¿Abrazo o negociación?
Cuanto más lo pienso, más listo, ambicioso, y ágil me parece. Lo de Unidas me despistó. Es el líder que lo quiere todo, aunque está dispuesto a esperar. Como Aquiles, ha surgido de un gineceo, a la izquierda de la izquierda; con una fuerza renovada por el declive. Ha hecho de la necesidad virtud, con la rapidez de los audaces, a los que los dioses les reservan la victoria.
Los tiempos en negociación pueden llegar a serlo casi todo. El poder es siempre relativo al poder de la otra parte; cuando el socio te dice sin palabras: “Te lo doy todo por el trono”, sabes que 35 es más que 120. Un acuerdo es bueno cuando mejora la alternativa a no cerrar ese acuerdo; por eso se equivocan los que piensan que para este viaje no eran necesarias alforjas, refiriéndose a que las elecciones recién celebradas no han servido para nada. La política española se ha espabilado del letargo.
Las urnas sí eran necesarias para que el aparente ganador reconociese su debilidad real, y diese el paso hacia el abrazo; a partir de ahí comenzó la liturgia propia de las negociaciones, donde las cosas no son lo que parecen; salvo los suspiros que se escucharon en la sala, que fueron tan genuinos como ingenuos.
Nuestro Aquiles tiene también los pies ligeros, maneja las distancias cortas, sabe que ceder hoy, sin conceder, es la manera de ganar mañana; lo que promete una deliciosa partida en la cumbre: “Entre vicepresidentes va a andar el juego”. El “presidente a toda costa” va camino de convidado de piedra. Tras la primera impresión, a los espectadores y a las bolsas se nos va haciendo el cuerpo, que es de lo que se trata.
Aristóteles apunta en Ética a Nicómaco que “se puede desear lo imposible, pero solo se puede elegir lo real”, de ahí el abrazo; sin embargo, Aquiles, se pronuncia Pablo, aspira a más, mucho más; el PSOE ya está tardando en encontrar un nuevo Felipe González, o lo será él