En pleno posparto y con su bebé de muy pocos días, Esther está intentando llevar a cabo una crianza sin género asignado. Todo empezó en el embarazo, cuando la gente le preguntaba si sería niño o niña: “Se lo ocultamos incluso a nuestros padres, dijimos que no se había visto para ahorrarnos meses de turra”, recuerda. Desde que su bebé nació, evitan asignarle un género: “Estamos testeando, haciéndolo un poco según nos va surgiendo, sin un marco teórico o un plan concreto. De momento hemos elegido un nombre neutro, usamos ropa neutra y como familia nos referimos a nosotras en femenino”, explica.
Lo que esta familia intenta, y muchas otras llevan tiempo practicando, es la crianza sin género asignado. Existen diferentes términos para definir este tipo de educación, cuyo objetivo es evitar los estereotipos asociados al género y educar en la diversidad. Cada familia lo hace como considera: evitando definir si es niño o niña en base a sus genitales, eligiendo nombres en principio neutros, utilizando ropa que suele asociarse a niños y niñas indistintamente y, sobre todo, ofreciendo referentes identitarios más amplios.
Así lo explica Rubén Castro, activista, educador infantil y conocido en sus redes sociales como “Papá gestante”, pues atravesó un embarazo como persona transmasculina. “Hay muchos nombres que le podemos dar a este tipo de crianza: crianza sin género, crianza sin género asignado, crianza creativa con el género, crianza crítica con el género, o cualquier nombre parecido que cada familia quiera poner. Son nombres paraguas bajo los que se engloban una serie de decisiones que cada familia lleva a cabo de distintas maneras, pero cuyo objetivo final es respetar las distintas identidades y la diversidad, sin asumir la cisheterosexualidad de las criaturas”, asegura Rubén.
Proyectar desde el embarazo
“Cuando durante el embarazo, después de ver los genitales en una ecografía, decimos ‘es una niña’, en realidad estamos diciendo ‘como tiene vulva, voy a criar a esta persona según las expectativas sociales, familiares, personales de cómo tienen que ser las niñas’, explica Bel Olid, escritore, traductore y docente en la Universidad de Chicago. Y continúa: ”En realidad lo único que conocemos de esa persona es una característica física entre miles. Y a partir de esa característica, que hacemos pública mediante las marcas de género, proyectamos capacidades, talentos y limitaciones, basadas en creencias muy arraigadas en la sociedad actual“, asegura.
Para Olid, es muy difícil escapar de esas proyecciones: “Los estereotipos tienen una presencia tan fuerte en nuestra sociedad que lo único que podemos hacer si queremos darles a nuestras criaturas la libertad de descubrirse es ofrecerles otros modelos. No asignar género es un intento de no lanzar esas proyecciones sobre la persona que acaba de nacer, darse la oportunidad de conocerla y escucharla antes de hacerse una idea de cómo será. Sería fantástico que las características sexuales y el género que les asignamos no nos llevasen a esas proyecciones, pero mientras eso no sea así, lo más que se puede hacer es reconocerlo e intentar capearlo. Ofrecerles a las criaturas la posibilidad de experimentar con todo el repertorio de tecnologías del género les permite vivir una gama más amplia de interacciones”, defiende.
Coincide con este criterio Rubén Castro, que no cree que exista la posibilidad de poner en práctica una educación completamente neutra: “La crianza 100% neutra no existe, porque tampoco existe la neutralidad. Pero en realidad ese tampoco es el objetivo, sino que sea una crianza 100% respetuosa con la identidad y con la diversidad”, argumenta.
Así lo llevó él a la práctica: “En mi caso, durante el embarazo no quise saber los genitales de mi criatura. Cuando veía las fiestas de revelación de género, por ejemplo, es que me explotaba la cabeza: no puedo entender que alguien se alegre o se ponga súper triste por los genitales de su bebé. Luego elegí un nombre neutro y mi peque utiliza ropa de todos los tipos: camisas, vaqueros, faldas, vestidos, de todos los colores, con o sin volantes. Pero llegará un momento en que elle verbalice o exprese su género y sus pronombres y esto será por supuesto respetado. Ahí la crianza probablemente ‘tenga género’, pero seguirá siendo crítica con ello”, reflexiona Rubén.
Su elección en el modo de criar no ha estado exenta de contradicciones y de fricciones a nivel social. Aunque en líneas generales, asegura que sí se ha sentido respetado en su entorno más cercano. “Para mí, el respeto a mi modo de crianza va mucho más allá del uso de pronombres. Que traten a mi peque con un género u otro me es indiferente, no obligo a nadie a que utilice el neutro ni nunca corrijo. Por ejemplo, mi madre sí utiliza el género asignado legalmente, pero sin embargo tiene mucho respeto con la crianza que yo llevo a cabo. No respetar mi crianza sería que le estuvieran diciendo a mi peque que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva, o que no se puede poner una ropa u otra o jugar con determinados juguetes porque es de niño o de niña. En mi entorno esto sí se respeta y para mí es lo más importante”, asegura.
La idea que a priori tenía de la crianza ha evolucionado mucho en el caso de Esther Kiras, activista feminista y madre de cuatro hijos. Reconoce haber lidiado con sus propios dilemas y haber cambiado de criterios al encontrarse con un entorno hostil. “Cuando me quedé embarazada por primera vez, tenía súper claro que mi crianza iba a ser totalmente neutra, que no iba a asignar a mi hije ningún género basado en su genitalidad. Pero luego llegan las consultas de ginecología, las visitas al pediatra, el nacimiento… y todo el mundo da por hecho que en este caso mi hija –que ya tiene cinco años y sí se siente identificada con el género femenino– es niña porque tiene vulva”, recuerda Kiras.
Aunque ella lo tuviera clarísimo, no se lo pusieron fácil: “La familia, el entorno y la sociedad en general dificultan ese tipo de crianza. Así que para no estar batallando con todo el mundo, decidimos que cada persona les podía llamar a mis hijes en masculino, femenino o neutro. Lo que sí es importante para nosotres es mostrar que por el hecho de tener vulva o pene no tienen que ser niña o niño y no tienen por qué cumplir con las expectativas de los demás, mostrándoles siempre referentes diversos”, explica.
Cuenta Esther, la madre reciente, que aunque acaba de empezar su crianza ya se ha llevado algunas decepciones pero también algunas sorpresas positivas. “Quien más me sorprende es mi tía, que con casi 60 años, gracias a mis primas, que son súper feministas, habla de mi bebé con ‘e’ o con ‘x’. ¡Qué guape!, nos dice”, asegura orgullosa.
Uno de los momentos críticos para las familias que optan por criar sin género asignado llega con la escolarización. Ahí aparecen las dudas y los miedos; padres y madres se plantean si encontrarán respaldo a sus planteamientos. En el caso de Rubén, tuvo muy presente este tema en la elección de escuela infantil: fue lo primero que preguntó antes de decidirse a hacer la matrícula, si tenían sensibilidad con ese tipo de educación. Tuvo la suerte de que sí, y de que además le tocase una profesora muy formada y concienciada, por lo que en el entorno educativo se siente totalmente respetado.
En cuanto a Esther Kiras, retrasó la escolarización y tampoco se encontró con grandes problemas. “A la mayor la escolarizamos este año, y como ya tiene cinco años y tiene clara su identidad de género, que es una niña, la tratan en femenino y ya está. Y en el caso de la segunda, que empezará el año que viene, con tres años, y es probable que no sea capaz de expresar su identidad, seguramente le hablen en femenino, pero comentaremos con el personal docente que pueden utilizar el género indistintamente”, explica Esther.
No prohibir ni corregir
Una de las claves en las que coinciden las personas expertas consiste en no prohibir nada, ni tampoco corregir al entorno, sino ofrecer un abanico amplio de referentes. “No se trata de prohibir, sino de ofrecer todas las posibilidades”, asegura Rubén Castro. Y Bel Olid añade otra variable: “Hay quien cree que hay que evitar las marcas de género a toda costa, lo que resulta en realidad en una renuncia a las marcas de género femenino –pelo largo, ciertos colores como el rosa o el lila, faldas, vestidos, pendientes, etc–”, explica Olid. La activista y madre Esther Kiras coincide con Olid: “Yo me he encontrado familias que para romper los estereotipos de género han permitido a sus hijos niños cis vestir faldas y tutús, pero no permiten a sus hijas ponerse falda o pintarse las uñas. Y eso no es necesariamente negativo, lo que deben entender niños, niñas y niñes es que pintarse las uñas o ponerse falda no es solo una cosa de niña”, asegura.
Reconocer que los estereotipos existen, tener un posicionamiento crítico con respecto a ellos y tratar de combatirlos es un primer paso hacia la diversidad y la igualdad. Y en los últimos años se han visto bastantes avances en este sentido. “Por suerte empieza a haber cada vez más referentes, e incluso familias que asignan el género a sus bebés pero tratando de desmontar los estereotipos asociados. Esto ya es un primer paso: si le asignas el género a tu criatura pero a la vez le estás diciendo que existen niños, niñas, niñes; dejas que te cuente cuál es su identidad; si muestras géneros y cuerpos diversos y evitas caer en estereotipos, esto ya marca la diferencia. A pesar de que es una crianza con género asignado, es de las más respetuosas con la diversidad, los derechos humanos y con tu criatura”, concluye Castro.