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Pepa Horno: “A la gente le resulta difícil creer las cifras de violencia contra los niños y niñas porque le dan miedo”

Pepa Horno, experta en derechos de la infancia.

Elena Couceiro

Pepa Horno es una experta en prevención de la violencia contra la infancia con una dilatada y reconocida trayectoria. Además de numerosas guías de actuación para prevenir y hacer frente a este grave problema social, ha publicado numerosos libros y cuentos sobre buen trato a la infancia. Ha llevado a cabo campañas para defender el derecho de niños, niñas y adolescentes a una vida libre de violencia y no cesa de elevar su voz para denunciar un problema que, considera, muchos no quieren ver. Defiende que “ cambiaría las cosas dejar de mirar al otro lado y entender que el llanto del vecino, de mi sobrino, de la niña que tengo en clase o de la que acude a mi consulta son también MI problema”. 

¿Es la violencia contra la infancia un problema grave y extendido en nuestra sociedad?

La violencia contra la infancia es un problema grave en todas las sociedades, no solo en la nuestra. A la gente le resulta difícil creer las cifras porque le dan miedo. Miedo por sus hijos e hijas, miedo por lo que esas cifras significan de nosotros como sociedad. España se sitúa, como el resto de los países de Europa donde se ha estudiado el fenómeno, en torno a uno de cada cinco niños y niñas víctimas de abuso sexual infantil, por ejemplo. Además es país consumidor, productor y distribuidor de pornografía infantil.

Por otro lado, la negligencia y la violencia emocional son las formas de violencia más abundantes pero menos estudiadas porque están tan metidas en nuestra forma de relacionarnos con los niños, niñas y adolescentes y entre los propios adultos que nos cuesta visibilizarlas como violencia. La amenaza, el chantaje, el abandono o la exclusión del grupo o la humillación pública son formas de violencia que se viven en muchos hogares, escuelas, centros u oficinas y están normalizadas. Y ocurren tanto de los adultos a los niños, niñas y adolescentes como entre ellos mismos. En todas las clases sociales. En los pueblos y las ciudades. En hombres y mujeres. La violencia siempre se basa en el abuso de poder y ese abuso se puede dar en todos los contextos.

¿Está la sociedad sensibilizada sobre este problema?

Este aspecto es uno de los que más ha cambiado en los últimos años. Se está produciendo un fenómeno de conciencia social sobre la gravedad de la problemática. Para quienes llevamos muchos años trabajando en el tema es emocionante ver cómo poco a poco la gente va dejando de negarlo y de ignorarlo. Pero queda mucho por hacer. Con el tema del abuso sexual infantil se están logrando cambios muy importantes en los últimos cinco años, pero sigue sin estar incluido el tema del maltrato infantil de forma sistemática en todos los currículos universitarios de las profesiones relacionadas con niños, niñas y adolescentes: Medicina, Psicología, Derecho, Trabajo Social, Educación Social, por mencionar algunas.

Y no se puede ver aquello que no se está formado para ver. Si la formación es a posteriori y dependiendo de la voluntad y sensibilidad del profesional también la atención que reciba un niño, niña o adolescente cuando llegue a un centro de salud o a la escuela o a un juicio va a seguir dependiendo del profesional que le toque o de la zona en la que viva.

¿Qué tiene que cambiar en la sociedad para erradicar la violencia contra la infancia?

Para erradicar la violencia contra la infancia son necesarios tres aspectos esenciales. Primero, un cambio en la forma de relacionarnos. No estamos hablando sólo de dejar de pegar, sino de la ternura, la presencia, la constancia, la comunicación...No educamos en lo que decimos sino en lo que vivimos. Transformar las relaciones implica mirar hacia dentro, hacia nuestros propios modelos vinculares, hacia nuestra infancia y nuestros miedos. Implica consciencia. La maternidad y paternidad conscientes son mucho más complejas y agotadoras.

Un segundo cambio necesario es generar espacios seguros para el desarrollo de los niños, niñas y adolescentes. Personas que quieran dañarles va a haber siempre, pero no podrán hacerlo si la sociedad, si cada uno de nosotros se lo impide. Dejar de mirar al otro lado y entender que el llanto del vecino, de mi sobrino, de la niña que tengo en clase o de la que acude a mi consulta son también mi problema cambiaría las cosas.

Y un tercer aspecto clave es la plena implementación de los derechos del niño, niña y adolescente en nuestra sociedad. Mientras se sigan estableciendo diferencias sociales entre adultos y niños como que pegar a un adulto sea considerado un delito y pegar a un niño, niña o adolescente sea considerado como educación se seguirán vulnerando los derechos de los niños, niñas y adolescentes como personas. Erradicar el castigo físico y psicológico no es una cuestión de buena voluntad sino de derechos humanos. Pero ésa es sólo una de las vulneraciones de sus derechos. Es necesario un marco legislativo adecuado, unas instituciones que cumplan adecuadamente su cometido y una comunidad que entienda que es también responsable de la protección de sus niños, niñas y adolescentes.

¿Qué podemos hacer las familias, desde nuestras casas, para resolver este problema y proteger a nuestros niños?

Poner consciencia en nuestras rutinas cotidianas. Despertarles con abrazos, con mimos. Decirles que les queremos. Para que cuando alguien les trate mal no lo acepten como normal. No pensar “si él ya sabe que le quiero”. Aprendemos a amar sintiéndonos amados y nos sentimos amados en las pequeñas rutinas de cada día. Enseñarles esa diferencia tan importante entre “querer bien” y “querer mal”. Porque la mayoría de las formas de violencia les van a llegar de gente a la que conocen y quieren, no de desconocidos, locos, borrachos o desalmados. Tienen que reconocer el maltrato les venga de quien les venga y eso sólo se aprende cuando tienes una vivencia clara de “buen amor”.

Segundo, hablar con ellos, sin temas tabú, contarles que esto existe y enseñarles a pedir ayuda, no decirles: “Sé fuerte, defiéndete sola, ten cuidado”. Así cuando estén en riesgo pedirán ayuda. Y por último ponerles límites firmes y claros en la crianza. Las normas no son un derecho de los padres y madres, lo son de los niños, niñas y adolescentes. Las necesitan para desarrollarse plenamente y no perderse. Y especialmente marcar esos límites desde un principio y con claridad cuando abusan de otros niños. No justificarlo como “son cosas de niños”.

Dice en una entrevista con UNICEF que la salud mental infanto-juvenil no se está abordando en España. ¿Hay más problemas de salud mental en niños y adolescentes ahora? ¿Cómo se puede abordar este problema?

No hay estadísticas suficientes para saber si hay más problemas, pero sí sabemos que los perfiles son más graves. Los niños, niñas y adolescentes que llegan al sistema de protección ahora, comparados con la situación hace veinte años, están mucho más dañados. Las medidas para abordar la salud mental infanto-juvenil son claras: unidades interdisciplinares (psiquiatría, psicología, trabajo social, al menos) que trabajen siempre en red; trabajo no sólo con el niño o niña sino con las familias y/o educadores y entender la medicación como un apoyo de una intervención global que no se limite a un diagnóstico.

¿Cree que el acoso escolar tiene en España una dimensión preocupante? el acoso escolar

El acoso escolar es el resultado de todo lo ya expuesto. El manejo de poder en las relaciones entre iguales plasma modelos ya aprendidos, no sólo en las familias, sino en los medios de comunicación, en el barrio...Es decir, en la sociedad. Claro que es preocupante porque plasma tres aspectos clave ya expuestos: la escasa afectividad y cuidado en las relaciones; la dificultad que tienen los niños, niñas y adolescentes para poner conciencia y sostener las propias emociones que dificulta la empatía y la minusvaloración y falta de preparación, consciencia o voluntad, según el caso, de los adultos para abordar el problema. Pero cometemos un error si limitamos y formulamos el acoso como “escolar” porque no se limita a la escuela, la trasciende. El acoso sigue siéndolo en el barrio, el pueblo, en las redes sociales…No es un problema de la escuela, es un problema de la sociedad.

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