Uno de los aspectos que llama la atención del extenso parque conmemorativo alrededor de lo que queda del Muro de Berlín es el poco espacio dedicado a la celebración de su caída. Sólo al final del recorrido de un pequeño museo enfrente del parque, y cuya fachada está decorada hoy con una bandera ucraniana, se encuentran las imágenes que tanto nos marcaron a los europeos en 1989, las de la noche de noviembre en que miles de personas cruzaron las barreras y bailaron encima de aquel símbolo de muerte y opresión.
La mayoría del parque conmemorativo hoy está dedicado a documentar con mucho detalle la tragedia de vecinos y familiares divididos por la muralla y de los muertos que intentaron cruzarla. Se escuchan testimonios de supervivientes y también los nombres de las víctimas tiroteadas por los guardas del Este o que se mataron saltando de los edificios más cercanos para intentar caer en el Oeste, excavando túneles o volando en globo. Hay fotos de las casas destruidas y un templo de “reconciliación” en el sitio de una iglesia demolida. El momento casi pop unido a los grafitis de la parte occidental del muro y a los trozos de cemento que regalaban los semanarios de la época en España se convierte en un final que se ve con más sobriedad después de haber repasado el sufrimiento de las décadas anteriores.
La reunificación de Alemania, de la que este jueves se han cumplido 34 años, sigue teniendo cicatrices visibles en las desigualdades del país, la relación con la memoria y la emergencia de la extrema derecha especialmente en la antigua Alemania oriental. En la esfera pública cuesta hablar -en algunos casos por motivos legales- de cualquier asunto que contradiga el arrepentimiento nacional por las atrocidades cometidas, y eso explica, por ejemplo, las dificultades de los políticos alemanes para criticar cualquier acción del Gobierno de Netanyahu. Pero pese a sus limitaciones, Alemania es un ejemplo de país que ha afrontado su pasado más oscuro y vergonzoso y ha documentado para el público extensamente, con detalle y crudeza, lo que pasó. Además del parque alrededor de los restos de muro, en Berlín se encuentran el museo de la historia de Alemania, otro específico sobre Alemania Oriental y el monumento y centro de información dedicado a los judíos asesinados en Europa. Ninguno ahorra detalles ni blanquea lo que pasó. No disimula responsabilidades y también recuerda crímenes que quedaron impunes en la siempre complicada transición hacia la paz y la aún más difícil reconciliación.
Alemania lo ha hecho con su historia más reciente, cuando todavía hay víctimas y verdugos. Y también se puede ver un esfuerzo incipiente en otros países con cuentas recientes en Europa central y del Este.
Lo que sorprende, en cambio, es que España sigue sin tener un museo de historia nacional que documente de forma completa y transparente los hechos, también los malos y sus debates. La historia está repartida en museos de ciudades y comunidades autónomas a menudo anticuados e insuficientes y los retazos entre museos militares y colecciones de aristócratas y reyes.
El último episodio sobre si el Estado español debe pedir perdón al Estado mexicano es otro clásico ejemplo de vacuidad política tan habitual en nuestros tiempos. Pero recuerda que enterrar o ignorar la historia también da alas a demagogos de todos los colores dispuestos a explotar las lagunas de conocimiento. Más que añadir palabrería o “pedir perdón”, los países que se toman en serio su pasado lo afrontan en primer lugar contándolo con detalle, de manera independiente, sin interferencias de partidos enfangados en sus cuitas del momento. Ningún relato está exento de polémica y esto suele ser sólo un principio.
Si Alemania lo ha podido hacer con un pasado tan reciente como vil, ¿cómo no va a poder España contar con calma y más seriedad su historia hasta donde se puede documentar? Ni siquiera se trata de dar una respuesta unívoca a hechos que pueden ser objeto de debate y de testimonios contradictorios. Pero se trata al menos de hacer un esfuerzo por explicar sin miedo.
Así el pasado puede servir para entender mejor el presente. En lo que queda del Muro de Berlín, hace unas semanas me fijé en una pintada reciente que recuerda otros muros, los de las fronteras contra migrantes y refugiados de fuera de Europa, con estas palabras: “Ladrillo a ladrillo, muro a muro, hagamos que la fortaleza de la UE caiga”.