Tres madres sordas cuentan su parto: miedo y desconcierto por la falta de preparación en los hospitales
El primer parto de Ysabel Álvarez duró 27 horas. Más de un día de dolores, momentos de ansiedad y barreras de comunicación a las que también tuvieron que hacer frente Aránzazu Díez y Natalia Rey durante sus respectivos partos. Son tres mujeres sordas que se enfrentaron al nacimiento de sus hijos sin el apoyo de ningún protocolo de atención sanitaria que responda a sus necesidades específicas, contestando una y otra vez a las mismas preguntas sobre su discapacidad y tranquilizando, ellas mismas, al personal que, en ocasiones, “se queda bloqueado”.
“Al llegar al hospital y decir que eres una persona sorda, lo más habitual es que te hagan las tres preguntas de siempre con cara de miedo: ¿no oyes? ¿pero hablas? ¿lees los labios?”, explica Aránzazu. La primera cuestión es una redundancia si ya han informado de que son sordas y las otras dos se basan en las ideas preconcebidas de que estas personas son también mudas, que el colectivo lucha por desterrar, y que todas conocen la lectura labial. Por eso, esta madre explica que lo más adecuado es que le hubieran preguntado, simplemente, qué necesitaba para poder acceder a la información. Cada caso es diferente. Por ejemplo, Ysabel sí puede leer los labios, Aránzazu prefiere que se comuniquen con ella por escrito y Natalia tiene resto auditivo, pero necesita que se coloquen siempre delante, para ayudarse también de la lectura labial.
La Ley de apoyo a la comunicación oral de las personas sordas reconoce el derecho de estas personas a contar con un intérprete en lengua de signos para poder comunicarse con el personal sanitario como cualquier otro paciente. En la práctica, este derecho no siempre se hace efectivo, según indican desde la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE). Estas gestionan por sí mismas la presencia de un intérprete en las consultas –no se hace desde los centros, ni automáticamente–, pero deben hacerlo con dos días de antelación, lo que dificulta que estos puedan estar presentes en un parto si este no es programado. Además, los intérpretes “no tienen formación específica para una situación tan delicada, tan íntima y tan respetuosa”, añade Aránzazu. “Imagínate que nunca se ha visto en esa situación”, plantea Natalia.
“Necesito a alguien que me interprete”
Esta casuística puede privar a las mujeres sordas de la atención emocional que proporcionan las matronas durante el parto. Al ser preguntada por ese apoyo, Aránzazu responde formando un cero con los dedos y añade: “Nada de nada”. “Como mucho venía y me preguntaba si todo iba bien. Yo qué sé, digo yo que sí”, dice imitando una cara de asombro, antes de recordar a “una enfermera muy simpática, que me cogía un poco la mano, me habla despacio y me decía que todo iba bien y con la que entendía palabras sueltas”.
Para superar la barrera de comunicación, pidió que la acompañase su hermana, que es oyente y conoce la lengua de signos. “Al principio me dijeron que solo podía pasar una persona. ¿Perdona? Mi marido también es una persona sorda, necesito a alguien que me interprete. Te dicen que tienen que ver, que hablar… Yo ya estaba mosqueada, pero al final me dijeron que podía pasar”, relata. Aún así, se producían situaciones en la que debía quedarse sola con el personal para realizar pruebas. “Se ponían a hablarme y tenía que pedirles que lo explicaran antes de que se fuera mi hermana, porque no me estaba enterando de nada”.
Para evitar momentos de incertidumbre y conocer todas las posibles situaciones que pueden darse durante el parto, las tres madres realizaron un trabajo previo. “Me gusta tenerlo todo prepararlo antes: leo, pregunto, me informo… y cuando llego allí ya sé todo lo que me pueden preguntar”, indica Aránzazu sobre las decisiones que pueden tener que tomarse a lo largo del parto.
Natalia también se había informado sobre las consecuencias del parto instrumental o de la epidural. “Me lo habían contado. Yo quería un parto natural, pero fue imposible. Tenía muchísimo dolor y pedí la epidural. El fórceps y la espátula fueron una sorpresa”, indica. “Cuando me dieron al bebé vi que tenía una pequeña heridita en la frente. Al preguntar me dijeron que había sido con la espátula. En el momento había muchos profesionales, así que puede ser que alguien lo dijera, pero yo no me enteré”.
Servicios de interpretación que no incluyen el parto
Durante el expulsivo Ysabel recuerda que “todo pasa muy rápido. Al principio venían a hablarme con las mascarillas puestas. Van rápido, no piensan e intentas comunicarte de la manera más rápida, pero al final todo fue bien”. Aránzazu, que en ese momento ya no contaba con la ayuda de su hermana, explica que “había siete u ocho personas a mi alrededor. Incluso una enfermera poniéndome la pierna entre el pecho y la barriga para empujar. En ese momento te entra miedo, porque todo el mundo te dice que tengas cuidado con la barriga y, de repente, se te pone una mujer encima. Piensas que te va a romper algo. Ella entendía mi sensación”, indica.
Natalia lo recuerda con cierto agobio: “Vinieron dos doctores, dos matronas, dos enfermeras y tres personas de prácticas. No sabía quién era quién. Por un lado me decían ‘empuja’, otro me daban otra indicación, no sabía a quién hacer caso. Estaba muy agobiada. No podía seguir las indicaciones”. Una situación que la llevo a sentir que “no lo estaba haciendo bien”.
Algunos hospitales han implementado en los últimos años una plataforma de vídeo-interpretación de lengua de signos en las urgencias. Es decir, sin incluir el parto. No obstante, desde el hospital Gregorio Marañón de Madrid, donde nacieron los hijos de Aránzazu y uno de los que cuenta con la herramienta, reconocen que “no se nos ha planteado la necesidad de implementar un protocolo específico porque vienen acompañadas por un intérprete”. Por su parte, desde el Reina Sofía de Tudela, otro de los que tienen la video-interpretación en las urgencias, apuntan a que “no es una casuística que les afecte en el día a día” y, afirman, ese servicio no se ha utilizado nunca.
Conocer el vocabulario básico
Estas mujeres coinciden en señalar que la solución pasaría por que el personal sanitario conozca la lengua de signos. “Si vocalizan bien y se ponen delante de mí, puedo leer los labios, pero no es la forma adecuada. Para mí supone un esfuerzo doble. Todas preferimos profesionales que se comuniquen en lengua de signos”, explica Natalia. “No voy a pedir que todo el personal lo sepa, porque sé que es imposible, pero sí un mínimo” como “dos auxiliares, dos matronas, dos doctoras… una por la mañana y otra por la tarde-noche”, pide Aránzazu, aunque sea un vocabulario básico. O, al menos, “que conozcan las bases fundamentales de la comunidad sorda”, señala Ysabel.
Así, su atención en el parto depende, principalmente, del profesional de turno. “Ves que se quedan bloqueados. Automáticamente te preguntan si vienes con una persona oyente. Cuando les dices que no, te preguntan por qué. Pues porque no, porque no puede, porque está trabajando o porque no quiero”, indica Aránzazu. “Hay gente más simpática y menos simpática, que se adapta o no, que vocaliza mejor o peor…”, enumera Ysabel. Ella ha pasado por dos partos “muy diferentes” que la han llevado a darse cuenta de que “el problema está en los diferentes turnos”.
“El segundo duró cinco horas y fue con el mismo médico y la misma enfermera haciendo un seguimiento maravillo”, indica. En el primero pasaron tres turnos diferentes y en cada uno debía explicar de nuevo sus necesidades. “Hubo un momento en la habitación en el que no podía más con los dolores y apretaba el botón para que vinieran a atenderme. Nadie venía y yo seguía pulsando, hasta que abrieron la puerta enfadados diciendo que me estaban hablando por el interfono y no contestaba. Claro, es que soy sorda, habéis hecho un cambio de turno y no te lo han explicado”, recuerda.
Natalia relata la misma problemática: “La matrona era una persona mayor que no vocalizaba bien y la enfermera me ayudaba a traducir. Al subir a planta, me atendió otra enfermera que, por suerte, hablaba muy bien. A la del turno de mañana no la entendía. Tenía muchas contracciones y era una situación complicada”. Y agrega: “Algunos enfermeros y doctores tenían referencias de personas sordas, pero en el paritorio si había algún profesional que ponía cara de ‘uf, sorda’ y yo tenía que tranquilizarlos”.