El debate europeo no está ocupando un espacio relevante en las elecciones alemanas, centradas sobre todo en los asuntos domésticos. Gran error, pues lo cierto es que la evolución de la economía alemana se ve influida por lo que acontezca en el espacio comunitario, del mismo modo que el presente y el futuro de la Unión Europea (UE) y de la zona euro dependen en buena medida de las políticas que cristalicen en este país. En las líneas que siguen, presento algunas ideas que podrían articular un debate que apunte en la dirección de una economía alemana y una Europa para las mayorías sociales.
- Es posible y necesario aumentar los salarios y el gasto público alemanes. Avanzar en esa dirección permitirá dinamizar la demanda interna, tanto en la esfera del consumo como de la inversión, y afrontar la inaplazable agenda de transformaciones estructurales, que pasan por un decidido compromiso con la educación, la innovación tecnológica, la sostenibilidad y la renovación de las infraestructuras. Todo ello significa que Alemania debe aceptar un aumento de los precios superior al actual, que roza el territorio de la deflación, contribuyendo de esta manera a un objetivo esencial de la política económica europea, alcanzar una tasa de inflación del 2%.
- La represión salarial ha representado la quintaesencia de las políticas aplicadas en Alemania y en el conjunto de los países europeos. Los salarios tienen que aumentar, para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y, de paso, activar la demanda doméstica. Su empoderamiento de los asalariados es la verdadera piedra de toque de la renovación del tejido productivo y empresarial; se trata, pues, de una visión radicalmente distinta de la convencional de las políticas de oferta, que sostienen la necesidad de presionar sobre los costes laborales para mejorar la posición competitiva de las empresas. Como regla general, las retribuciones de los asalariados tienen que crecer en línea con la productividad del más el objetivo de inflación (en mayor medida los de los grupos de población que han perdido más capacidad adquisitiva), más un porcentaje que compense la brecha competitiva generada con el resto de socios comunitarios en el período de drástico ajuste a la baja de los salarios. El objetivo en los próximos años es recuperar el peso que los estos tenían en la renta nacional cuando se implantó la moneda única, lo que supone un crecimiento de tres puntos porcentuales, hasta situar esa ratio en el 59%. La responsabilidad del gobierno en este viraje es clave, aumentando el salario mínimo, mejorando las retribuciones de los trabajadores públicos, promoviendo la contratación a tiempo completo y penalizando la fraudulenta. Dadas las extravagantes remuneraciones de las elites empresariales –en absoluto justificadas por la productividad de su trabajo, sino por las posiciones de poder que detentan- creo necesario introducir el debate sobre los límites de esas remuneraciones. Teniendo en cuenta el enquistamiento de la precariedad y la pobreza en Alemania, dentro y fuera del mercado laboral, resulta asimismo imprescindible introducir el debate político y ciudadano sobre la aplicación de una renta básica universal.
- En el terreno de la política presupuestaria, Alemania debe imprimir un viraje sustancial en su política económica. Los ajustes en las cuentas públicas han dominado la gestión macroeconómica en los años de crisis, en este país y en Europa. El gasto público alemán, en porcentaje del PIB, está por debajo del promedio comunitario, siendo asimismo inferior al de aquellos países con similares niveles de renta por habitante (lo mismo cabe decir en lo que se refiere a los rubros correspondientes al gasto social y productivo). La economía alemana no sólo cuenta con margen suficiente para “flexibilizar” su rigor presupuestario, sino que dicha flexibilización, a través de la activación del gasto público y la reducción del actual superávit, es una necesidad para un adecuado funcionamiento de su economía, para corregir la fractura social y para avanzar hacia “Otra Europa”.
- En clave europea, el previsible aumento de las importaciones y la aminoración de los flujos exportadores, asociados al impulso de la demanda interna alemana crearán las condiciones para absorber y corregir los desequilibrios de las balanzas de pagos, tanto del lado del superávit de Alemania como del de los déficits de las periferias, que verán ampliados los mercados para la venta de sus bienes y servicios.
- Bruselas, con el decisivo concurso de los responsables políticos alemanes, no sólo han impuesto unas fracasadas políticas de austeridad. La coalición de intereses oligárquicos que ha colonizado las instituciones comunitarias ha llevado a cabo reformas que apuntan a un federalismo burocrático y autoritario. Un limitado, insuficiente y sesgado rediseño institucional de la zona euro, que no corrige los problemas fundamentales de la misma, que mantiene y refuerza el estatus quo y que entrega el denominado proyecto europeo a las grandes corporaciones y a la industria financiera, perjudicando a la mayoría de la población alemana y asfixiando a las economías periféricas de la eurozona y la UE. En esto ha consistido la política europea de Alemania. Perseverar en la actual trayectoria, además de no abrir un escenario de superación de la crisis, además de empobrecer a una buena parte de la población, nos conduce a un abismo donde nos esperan (ya están presentes, de hecho) los partidos y movimientos xenófobos y fascistas, situándonos en un escenario donde las inercias desintegradoras podrían incluso poner en jaque a la unión monetaria y a la UE.
- Por todo ello, Europa –su ciudadanía, pues eso es lo que en definitiva más importa- necesita reformas en profundidad, tanto de sus instituciones como de sus políticas. De manera inmediata, pues la gravedad de la situación lo exige, hay que aplicar un pack de medidas de emergencia que deberían incluir la celebración de una conferencia sobre la deuda privada y pública (iniciativa que trabajaría con una agenda que incorporaría la auditoría ciudadana y la aplicación inmediata de una moratoria en los pagos, además de quitas y reestructuraciones); un ambicioso plan de rescate a la periferia orientado a la modernización y renovación de las capacidades productivas y a la mejora de los estándares sociales; y un pacto europeo de crecimiento de los salarios. Con la actual institucionalidad, si hubiera voluntad política (que ahora es simplemente inexistente), estos objetivos serían viables. Resulta evidente que ello significa desbordar las líneas rojas que, rígida y autoritariamente, ha impuesto la política alemana de los últimos años, rechazando de plano todas aquellas propuestas que apuntaban a una Europa más cooperativa y solidaria; y, claro está, implica poner fin a las políticas salariales y presupuestarias, y a las exigencias de la Comisión Europea y la Troika en estos ámbitos.
- En paralelo, es preciso abrir una agenda de más calado que conducirá necesariamente a la aprobación de un nuevo tratado europeo. Los objetivos de la nueva Europa en materia de política económica deben ser la convergencia productiva, social y territorial hacia los estándares más elevados, la equidad de género y la sostenibilidad. En el terreno de las instituciones, además de otorgar más protagonismo al parlamento europeo, es necesario crear nuevas instituciones y protocolos que promuevan y faciliten la intervención de la ciudadanía. En un contexto donde se establezcan los pilares de “Otra Europa”, habrá que establecer nuevos criterios de condicionalidad, diseñar un nuevo y más ambicioso presupuesto europeo, sostenido en la suficiencia financiera y la progresividad fiscal, y redefinir los objetivos del Banco Central Europeo y del Banco Europeo de Inversiones, todo ello en la línea de los objetivos que acabamos de señalar. Para que esa Europa emerja hay que introducir en el debate político y ciudadano un plan de reformas estructurales dirigido, entre otros objetivos, a la reforma del sector financiero, desactivando su potencial especulativo y promoviendo un potente polo público, limitar el poder de las grandes corporaciones, prohibir los paraísos fiscales, combatir el fraude fiscal y garantizar la negociación colectiva, corregir las disparidades territoriales y promover la sostenibilidad medioambiental y la equidad de género.
- Es evidente que las propuestas anteriores, y otras que pudieran formularse en la misma línea, colisionan con los intereses de las elites económicas y políticas europeas (no sólo alemanas), que contemplan la actual institucionalidad y políticas comunitarias como la vía para el mantenimiento y la reproducción de las actuales relaciones de poder, y de un sistema capitalista crecientemente extractivo, en lo social y en lo ecológico. Así las cosas, sólo una ciudadanía organizada y politizada, actuando local y globalmente, estará en condiciones de liderar un verdadero proceso de transformación, de abrir el candado que permita construir “Otra Europa”. Está por ver si esta dinámica, eminentemente política, pone sobre la mesa la necesidad abandonar la zona euro o, incluso, la propia disolución de la misma y de la UE. Todos los escenarios están abiertos, ante el más que previsible cierre de filas de las oligarquías para impedir cualquier transformación que supere el marco institucional vigente (las políticas económicas y estructurales, en lo fundamental, ni siquiera se cuestionan) o la mera reforma del mismo. Las fuerzas del cambio que libran la batalla por “Otra Europa” y que no consideran que ahora mismo el epicentro de esa batalla pivota en torno a la salida de la moneda única (aun reconociendo que el euro, en su actual formulación, es la opción de los poderes económicos y políticos y que el margen de maniobra para hacer políticas en beneficio de las mayorías sociales es cada vez más reducido), harían bien en considerar y en prepararse para todos los escenarios, incluido el de la ruptura o salida de la UEM.