Cicely
Después de décadas perdida entre cintas de vídeo y DVDs que ya no tienes dónde ver, Doctor en Alaska, la serie de los años 90, está disponible en streaming en Europa y en Estados Unidos desde hace unos meses (en España, desde hace un año gracias a Filmin). Volver a Cicely, el pueblo imaginario de Alaska donde un joven médico de Nueva York llega obligado por su deuda estudiantil, es adentrarse en un mundo de sueños, surrealismo y humanidad que tanto nos hace falta.
La serie, que se emitió en Estados Unidos entre 1990 y 1995, refleja aquel momento marcado por el triunfalismo político después de la caída del muro de Berlín, y también por la recesión, la violencia urbana y los debates sobre las minorías, la libertad sexual, la religión y el feminismo. Pese a algún cliché, la serie ha envejecido mucho mejor que la mayoría de aquella época por el cuidado de los guionistas a la hora de interrogar las contradicciones de sus personajes y humanizar hasta a los que se comportan de la manera más detestable.
Una curiosa pregunta que se hacía un aficionado a las series en un post de 2022 es a quién votarían hoy en Estados Unidos los personajes de Doctor en Alaska. Daba algunas respuestas, pero lo cierto es que la belleza de la serie es que es difícil encajonar a los protagonistas en las casillas actuales porque tienen rasgos que parecen contradictorios. Joel Fleischman, el médico joven judío de Queens, de familia inmigrante rusa, que ha estudiado en la Universidad de Columbia con la beca del estado de Alaska que le obliga a trabajar allí, dice ser republicano. Maggie O’Connell, la piloto y agente inmobiliaria de Alaska que creció en una familia tradicional de Michigan, es la que parece más explícitamente demócrata. Pero ni siquiera Chris, el presentador de radio que vive en una caravana, ex convicto, filósofo y amante abierto, es fácil de definir como alguien de izquierdas, según diría, tal vez, la etiqueta más automática. Y hasta cuesta imaginar a Maurice, el millonario filántropo, homófobo, ex astronauta y republicano conservador, votando hoy por alguien como Donald Trump, un candidato caracterizado por la total falta de empatía y respeto a cualquier tradición o institución.
Doctor en Alaska es ficción, pero sin duda es un reflejo de un tiempo donde los rasgos demográficos, el entorno y el comportamiento social no eran tan predictivos del voto, y donde personas más distintas vivían en la misma comunidad y las diferencias ideológicas no llevaban automáticamente al odio personal e insoslayable.
Como escribía hace unos días en nuestro rincón de pensar, en Estados Unidos el cambio es especialmente pronunciado y único por la elección binaria entre dos partidos, el grado de agrupación territorial por grupos partidistas y la brecha sobre todo racial que ha dividido la política de manera acelerada. Pero ningún país es inmune a ese tipo de ruptura de la sociedad, y viendo la agresividad en la esfera pública española y la constante llamada a la división entre “ellos” y “nosotros” por parte de políticos, asesores, periodistas y otras voces públicas es imposible no inquietarse por lo que viene.
Más allá de la minoría más interesada y activa en el pequeño mundo partidista, la mayoría de la población, por suerte, no está en esas trincheras. Ni siquiera le interesan tanto en comparación con las preocupaciones más urgentes para su vida y sus vecinos. Pero, como me decía Sandra León, la directora del Instituto Carlos III-Juan March, el contagio de los políticos y alrededores a los votantes “erosiona las dinámicas sobre las que se sostiene la cohesión social, es decir el intercambio mínimo que tenemos con nuestro vecino, el civismo”.
Esto no es irreversible y las soluciones no son tan difíciles de imaginar: políticos conscientes de su responsabilidad y del peso de sus palabras, asambleas ciudadanas para debatir asuntos controvertidos, estándares éticos para medios públicos y privados, más foco en lo concreto y retos comunes. Y tal vez, al modo de las novelas que nos ayudan a cultivar la empatía, un poco más de Cicely.
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