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Huracán de mentiras

Un hombre en St. Petersburg, Florida, camina sobre trozos de ladrillo junto a una grúa caída tras el paso del huracán Milton.

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Los huracanes incluso los más destructivos y los que ocurren en los lugares más inesperados son parte de la vida en Estados Unidos. Cada vez más, cada vez peor y cada vez más en zonas ajenas hasta ahora a estas catástrofes. Lo que cuesta comprender en este contexto es que meteorólogos reciban amenazas de muerte o que un congresista republicano tenga que salir a desmentir a una colega para aclarar, que no, que el Gobierno de Estados Unidos no ha provocado un huracán. 

Como sucede con otros debates, las personas que creen en las conspiraciones más descabelladas son una minoría. Incluso los más desconfiados en general sobre la amenaza de la crisis climática han cambiado de opinión en los últimos años, tal vez después de vivir los efectos de la alteración de las temperaturas. 

La mayoría de la población en Estados Unidos cree que la salud del país y la de su familia está afectada directamente por el cambio climático, tiene unos índices de confianza altos en fuentes científicas y está preocupada por los bulos, según un informe del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford. El efecto de la Presidencia de Donald Trump, que se salió de los acuerdos internacionales para reducir emisiones, fue que más personas en el país mostraron su preocupación por la crisis climática. Cerca del 80% de los estadounidenses creen que la actividad humana está provocando el cambio del clima y cada vez más personas hablan de una “crisis climática”, según una encuesta del final de su mandato. Pero el efecto de Trump, como en otras políticas, también ha sido una brecha mayor entre votantes republicanos y demócratas

En la última década, Estados Unidos ha sido el ejemplo más extremo de cómo unos pocos políticos utilizan sin piedad un asunto movido por una minoría muy activa para explotarlo a su favor. Eso ha provocado una brecha social que casi siempre tiene en común la desconfianza hacia el Gobierno y otras instituciones públicas. Esa semilla se convierte en un grave problema ante una emergencia, como sucedió durante la pandemia.

Desde Europa, y desde España en particular, cuesta imaginar que en aquellos meses de tanta muerte y sufrimiento, en Michigan milicias armadas rodearan una peluquería para que abriera saltándose las reglas sanitarias y que no fuera multada o que un guarda de una tienda fuera asesinado tras pedirle a una señora que se pusiera una mascarilla para entrar. Los casos más extremos fueron excepciones, pero lo que pasó en aquellos momentos refleja los peligros de la negación de la realidad azuzada por unos pocos políticos y oportunistas. 

Meteorólogos con cuatro décadas de experiencia cuentan ahora que nunca habían visto tanta desinformación -a veces también con exageraciones de aficionados buscando atención o incluso de influencers que se ponen en peligro por unos clics- y tanto mensaje malévolo de políticos sin escrúpulos. Algunos cuentan que han recibido amenazas de muerte por explicar lo que se sabía del huracán Milton y su relación con el calentamiento del mar.

Políticos republicanos están obsesionados con las palabras, como la eliminación de la expresión “cambio climático” de la legislación de Florida aprobada por el gobernador, Ron DeSantis. Otros son más explícitos en sus mentiras paranoicas, como la congresista de Georgia Marjorie Taylor Greene, que sugirió y luego insistió en que “ellos”, referido supuestamente al Gobierno, podían “controlar el tiempo”. Es la misma que dijo que los incendios en California estaban provocados por rayos láser lanzados desde el espacio por empresarios judíos, que la llegada de migrantes musulmanes era parte de una operación “sionista” y que asesinatos a tiros de niños habían sido inventados por sus padres. Son mentiras que ni comparten ni difunden la mayoría de los estadounidenses, pero basta con que lo haga una minoría para crear más división en una sociedad ya fracturada y para crear situaciones extra de peligro. 

Las redes sociales impulsan la difusión masiva de bulos especialmente peligrosos en situaciones de emergencia, pero una vez el arma más potente es un político sin escrúpulos capaz de sembrar la desconfianza, confundir y empujar a la tragedia a ciudadanos corrientes.

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