La revolución de Biden
En los años de agonía, crisis de identidad y dudas sobre la democracia y el futuro de Estados Unidos que sucedieron a las elecciones de 2016, una de las preguntas entre historiadores y economistas era si aquello era el principio o el final de una era.
Richard Parker, uno de los profesores más apasionados de la escuela de gobierno de la Universidad de Harvard, de esos que salen a dar clase en la hierba en cuanto el tiempo lo permite, aleccionaba sobre la historia presidencial y su influencia en los ciclos económicos. En la primavera de 2018, trataba de encontrar una respuesta: ¿Sería Trump el principio de una nueva era populista, proteccionista, nacionalista? ¿O sería el final surrealista y destructor de la era Reagan?
Unos pocos presidentes de Estados Unidos han sido verdaderos transformadores. La mayoría han apuntalado las políticas de sus predecesores, fueran de su mismo partido o no, producto de la época, la casualidad de las crisis que les tocaron y el peso de una red de profesores, intelectuales y asesores de unas pocas universidades entrelazadas con los intereses de gobierno. Otros tantos han marcado el final del ciclo, a menudo de manera caótica.
El profesor Stephen Skowarnek, de la Universidad de Yale, clasifica a los presidentes en “reconstructores”, “articuladores” y “divergentes”. Según este marco, Franklin Roosevelt fue así un revolucionario, con el primer empujón al estado del bienestar producto de la depresión y la guerra y sus ideas fueron articuladas por sus sucesores, incluido Richard Nixon.
El siguiente gran cambio fue el de Ronald Reagan, con su revolución conservadora y el rechazo de los cimientos que había puesto Roosevelt, sustituido por el convencimiento de que cualquier sustento público era nefasto, el gasto público era una mala idea mientras no fuera para aumentar el presupuesto de defensa y el déficit era anatema mientras no fuera para bajar impuestos que compensarían al erario por la riqueza que crearían (algo que nunca se cumplió en el mundo real). Bill Clinton apuntaló esta tendencia con sus recortes del gasto social y Barack Obama no logró salirse del marco.
Estos días pienso a menudo en el profesor Parker, que por fin tendrá respuesta a su pregunta. Ahora podemos decir que el anterior presidente fue el final de una era. Y que el actual, Joe Biden, está marcando el comienzo de una nueva. Un país donde existan una parte de los derechos básicos normalizados en Europa como la educación preescolar universal y gratuita o las bajas médicas, y ya de paso con los puentes más sólidos y las carreteras más preparadas para coches menos contaminantes. Un país donde el Estado no sea sinónimo de peligro y donde las instituciones se adapten a una sociedad más abierta y más variada. Un país que lidere la lucha contra el cambio climático, los privilegios fiscales de unos pocos y la pobreza sanitaria.
El último hito es el anuncio este miércoles de que EEUU apoya la suspensión temporal de las patentes de las vacunas anti-COVID para intentar acelerar la producción y frenar la pandemia que nos seguirá afectando a todos mientras no se controle en todo el mundo. Queda mucho camino para que esto tenga consecuencias prácticas, pero el cambio de postura y el liderazgo que EEUU ha ejercido antes que la UE muestran que Biden no se va andar con chiquitas.
A su biógrafo, el periodista Evan Osnos, no le sorprende este giro de Biden, un hombre de 78 años que lleva toda su vida en Washington apuntalando lo existente. Su llegada improbable a la cumbre en este momento de su vida ha sido impulsada por una obsesión: ser un buen presidente, dejar huella para las próximas generaciones. Ya me lo contaba Osnos en esta entrevista justo antes de las elecciones de noviembre.
El destino es difícil de predecir especialmente en un país fracturado y con un partido en la oposición donde florecen los personajes que defienden la limitación del voto o la existencia de una conspiración universal que un día incluye a pederastas imaginarios en una pizzería y otro a enemigos ficticios con rayos láser. Pero estos últimos tres meses y medio ya han sido una pequeña revolución.
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