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La paciencia infinita de la perra Kira

El diario del coronavirus

Elena Cabrera

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Cuando en el chat de madres y padres de la clase de tu hija empiezan a mandarse fotos de copas de vino y cerveza, un martes por la noche, es que hemos tocado fondo. Querría pensar que es una manera de anticipar el brindis por lo que podría ser la “fase de estabilización” de la curva… aunque me parece que el pie de foto se parece más bien a “mira, de verdad, ya no puedo más”.

Después de escribir ayer sobre las reacciones de las niñas y los niños ante estos casi 20 días de confinamiento, recibí un mensaje de mi hermano en el que me sugería que escribiera también sobre los animales de compañía, encerrados junto a las personas en pisos y casas, sin poder razonar con ellos sobre por qué hacemos esto. Para los animales, un factor de calidad de vida son los metros cuadrados y, en la ciudad, estos no son suficientes. A veces, tampoco en el campo.

Mi hermano vive, junto a su familia y una border collie llamada Kira, en un pueblo de la Comunidad de Madrid. “Hay que tener en cuenta que de un día para otro se le ha cambiado sus costumbres y no entiende los motivos”, me escribe mi hermano, acompañando una foto, que publico también aquí, de Kira mirando por la ventana, como hacemos todos nosotros estos días. El border collie es una raza de perro particularmente activa, llena de energía y atlética. Les encanta correr y brincar. Mi hermano vive en una casa con una pequeña parcela alrededor, lo cual podría servir de desahogo a Kira si no fuera por dos cosas: la lluvia, que ha llegado a ser incluso nieve en estos días; y algo peor: la procesionaria, esas orugas peludas y tóxicas que crean sus nidos en los pinos y en los meses de abril bajan al suelo para darse garbeos, caminando enganchadas como si formaran vagones de tren. Adivinad qué le gusta comerse a Kira cuando la dejan suelta por el jardín.

Antes del confinamiento, Kira, que precisamente hoy cumple 11 meses, y sus cuidadores, daban paseos diarios de al menos ocho kilómetros. Además, la llevaban a clases de Agility, una modalidad deportiva para perros y personas. La verdad es que lo más me cuesta es imaginar a mi hermano siguiendo el ritmo de desgaste que necesita Kira, pues ya yo estoy cansada de solo imaginarlo. Lo cierto es que son mis sobrinas, plenas de energía en su adolescencia, las que le siguen el ritmo a la perra. Ellas me cuentan que necesitan cansar a Kira no solo físicamente, sino también mentalmente. Por ello, la están enseñando a “bailar” dentro de casa.

Como en muchas otras familias, enganchadas al entrenamiento en el salón vía YouTube (el otro día hubo clase de pilates en casa, pero no me dejan hablar de ello y las fotos han sido censuradas), mis sobrinas siguen a una educadora canina en Instagram que está colgando videos para adiestrar al border collie con una serie de trucos. “Kira lo está llevando como puede”, me dicen mis sobrinas por WhatsApp. “Como no podemos sacarla al jardín por la procesionaria, hacemos juegos de olfato y se pasa la mitad del día pegada a la ventana buscando a una gata callejera que merodea por los alrededores”, dicen. “A veces le da el pronto y se pone a correr por la casa como una loca”, añaden. ¿Qué pasará por la cabeza de los perros cuando hacen estas cosas? ¿Qué habrán creído ver u oler? ¿A qué juegan? ¿No hice eso también yo misma ayer por la mañana?

Como hacen los perros cuando quieren salir a la calle, Kira no para de saltar en la puerta de la calle. Mira la correa, supongo que poniendo ojitos de pena. El resto del tiempo que no juega, come o dormita, lo invierte posando. Pues sí, Kira es una estrella del Instagram, con más de 3.600 seguidores, una actividad que soporta con una paciencia infinita. Las otras fotos de perros que acompañan esta entrada del diario pertenecen a Sam y Nicky, dos vecinos de Kira que, como ella, arrastran sus grandes cuerpos como alma en pena por la casa en la que viven.

Otro perro que conozco es Zuma. La familia con la que vive optó por pasar el confinamiento en un entorno más abierto y saludable que la ciudad y, en cuanto se cerraron los colegios, se trasladaron a una casa que tienen en un pueblo. El pequeño patio les da la vida y así no tiene que convivir una pareja y dos niños pequeños con un perrazo Labrador del tamaño de Zuma, que es considerable. Zuma también necesita largos paseos pero, no sé si es mala suerte o poca densidad de población, cada vez que sus acompañantes lo sacan a la calle, la Guardia Civil les da el alto y les mandan de regreso a casa. No sé si lo dicen, pero el mensaje es: “con mear es suficiente, venga para casa”. “Mi dulce Zuma se está volviendo medio salvaje”, me dice mi amiga C. El animal hace cosas que antes no hacía, como ladrar en plan chungo cada vez que pasa un coche. “Sabe que algo ha cambiado”, dice.

Por la zona en la que vivo hay jardines por los que perros y acompañantes del barrio gustan de pasear por las noches. Zuma, mismamente, adora hacerlo por mi calle. Esa circunstancia había generado una, o varias, comunidades de paseantes de perros que por las noches conversan amigablemente mientras los animales corretean y juegan entre sí. En estos días, los observo por mi ventana, al otro lado del visillo, y veo a los acompañantes que tiran de las correas, que se apresuran a volver a sus casas, que no hay palabras, solo un pis rápido.

Por último, hablando de animales de compañía, los seguidores de este diario querrán saber qué ha pasado con Steven. Me informan de que sigue bien, engordando, gracias. Steven es el caracol que los padres de M. encontraron en la lechuga de la nevera. Steven no deja de sorprenderles: la abuela de M. les dijo que podían darle fresas de comer. A lo que el padre de M., que además de ser el yerno de la mencionada abuela, es biólogo, le dijo que eso no era posible, que si acaso la abuela era doctora en biología. La madre de M. decidió, sabiamente, guiarse más de la experiencia de su propia madre que de los consejos científicos de su marido y le puso una fresa delante. Una vez más, Steven demostró sus altas capacidades deportivas, recorriendo los tres centímetros lisos como una exhalación, batiendo todos los récords conocidos en cuestión de caracoles domésticos. La madre de M. definió a Steven “como un puma” abalanzándose sobre la fresa.

En fin, quizá el calado de la historia de Steven está al mismo nivel que la de las fotos de copas en el chat de la clase: ¿estaremos tocando fondo?

Los casos confirmados en España de COVID-19 son de 102.136. En Europa, 450.611 y en el mundo, 754.948.

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