Hola, embarazada, te presento a tu cuerpo
“Yo hice todo lo que me dijo la matrona, pero reconozco que lo del masaje perineal me sonó a ciencia ficción”. “De la ovulación y cómo iban mis ciclos no tenía ni idea, la verdad”. Hoy Laura y Blanca han acabado hablando de cuando se pusieron “a buscar” a sus respectivos hijos, que juegan ahora a sus pies armados con cubos y palas. “Yo todavía no sé cómo lo hicimos”, añade Pedro, padre de uno de los dos pequeños. Y con una carcajada pasan a otro tema.
Son solo un par de chascarrillos, pero dejan entrever una realidad que poco tiene de broma. Cómo un gran número de adultos se enfrenta, de manera consciente, al momento de concebir sin conocer a fondo el funcionamiento del sistema reproductivo, algo que, especialmente en el caso de las mujeres, tiene otra implicación: el desconocimiento sobre el propio cuerpo, sobre los propios procesos.
Lo hemos decidido. Vamos a por un bebé. Rápidamente se nos llena el móvil de aplicaciones que prometen ayudarnos a conseguirlo y la cabeza de términos: mucosidad cervical, temperatura basal, calostro, periné, folicular... Un nuevo diccionario para la maternidad y muchas nuevas dudas. Para empezar, como se pregunta Blanca con asombro: “¿A mí todo esto se me había olvidado o es que nunca me lo contó nadie?”.
A la consulta de Sara Cañamero, matrona, enfermera pediátrica y directora del centro para la atención de la mujer y la primera infancia Maternatal llegan cada día mujeres tanto en el momento anterior a la concepción como embarazadas o en el posparto más inmediato: “Es verdad que muchas veces empiezan a ser conscientes de sus ciclos a nivel hormonal cuando se quieren quedar embarazadas, y, luego, ya durante la gestación, de lo que tiene que ver con el suelo pélvico o los ejercicios de Kegel”.
Francisca Molero, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, apunta un poco más lejos: “Hay mujeres que llegan a la consulta y ni siquiera se han percatado de que a mitad del ciclo el flujo es diferente, más elástico, y vienen pensando que a lo mejor tienen una infección”. El desconocimiento, a veces, sobrevive a la llegada de la maternidad. “De hecho –afirma Cañamero- vemos hasta mujeres que ya han sido madres, que tienen relaciones con sus parejas y que vienen por ejemplo con problemas de incontinencia. Luego empiezas a indagar y resulta que muchas no saben localizar el clítoris”. “Es un punto básico para la sexualidad y el placer femenino y lo estamos limitando a una sexualidad meramente reproductiva”, critica.
Cosas normales, cosas de mujeres
Precisamente de este punto parte la visión de Erika Irusta, única pedagoga menstrual de nuestro país, creadora de las comunidades virtuales El camino rubí y Soy1Soy4 y autora de Diario de un cuerpo, en el que aborda el ciclo menstrual. Para Irusta, a diferencia de lo que ocurre en el caso masculino, “a la química y el funcionamiento del cuerpo femenino solo le prestamos atención desde la cuestión reproductiva”.
Es desde ahí, afirma, desde donde las mujeres aprenden “a leer y escribir” el propio cuerpo. Y lo hacen desde el miedo y la precaución: “Tú no ves a un niño al que ante su primera eyaculación se le diga 'ay, mi amor, felicidades, ya puedes ser papá', ten cuidado con las niñas...”, ejemplifica.
Para Molero la pubertad y la curiosidad asociada a esta etapa son un momento clave para abordar la explicación y la comprensión del cuerpo femenino. Como Irusta, se refiere a la aparición de la menstruación como algo automáticamente asociado con “la posibilidad de quedarte embarazada, de tener relaciones sexuales, de hijos”. Pero la explicación se interrumpe ahí, “por esa idea equivocada de que si das mucha información lo que haces es incitar, cuando una información objetiva te da elementos de seguridad y protección, te permite saber cómo funcionas”, concluye la sexóloga.
Cada una desde su ámbito, las especialistas consultadas comparten un diagnóstico similar sobre cómo se ha dibujado una realidad que se ve reflejada no solo en la búsqueda de un embarazo o en la decisión misma de convertirse o no en madre, sino en muchos otros aspectos como la preparación al parto –¿qué es eso de los ejercicios de Kegel?–, el adecuado funcionamiento de la lactancia y las posibles problemáticas asociadas a ella o, por supuesto, una vida sexual saludable y satisfactoria.
Todas coinciden en señalar, entre los puntos de origen, una herencia y un discurso cultural en los que los procesos fisiológicos femeninos como el ciclo menstrual o la menopausia se han cargado de negatividad y han asumido como compañeros naturales e inevitables el dolor, los inconvenientes o el malestar, normalizándolos como “cosas de mujeres” y a veces incluso ocultando tras ellos lo que en realidad son patologías.
En este sentido, Cañamero advierte de que “no tener controlada” la zona genital femenina o desconocer qué es “normal y qué no” puede generar un alto grado de ansiedad y malestar emocional, pero también otras problemáticas. Su mensaje es claro: es necesario ser conscientes de que los genitales femeninos “están ahí” y de que hace falta cuidarlos y revisarlos porque “hay cosas que nos venden como normales y no lo son y que, cogidas a tiempo, se pueden rehabilitar y no llegar a más”.
Son, por ejemplo, los problemas relacionados con la debilidad del suelo pélvico: incontinencia urinaria, fecal, de gases, prolapsos... Dolencias que, en muchas ocasiones, se cronifican y, como asegura Cañamero, “afectan muchísimo al día a día”. Por su parte, Irusta recuerda que, aunque se trata de algo cada vez más visibilizado, todavía “hay una media de unos siete años en diagnosticar una endometriosis a una mujer”. Esto a pesar de que, según los datos de la Asociación Estatal de Afectados de Endometriosis (ADAEC), esta enfermedad afecta a 1 de cada 10 mujeres en edad fértil y es además una de las causas principales de infertilidad femenina.
Y si la maternidad desempolva o, directamente, descubre conceptos, hay otros que no acaban de desaparecer. Molero habla del “ocultismo” relacionado con una sexualidad que “no solamente no ha sido bien conocida, sino que se ha reprimido durante mucho tiempo” y que explicaría, a su modo de ver, por qué el funcionamiento fisiológico y anatómico de la parte sexual, genital y hormonal es lo que más se desconoce frente a otras funciones del cuerpo. Cañamero también hace referencia a un tabú que resume en un ejemplo aplicable a muchas mujeres: “Yo recuerdo que mi madre me decía no te toques. Pues si no me toco, mucho menos me voy a meter el dedo para ver cómo es mi cuello del útero”.
Sin tiempo para conocernos
Tabú, ocultismo. Y, de la mano, una distorsión entre la cantidad de información disponible y el conocimiento real. Para Molero, tiene que ver con un rapidísimo ritmo de vida en el que “consumimos gran cantidad de información pero no la asimilamos”, algo que nos “desvincula” de la experiencia y la observación del propio cuerpo y hace además que releguemos la salud únicamente al campo profesional sanitario. “Nos hemos negado el espacio y el tiempo para conocernos a nivel mental y físico”, asegura, lo que, traducido a lo práctico supone: “No pararte a identificar si estás ovulando o a darte cuenta de cómo son tus genitales o cómo reacciona tu cuerpo ante diferentes estímulos”.
“Venimos de una educación muy higienista que está claro que no funciona”, prosigue la presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología . Prueba de ello es, afirma, que “a pesar de conocer la manera de prevenirlas, hay un repunte de las enfermedades de transmisión sexual en todas las edades y siguen sin bajar el número de embarazos no deseados”. Por todo ello, propone crear “espacios serios de reflexión, autocrítica y evaluación” que permitan abordar la sexualidad de otra manera, “desde el primer momento, desde casa”, pero también desde los profesionales, la educación y la política.
Desde una perspectiva muy ligada al activismo, la apuesta de Irusta es “que cada una podamos llegar a tener conocimiento sobre cómo funcionamos y generar colectivamente conocimiento que nos diga, que nos nombre, que nos estudie”. Todo ello, partiendo “del ejemplo y del compromiso social” e implicando, entre otros, a un sistema sanitario que investigue sobre los dolores de las mujeres, “que se ocupe, que se encargue, que no tarde años en diagnosticar realidades que son muy crueles”, reclama. Irusta va más allá: “Desconocer tu cuerpo permite que lo sigan cosificando, desconocer cómo funciona es el campo totalmente fértil para un millón de violencias concatenadas: ginecológicas, obstétricas, legales, políticas, laborales...”.
Por su parte, Cañamero cree que para normalizar la sexualidad femenina tanto como la masculina es necesario hablar de ambas, “lógicamente adecuando el contenido y el lenguaje a cada edad”, pero siempre desde la educación temprana: “Igual que el odontólogo va a la escuela a hablar de salud bucal, tendría que ir un profesional y hablar a los niños de los cuidados que hay que tener”, propone. También desde los hábitos, acabando por ejemplo con costumbres tan ligadas a las niñas y poco saludables como “cerrar las piernas” o “aguantarse el pis” o con “los nombres tontos que le damos a la vagina”. Algo que, como una conversación cualquiera en un parque, quizá sea mucho menos anecdótico de lo que parece.