“Yo no quiero volver a casa por Navidad”: cuando el hogar familiar no es un espacio seguro ni agradable
A veces la familia biológica no es un espacio seguro ni de cariño, o un hogar al que querer volver, aunque sea Navidad. Sucede a menudo, pero especialmente en estas fechas se ensalzan los lazos sanguíneos y orbita en el aire el mandato social implícito de poner por delante de todo a “la familia”. En este 2020, además, marcado por una pandemia que ha impuesto cuarentenas, distancias con los nuestros, ausencias y despedidas, este sentimiento se ha hecho más evidente que nunca.
Las medidas tomadas por las autoridades para encajar las fiestas con un virus como la COVID, que sigue en circulación, contemplan que reuniones “familiares” o con “allegados”, en número reducido, sean las únicas que puedan celebrarse. La posibilidad de extender más allá del núcleo familiar estos encuentros provocó los comentarios de quienes no encontraban el sentido a las reuniones con “los allegados”. A propósito de ello, la escritora Cristina Fallarás dejaba este mensaje en Twitter hace unas semanas: “A los mismos que exigen ‘defina allegados’, de mi parte: definan familia”.
Para Silvia, nombre ficticio, su familia la constituye su red de amigos porque dentro de casa vive “desde siempre una situación de violencia estructural, no representa para mí un hogar”. La cuarentena le ha generado “una sensación de bastante soledad y desesperación en términos afectivos, pero también en términos materiales: no tengo, por ejemplo, una casa a la que irme si un día no puedo estar en la mía”.
Tiene 28 años y actualmente convive con sus padres y su hermano. Como a muchas otras jóvenes, aunque ya se había independizado, la precariedad no le ha dejado otra alternativa que volver a la casa familiar. “Somos una generación a la que nos han expropiado toda clase de autonomía a la hora de poder materializar nuestros afectos y tener una vida acorde con ellos”. Durante meses apenas ha podido ver a sus amigas, primero por el confinamiento, “y después porque la mayoría son de otras provincias y han tenido que irse de Madrid por la precariedad laboral, el paro y los precios desorbitados de los alquileres: han tenido que volver a la casilla de salida, es muy frustrante”.
Realidades silenciadas
El núcleo que Silvia había construido ha desaparecido casi por completo, aunque todavía tiene quien puede salvar sus navidades. Para ella, dice, el poder cenar con allegados ha sido un alivio. “No suelo salir de Madrid, pero llevo tiempo celebrando la Nochebuena en casa de mi expareja y la Nochevieja en casas de amigos, no en la mía. Este año intentaré recibir el año con una amiga, y por lo demás aún no sé cómo haré”. Las restricciones lo complican todo. “Se han hecho discursos y se han tomado medidas muy orientadas a garantizar que pudiesen darse los reencuentros con personas de la institución familiar en el sentido más normativo y romantizado del mundo”. Insiste en que percibe esa perspectiva como “híper conservadora y anticolectivista, muy poco aterrizada en las realidades silenciadas de muchas personas” para las que el núcleo familiar es el lugar del que huir.
La artista y activista LGTBI Mar del Valle tampoco va a pasar las fiestas con sus padres ni su hermana. La decisión viene tomada por la COVID, pero admite que aunque se llevan bien no tiene esa “necesidad de verles”. “Tener afecto por alguien no te obliga a echarlo de menos todo el rato. Si puedo aguantar sin verles varios meses, ¿por qué voy a correr riesgos?”. Hay otra parte de la familia de la que se ha distanciado por voluntad propia, cree que “no hay que conceder espacio a la gente que te hace daño”. Cuando lo logras, dice, “te sientes bien”.
“Es difícil porque a veces los otros miembros de la familia no entienden por qué tomas esa decisión, como si por tener ese vínculo tuvieras que aguantarlo todo: es que es tu familia. Ya, ¿y?”. Del Valle señala que esa romantización de lo familiar, o de cualquier tipo de relación, es “peligrosa” porque se crean expectativas que no están basadas en la realidad, y además “hay veces que esa imposición obliga a la gente que lo pasa mal a tener que callarse para no parecer unos aguafiestas o unos quejicas”. Las personas en circunstancias vulnerables dentro del hogar no tienen por qué creer que deben amar a su familia, añade.
Microviolencias desapercibidas
La periodista y feminista Alicia Murillo, quien hace años tomó la decisión de alejarse de su núcleo familiar, señala que “hay gente que no tiene el carácter o la situación económica adecuada para poder enfrentar a la familia de origen”. Además, recuerda que el confinamiento, en general, ha potenciado todas las violencias estructurales que se puedan generar dentro de una casa. “Desde las más evidentes”, apunta también Mar del Valle, “como la violencia física o psicológica, hasta aquellas microviolencias que son muy sutiles y que pasan desapercibidas”.
Amaia Prado, que trabaja como psicóloga educativa en un equipo de familia de los servicios sociales, confirma que ha habido una alta conflictividad dentro de algunos hogares, lo que genera “un gran estrés para los miembros” y especialmente para el que más la sufre. “Llevamos desde marzo con dificultades emocionales y ahora llega una Navidad en la que la mayoría se va a tener que quedar con el núcleo conviviente. Esto va a producir mucho agotamiento”.
Siempre que la circunstancia lo permita, y “si hay posibilidades”, cambiar de ámbito sería lo aconsejable porque “el conflicto continuado genera un nivel de estrés altísimo que puede derivar en trastornos mayores, como depresión, ansiedad o ideas suicidas”. Si en un momento como el que hemos vivido este año cualquiera de nosotros tiene más probabilidad de padecer alguno de ellos, “se va a agravar mucho más si ya existía una dificultad previa”. No se trata, aclara, de huir de un conflicto, si no de “una situación que sabemos que no nos es favorable y que podemos cambiar por otras alternativas de convivencia”. Quizá sea más difícil de cara a esta Navidad, pero “pensando en el medio plazo es la mejor decisión”.
'La familia elegida'
En 2017, la revista feminista Proyecto Kahlo publicaba un testimonio firmado por una mujer de 31 años que comenzaba así: “Es muy difícil decir adiós a ciertas personas aunque nos hagan mucho daño. A veces no podemos porque estas personas pertenecen a nuestro más íntimo círculo. Tenemos muy metido en la cabeza que la sangre tira mucho y que la familia es lo primero. Creo que es importante desterrar estas ideas”. Mar del Valle recupera un término que, dice, “es muy del colectivo LGTB”, que es el de ‘familia elegida’ y que se refiere a los vínculos que creas con personas que no son tu núcleo de origen. “Si tu familia no te acepta u odia lo que eres, es normal que tu grupo de amigos se convierta en el hogar”, como le ha sucedido a Silvia. En otros casos, tal como el de Alicia Murillo, esa vía de escape puede ser una pareja y la familia que con él o ella has formado.
“Alejarme de mi familia es una de las mejores decisiones que he tomado. No quería que mis hijos crecieran en ese ambiente y eso me ayudó a tomar la decisión. Voy a pasar las navidades con ellos y mi marido. Así llevo muchos años y somos muy felices”. Las violencias que Murillo ha sufrido son las que Mar del Valle califica de ‘silenciosas’. “Como que no se quiera hablar de ciertos temas, como la sexualidad, que se acepta pero no se habla, que se reproduzcan las típicas dinámicas en las que todo el mundo opina de lo gorda que estás, las pintas de marimacho que llevas, cómo te comportas, si tienes hijos, si tienes pareja...”, ejemplifica del Valle.
Murillo cuenta cómo durante un tiempo tuvo que ocultar una parte importante de su sexualidad y cómo se llegó a sentir una completa desconocida a ojos de los suyos. “No podía hablar sobre mí, sobre mis decisiones familiares, había un pacto silenciado de no sacar ciertos temas en la familia, de hacer como si no existieran”. Además, lamenta, “ni siquiera se nos permite enfadarnos porque rompemos los protocolos, es decir, que si expresas cómo te sientes lo que haces es arruinar la cena. Entonces, además de ir te tienes que callar”.
Como activista del colectivo LGTBIQ+, Del Valle recuerda algunas situaciones de este tipo que ha vivido gente de su entorno: “es muy normal que las familias no sepan que su hija es lesbiana o bisexual; otras veces lo saben pero se evita hablar de ello, nadie te pregunta por tu pareja, tus planes de vida, mientras que si eres hetero esto se comenta constantemente”. Esta negación de la identidad la sufren de forma especialmente violenta, explica, las personas trans. “Les siguen llamando por sus antiguos nombres y usando el género que no les corresponde, aunque les corrijan o les digan que así les hacen daño. De hecho, se suele usar esta corrección como un insulto, como si fuera una cosa terrible que ha estropeado unas veladas familiares estupendas”.
“Ver censurada o invisibilizada su identidad también les pasa a las personas gais, lesbianas, bisexuales, pansexuales, asexuales, etc”, añade. Esto demuestra, dice, como el género, tu orientación sexual o romántica es también “parte de tu identidad y de lo que te conforma como persona y que define tu lugar en el mundo, tus vivencias, tus contextos y tus opresiones porque, lamentablemente, no vivimos en un mundo ni en una sociedad abierta y neutra que te permita olvidarte de en qué género te inscribes ni en qué cosas te sales de la normatividad”.
“Lo hago por ti, para que no sufras”
Esto deriva, apunta Murillo, en que vas a verles pero no hablas de lo tuyo, no vistes de una determinada manera que molesta, ocultas a tus parejas… “Además”, continúa del Valle, “aunque son microviolencias muchas veces estos juicios se enmascaran con una especie de preocupación, de ‘lo hago por ti, para que no sufras’, y si te quejas es que eres una desagradecida y ‘no se te puede decir nada’. Estos comentarios se usan como desactivadores de cabreos devolviendo la culpa a la persona afectada, es decir, la culpa es tuya porque te enfadas y no aguantas que te digan nada”. A nivel de convivencia estas situaciones pueden parecer “pequeñas cosas”, dice, pero si es algo muy constante piensas “para qué voy a ir a un sitio a que me caiga esta lluvia de críticas y juicios, ¿no?”.
“Hay una necesidad implícita de asumir que tenemos que ir a la cena de Nochebuena, aguantar comentarios, cuidar por encima de nuestras posibilidades, hacer regalos que no podemos pagar, que se va a ignorar la vida y la presencia de ciertas personas y que otras van a salir beneficiadas porque encajan en lo que todo el mundo entiende como normal”, explica Murillo. “Y no tenemos por qué hacerlo a pesar de toda la publicidad que nos echan encima”.
De cara a estas navidades, Silvia cree que se sigue dando muy por sentado que el sujeto confinado es un sujeto que vive en su domicilio con una familia a la que quiere, más o menos, pero que constituye su núcleo afectivo. “Cuando afirman eso con tanta vehemencia están contando con que ellos luego llegan a su casa y abrazan a su mujer, a su hijo, etc. Tenemos ese paradigma interiorizado, sin embargo para muchos es al revés: yo en mi casa no le doy besos ni abrazos a nadie, al contrario. ¿Cuánto tiempo se puede resistir sin afecto? Vamos para un año ya”.
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