#16M
Mi recuerdo más hermoso del 15M no es de la propia manifestación, sino del día siguiente.
Recuerdo salir de la Universidad Autónoma, comer algo rápido en el tren y subir a Sol en bici. La llegada a Sol por Alcalá es una cuesta arriba desde Cibeles que, en un momento dado a la altura del antiguo edificio de Banesto, afloja. Hasta que no termina la cuesta, no se ve la plaza.
La noche anterior, a eso de la 1 de la mañana, habíamos terminado de recoger los materiales de Juventud Sin Futuro y habíamos tomado una caña (o varias). Recuerdo a dos compañeros diciendo “hay que quedarse esta noche, esto va a ser el Tahrir español” (en esos días mirábamos con esperanza a las primaveras árabes) y recuerdo habernos sonreído e ido a casa con otros compañeros, agotados después de la manifestación. Sabíamos que en este país había condiciones para el cambio democrático, pero quien diga que entonces podía prever el 15M y no tenía dudas y miedos es adivino.
La mañana siguiente resultó que no era Tahrir, pero que habían aguantado unas decenas de personas en la plaza. Y que fueron llegando más a lo largo del día.
A eso de las cuatro de la tarde, pasé pedaleando y sin aliento por el antiguo edificio de Banesto y tuve perspectiva. Vi la plaza. Entre la estatua ecuestre de Carlos III y el monumento al oso y el madroño, varios cientos de personas celebraban una asamblea y ya había alguna lona protegiéndoles del sol.
Nadie tenía la menor idea de cómo Sol se convertiría después en una especie de zoco democrático y de cuántos cientos de asambleas y gritos mudos iban a poblar la plaza. Nadie tenía la menor idea de lo que iba a pasar después y quizá esa sea la mejor sensación de todo el 15M: la incertidumbre derivada de la puesta en cuestión del orden político. Solo había dos certezas esos días: que estábamos descubriéndonos a nosotros mismos que la política no les pertenecía a los políticos sino que podía ser de la ciudadanía y la maravillosa revelación de que un pueblo movilizado lo puede casi todo. Se acabó ver la política por la tele y tocaba un ciclo de protagonismo ciudadano.
Pero el 16M a las cuatro de la tarde, nadie sabía todo eso. Sin embargo, recuerdo levantar la cabeza y ver la plaza. Y recuerdo haberme derrumbado sobre el manillar de la bicicleta emocionado en un rato que no sabría decir si duró cinco minutos o una hora “con la carne del alma de gallina”, que decía Sabina. En esos días teníamos la sensación de que se hacía historia en las plazas y empezaba a parecer que Sol podía ser la nuestra. Y, además, la manifestación del día anterior no se había diluido: había cientos de cuerpos en la plaza impidiendo que se diluyera. Y una conexión entre la plaza y un sentido común que había cambiado en este país para siempre.
Lo más fascinante de aquellos días era la sensación de que era imposible pero lo estábamos haciendo: era impensable que la ocupación (ilegal) de la plaza más emblemática de Madrid para impugnar el estado de las cosas, bajo el lema “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, pudiera durar tanto tiempo y calar tan hondo en la cultura política de nuestro país.
Cayeron mitos en Sol: el mito de que la crisis era inevitable, el mito de la generación ni-ni, el mito de los jóvenes que no participan y de los mayores desencantados... Especialmente cayó el mito de que la Historia estaba escrita en libros, porque se demostró que se puede hacer con las manos.
Seis años después, las razones y el desencanto que nos llevaron a las plazas permanecen. Como permanece la estructura de poder que gestiona la crisis en beneficio de los de arriba y contra los de abajo.
Sin embargo, todo ha cambiado. Hay una generación que ya conoce un camino: juntos y juntas, con la fuerza de la construcción colectiva, se puede casi todo. Esa generación sigue dando la pelea por este país y por el futuro en muchos frentes. Algunos hoy incluso en el Parlamento.
No hay nada más hermoso, ni más revolucionario, que la sensación de que las cosas pueden cambiar y la injusticia no es una condena. Es uno de los aprendizajes de la generación de las plazas. Este país lo recordó en mayo de 2011.
Como sucede a quien anda en bicicleta, el cambio político necesita movimiento: si no pedaleas, caes. El 15M supuso un momento democrático histórico para nuestro país, pero no puede convertirse únicamente en un hito o un fetiche. España sigue necesitando de la tensión transformadora de la primavera de 2011 para ser un país justo, moderno y con unas instituciones al servicio de su gente y a la altura de los tiempos. Sigue habiendo camino por hacer y sigue abierta la puerta para que la Historia no sea un tiempo pasado, sino presente continuo.