El espejo de la ONU
En tiempos de paz, o mejor dicho, en tiempos donde los conflictos activos suenan más lejanos a europeos y estadounidenses, la percepción de la reunión de la Asamblea General de la ONU suele oscilar entre la incomodidad y el dispendio. En Nueva York, es la semana del gran atasco entre el desfile de líderes mundiales en coche y sus cortejos de asesores y periodistas: un vaivén de discursos, entrevistas, compras y entregas de premios que a menudo financia el premiado.
Para quienes lo hemos visto de cerca, es un espectáculo poco edificante del que raramente sale algo útil. La sesión en sí se suele reducir a algún texto aprobado de manera simbólica por la Asamblea, media palabra mejor o peor dicha por parte del presidente de Estados Unidos, los discursos del presidente español y otros europeos en ratos con poca atención, y algún momento de protesta o emoción que tal vez dé para unos segundos de vídeo.
Pero en años como este queda visible de manera especialmente trágica la ineficacia de un foro que sirve para poco más que darle un púlpito a los peores tiranos del mundo y dejar que resuenen palabras impotentes. Estos días vemos cómo caen en vacío las llamadas al alto el fuego en Gaza, Líbano y Sudán (donde se está cometiendo otro genocidio que no parece encajar con las luchas partidistas occidentales poco interesadas en el sufrimiento humano).
Ninguno de estos conflictos es culpa de la ONU ni fácil de resolver para ningún político que lo intente de buena fe. Como hemos visto en la guerra de Ucrania, ni cuando Estados Unidos y la UE están unidos en la misma posición logran parar una masacre. Para quienes apelan continuamente a la hipocresía de actuar contra Vladímir Putin y no contra Benjamin Netanyahu, lo cierto es que ni la acción ni la inacción internacional han parado a ninguno de los dos.
La responsabilidad política es, sobre todo, de los Estados más poderosos y ricos no sólo en Occidente, sino también en las regiones afectadas y que a menudo o se lavan las manos o se ponen del lado más sanguinario. La Asamblea General de la ONU, que es al fin y al cabo el reflejo del mundo, deja a la vista las carencias y las vergüenzas de líderes y países que representan.
A menudo se habla de la reforma del Consejo de Seguridad para que pueda aprobar resoluciones en los casos más atroces en lugar de estar atenazada por el derecho de veto en particular de Estados Unidos, Rusia y China. Pero cabe preguntarse en este punto si realmente eso cambiaría algo porque el mundo en que las potencias al menos intentaban el consenso en el Consejo para dar legitimidad a sus acciones o castigar las de otros parece estar desvaneciéndose. La idea de que importan más las instituciones que los líderes pasajeros se resquebraja por debilidad o por inacción de los organismos creados para velar por la paz y las reglas y el refuerzo de líderes destructivos sin límites a su irresponsabilidad e incluso maldad.
La ONU es un espejo que pone en evidencia los males y los peores personajes de nuestro mundo cada septiembre de dispendio y palabrería. Más que otro discurso o resolución en la Asamblea General, la esperanza es que el año que viene haya menos líderes funestos con derecho a púlpito.
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