Familias reconstituidas o cómo empezar una relación con una persona que ya tiene varios hijos
“Iba a comenzar una relación con una persona que tenía cinco hijos. Lo primero que me pregunté, fue: ¿Voy a poder lidiar con ello? Y lo segundo: ¿Cómo lo haré?”. Quien habla es Miriam Huerta. No tiene hijos, pero ha formado junto al que ahora es su marido una “familia reconstituida”, un concepto todavía tan desconocido que ni siquiera quienes viven en un hogar de estas características han oído hablar de él. Las familias reconstituidas son aquellas formadas por una pareja en la que uno o ambos miembros aportan hijos o hijas de una anterior relación. No existe un único modelo: las estructuras que se crean pueden llegar a ser realmente complejas y cada miembro vive la nueva circunstancia familiar de manera distinta a los demás.
El proceso de adaptación de una familia reconstituida “es un proceso con reglas y características específicas”, afirma Gregorio Gullón, responsable del servicio de atención a familias reconstituidas de la Unión Nacional de Asociaciones Familiares (UNAF). Atiende a diario solicitudes de parejas que se enfrentan a problemas de convivencia y de confusión de roles en el nuevo núcleo familiar. La mayoría surgen porque en el imaginario colectivo sigue habiendo un sólo modelo válido de familia ideal: el que nace de un proceso lento de convivencia, y en el que el papel de cada miembro está definido y se mantiene en el tiempo.
Bruno Pardo tiene ahora 25 años. Ha crecido en un hogar reconstituido, vive con su hermanastra, su padrastro y su madre biológica, Ana. Ana quiso que Javier (su actual pareja) y Bruno se conociesen por primera vez en una comida, que funcionó como una “pequeña toma de contacto”. “Les presenté cuando estuve segura de que la relación era sólida porque era consciente de que para Bruno, que tenía ocho años, sería un proceso difícil”. Y lento. “Javier tardó siete años en mudarse a nuestra casa”, apunta Ana.
Bruno no tardó en adaptarse a la nueva pareja de su madre: “Recuerdo que incluso me alegraba conocerle”. Pero esto no es lo habitual. “La vivencia de los cambios es diferente entre la pareja de adultos y los menores. Gradual para los primeros, pero muy rápido para los segundos”, afirma Gullón. Las familias reconstituidas no nadan en los mismos tiempos que las tradicionales, si no que se caracterizan por la repentina incorporación de nuevos miembros a una familia, cada uno en un momento de su vida. “Yo igual llevo años dándole vueltas a la idea de separarme, pero mis hijos se acaban de enterar y están en otro punto”, ejemplifica el experto.
Miriam Huerta, una mujer sin hijos que comenzó una relación con un hombre que tenía cinco, cree que “a veces los adultos tenemos mucha prisa por normalizar las situaciones y proyectamos en los niños nuestras propias frustraciones”. Desde el principio, Miriam mantiene una muy buena relación con tres de los cinco hijos de su marido; sin embargo ha pasado mucho tiempo sin tener apenas trato con los otros dos. Ahora, después de seis años, se ha producido el primer contacto con ellos y cuenta ilusionada que parece que “se ha abierto el camino para empezar a construir algo”.
“Quizá mi fallo con los hermanos que no supieron aceptarme fue no comprenderlos, no dejarlos estar y esperar que se comportasen conmigo igual que los demás”, lamenta Miriam. Gregorio Gullón explica que “efectivamente la reacción de los niños y de las niñas ante las nuevas parejas de sus progenitores no responde al estereotipo de amor a primera vista, sino a un encariñamiento progresivo, si es que llega a producirse”. “El amor no tiene carácter transitivo –asegura el experto- el hecho de que quieran a su padre o a su madre no extiende ese cariño a su novio o novia”.
Una “constelación de hogares”
El rol que desempeña la nueva pareja dentro de la familia es fundamental en el proceso de aceptación de los hijos. La familia reconstituida ha de entenderse más como una “constelación de hogares” que como un nuevo hogar: no hay una familia, sino dos, o más, con sus normas de funcionamiento y sus hábitos. “Tratar de reproducir el modelo tradicional nuclear sólo puede provocar un eterno conflicto”.
Ana, madre de Bruno, supo bien cómo llevar la situación y cuál era el papel que debía desempeñar su pareja: un papel complementario. “El rol de Javier era el de ‘Javier’ –bromea Bruno. Nunca trató de comportarse como mi padre, y yo tampoco quería que lo hiciera, ya tengo uno. La disciplina, por ejemplo, siempre ha sido cosa de mi madre, únicamente de mi madre”.
“Sobre los niños mandaba yo –asegura con desparpajo Ana. Era yo quien tomaba las decisiones y quien llevaba la voz cantante para evitar que se produjeran encontronazos entre ellos”. Ahora Bruno cree que su madre actuó como debía. Reconoce que sí le hubiera molestado que Javier se comportase como una figura de autoridad. Como ellos, Miriam piensa que las parejas no deben estar presentes en el terreno de la disciplina y de la educación. “Al principio especialmente, pero durante toda la relación hice esfuerzos por mantenerme en un segundo plano, por pasar desapercibida y no ser la protagonista de la situación: no quería que los niños percibieran que quería ocupar el lugar de su madre”.
Gregorio Gullón apunta que conservar los roles de género en la familia reconstituida es un error muy común. “Normalmente se intentan replicar los roles característicos de la familia tradicional, es decir, que la mujer sea la proveedora afectiva de hijos e hijas y la responsable de las tareas domésticas; y que el hombre sea el proveedor económico y quien imponga las normas. Pero son los progenitores que aportan los hijos quienes deben hacerse cargo tanto de lo afectivo como de lo económico, normativo o educativo. Las nuevas parejas deben limitarse a desempeñar un rol complementario, sea ese el caso de un hombre o de una mujer”, asegura el experto.
“Al principio, concluye Miriam, me asustaba no estar a la altura con los niños. Después acepté que no tenía ni idea de cómo ser madre, porque nunca lo había vivido, y que no pasaba nada, porque ese no era mi papel ni mi función en la familia”.