tiene que asumir las consecuencias porque es una forma de manipulación”. Para Ripoll, esta es una de las mil maneras de entrar en una relación tóxica.

García Sánchez trabaja también en el aula la imposición a las mujeres de estar siempre bellas, perfectas y encajar en los cánones, así como la de los hombres de ser fuertes y protectores. “Es importantísimo desmitificar el amor romántico. Como La Sirenita que no conoce al príncipe pero se enamora perdidamente y dona hasta la voz para tener piernas y poder andar junto a él”, detalla. Prosigue: “Muchas veces, hablo a mis alumnos y alumnas desde mi experiencia porque soy su referente. La primera persona les funciona. Así que les digo: 'Yo pensaba que estar enamorada era maravilloso, pero a la ecuación hay que añadirle la tranquilidad y la estabilidad'. Así que, en la pareja más que pasión y altos voltajes sentimentales... mejor tranquilidad”. Se ríe. 

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