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Alerta ámbar

Colas de profesores en Madrid para hacerse los test serológicos.

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Hace unos días me encontré en mi buzón de Oxford una carta del ayuntamiento. Sin sobre, dirigida al “residente” y “distribuida por todo el barrio. ”Como probablemente ya sabes, hay un aumento de casos de coronavirus en Oxford. La ciudad está en alerta ámbar y el mensaje de las autoridades sanitarias es que ahora todos tenemos que actuar rápido y de manera efectiva para parar más contagios en nuestra ciudad“. Un mensaje directo, contundente, con la apelación a la responsabilidad colectiva (”todos“) y a la acción.

La carta, de unos pocos párrafos, tenía un anuncio concreto: pruebas disponibles para todos los vecinos en el parking al aire libre del supermercado local. Y el recordatorio de las medidas habituales de uso de mascarilla, lavado de manos y (el preferido por estas tierras) distancia social. 

Oxford había superado el día anterior la incidencia de 25 casos en siete días por 100.000 habitantes y así había pasado al color siguiente de vigilancia de la epidemia. Por comparar, la Comunidad de Madrid tiene ahora 213 casos por 100.000 habitantes en los últimos siete días; La Rioja, 210, y el País Vasco, 194. 

Reino Unido no ha sido ni mucho menos un ejemplo en la lucha contra la pandemia. De hecho, es el país junto a España con mayor número de muertes por habitante y el mayor en “exceso de muertes”, es decir en fallecimientos por encima de la media habitual y que pueden ser un indicador más fiable de las víctimas por causa directa o indirecta de la pandemia. 

Pero Reino Unido empieza mejor el curso que España porque ha hecho algunas cosas bien este verano, como su apuesta por los tests (sigue haciendo muchos más que España), la insistencia en las burbujas de contactos limitados o la apuesta por espacios al aire libre. También está planeando algunas medidas con más ambición. 

Y una de las claves de gestión es un sistema de alertas que relaciona medidas con umbrales de transmisión. Algo que llevan pidiendo muchos expertos en España desde la primavera y que sigue sin suceder. Entre otros, nuestros tres especialistas y autores de los mejores artículos de recomendaciones para hacer políticas públicas coherentes, Daniel López Acuña, José Martínez Olmos y Alberto Infante Campos. 

Fernando Simón ha defendido que no es fácil establecer umbrales para todos, pero tenerlos (con todos los matices que sean necesarios) ayuda a la población a entender las restricciones y acaba con el guirigay partidista que vemos una y otra vez. Ciudades y regiones ya lo están haciendo así en Europa y en Estados Unidos. 

Los umbrales comunes son esenciales para que las decisiones y la suerte de los ciudadanos no queden sólo en manos de políticos sin conocimientos ni escrúpulos ni sentido común, como está pasando ahora con Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Es tan sólo el caso más extremo de alguien poco competente en el foco actual de la pandemia en Europa. Pero ejemplos de lo arriesgado que es tener políticos sin guía hay por toda España, como el caso del alcalde socialista de Valladolid, que ha denunciado las restricciones para frenar la peligrosa ola de contagios en contra del criterio más cauto e informado de la Junta de Castilla y León, gobernada por el PP y Ciudadanos.

En mi experiencia de vivir esta pandemia entre dos países, tengo bastante claro que el comportamiento de los ciudadanos que viven en España ha sido mucho más ejemplar que el de los que viven en Reino Unido. Por información o por disciplina, la abrumadora mayoría de los ciudadanos en España ha seguido las recomendaciones y las normas en cada momento con respeto a los demás, ganas de cooperar y conocimiento de la situación. Los comportamientos peligrosos de apariencia inocente, como las reuniones en casas y otros espacios interiores, a menudo han venido de los mensajes contradictorios de las autoridades públicas. Nadie dijo que no fuera recomendable ir de vacaciones o a cenar con los amigos o los familiares. Ni siquiera ha habido un esfuerzo decidido por distinguir entre el riesgo en un lugar exterior y otro interior.  

Lo que está fallando ahora son políticas públicas nacionales y regionales para informar mejor a los ciudadanos de la gravedad de la situación y aplicar restricciones donde haga falta con un mínimo criterio común. Lo que fallaba ya antes y no ha cambiado es la falta de recursos suficientes para la sanidad pública.

Ya ha quedado claro que una parte significativa de las comunidades no son capaces de gestionar este reto solas por la incompetencia de sus líderes o por falta de recursos legales u otros motivos. Las causas concretas son bastante irrelevantes para la salud, el trabajo y el bienestar de millones de personas. Aunque tampoco haya gestores modélicos en el Gobierno central, hacen falta más manos y más herramientas para este quilombo.  

Madrid ha tenido la mala suerte de tener al mando a las personas menos preparadas que uno pudiera imaginar para una emergencia, y dado que la gestión sobre el terreno siempre va a ser suya -incluso con estado de alarma- no hay mucha escapatoria. Pero eso no puede ser una excusa para que el Gobierno del país no intervenga más para aliviar el caos actual. 

No hay un manual de pandemias que le esté funcionando a la perfección a nadie, e incluso los lugares que mejor están controlando el virus -como Nueva York (en este artículo, nuestra reportera Icíar Gutiérrez explica muy bien qué ha hecho para conseguir pasar de ser el peor foco de Estados Unidos a uno de los lugares de menos riesgo)- miran con miedo lo que se avecina en otoño. En Reino Unido, algunos planes podrían funcionar -como los tests semanales para sanitarios y profesores con pruebas rápidas-, pero el Gobierno británico sigue dando órdenes contradictorias sobre si hay que volver o no al trabajo y qué tienen que hacer los escolares. 

Por muy difícil que sea la lucha contra este virus, con todo lo que consiguió superar España en primavera, es descorazonador ver cómo la mezcla de inacción e incompetencia nos está llevando a un escenario oscuro otra vez. 

En Oxford, esta semana ha bajado el número de casos y hemos vuelto al nivel “amarillo”. De momento, han bastado una carta y más tests. Veremos.

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