En un día como hoy de un enero que tampoco era frío llegué pronto al Teatro del Barrio. La flecha estaba en el arco y tenía que partir. Habíamos estado ultimando el documento “Mover ficha” y acariciábamos en el ambiente la sensación de que la piedra que lanzábamos al estanque de la política española iba a hacer muchas olas. El teatro del barrio había nacido como una cooperativa de gente de la cultura que recogía el espíritu desobediente del 15M. Teníamos ya en marcha en ese espacio la Universidad del Barrio. Todos los lunes llevábamos nuestro modesto saber a la gente a la que la vida no le había dado la posibilidad de estar en las aulas universitarias. Arrancamos el curso con una “Historia provisional de ¿España?”. España tenía que repensar la democracia y el primer paso era reescribirse. Era un mandato que estaba en la calle. Me correspondieron un par de sesiones sobre la Transición. Cuántas ganas. Ir allí los lunes con Emilio Silva, Pablo Sánchez León, Ariel Jerez, con Noelia Adánez y Alberto Sanjuan era un lujo. Sentíamos que algo estaba cambiando. La universidad del barrio sabía al mismo aliento fresco e irreverente que Podemos, la alegría bebía esa magia, y Podemos no dejaba de mirar a las enseñanzas del 15M.
En la presentación del partido morado redacté un texto que empezaba con Quevedo: “Miré los muros de la patria mía/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía”. Andaba nervioso. Sabía que empezaba un viaje que nos iba a cambiar la vida. Una actriz del Teatro me dijo que recité a Quevedo como recitaba Fernán Gómez aquello de “Señoritooooooooooo” en “El viaje a ninguna parte”. Sara Bienzobas me dijo que le había hecho llorar (pero de emoción. Menos mal). Todos nos abrazamos mucho ese día. Con Carlos Fernández Liria y con Alberto Sanjuán, con Ariel Jerez y con Jaime Pastor, con Miguel Urbán y con Rita Maestre. Y con Carolina, con Pablo, con íñigo, con Luis. Escogí a Quevedo porque la sensación era que nos estaban robando nuestro país, al que estaban convirtiendo en un reino bananero. Y queríamos hacer política sin perder la poesía.
La cola en la calle Zurita del barrio de Lavapiés llegaba hasta donde la vista se perdía. Señal de que le había interesado a la gente. Medios no había muchos. Los medios seguían pensando en clave bipartidista. Unos cuantos millones de españoles, ajenos al flow de los medios, empezaron a interesarse. En aquel lanzamiento de Podemos, los firmantes del Manifiesto Mover Ficha pedíamos a Pablo Iglesias que encabezará una candidatura a las elecciones europeas de 2014. Pablo aceptó el reto pero puso como condición recoger 50.000 firmas en un mes. Al día siguiente había casi 100.000. El proyecto de Podemos arrancaba.
Por aquel entonces me tocaba recorrer en mi tiempo libre España. Fuera de Pablo era prácticamente el único conocido (por alguna aparición en los medios y porque ya me había dado un par de vueltas por el país con el Frente Cívico y presentando libros mochila al hombro). Fueron meses de formar círculos y de empezar a articular una organización, de la que se fueron encargando otros compañeros más duchos e interesados en las cuestiones internas de los partidos. Todo requería de mucha energía y era esperanzador ver que no se nos gastaban las fuerzas.
El PP nos despreció y el PSOE hizo otro tanto. Izquierda Unida nos acusó en público de ser agentes del imperio y en privado nos despreció de la misma manera que los grandes partidos. Pero daba lo mismo, porque estábamos ya patinando por otra pista. Aún no era un drama fracasar y veíamos que las aguas se removían. Se llenaban los actos, las plazas, las salas universitarias. Algo estaba pasando. Pablo era como El Zorro que hacía la zeta en la mejilla del Virrey rijoso. Cinco eurodiputados nos dieron el pistoletazo de salida. Al día siguiente protagonizaríamos las portadas de los periódicos. Hicimos Vistalegre 1 con las mismas prisas. Teníamos que irrumpir. La locomotora corría y corría, pero también empezábamos a dejarnos trozos de piel en el camino. El PSOE, que no salía de su marasmo, empezó a tomar nota. Pero haciendo trampas. Adelantó las elecciones andaluzas para intentar pillar a Podemos con el pie cambiado. Sacamos el 15% esa primera vez. Duplicábamos los apoyos. Empezaron a arreciar los ataques y nosotros seguíamos corriendo elección tras elección. Y conforme crecíamos, la interna se iba haciendo más y más densa. Pero no había tiempo de atenderla porque otras elecciones estaban a la vuelta de la esquina. Y corriendo y corriendo, sin pedir dinero a los bancos, alegrándonos y enfadándonos, hemos llegado, tres años después, a las puertas de Vistalegre 2. ¿De verdad han pasado ya tres años?
Es la primera vez en este tiempo que Podemos para el balón. Ahora toca aprender de los errores y celebrar los aciertos. No olvidarnos que no vinimos a hacerle la respiración asistida ni al PSOE ni al PP (para eso inventaron los del Ibex 35 a Ciudadanos). Tiempo igualmente de saber que a Podemos le faltan aún dos o tres millones de votos para gobernar España. Que las principales tareas que nos marcamos siguen intactas: impugnar las mentiras de los que dicen que no hay alternativas, seguir poniendo ideas en la agenda política para evitar que los zombies del PP y los asustados del PSOE propaguen la resignación en el pueblo que se levantó el 15M, y demostrar allí donde Podemos gobierna que lo hace mejor y en favor de las mayorías. La intervención parlamentaria de Pablo Iglesias frente a Dolores de Cospedal con el Yak-42 marca una buena senda: sociedad civil empujando -los familiares-, Podemos como el único partido de oposición y la voluntad de poner las instituciones al servicio de las necesidades de la gente.
El bipartidismo está intentando reinventarse. Después de lanzar las bombas, el avión hace una segunda pasada lanzando unas tiritas. Y una cruz patrocinada por el periodismo adulador que igual hace una necrológica afectada que la defensa cerrada de un parroquiano de la Transición o un mojo picón que por lo general no pica. La primera parada del intento de nueva restauración ha sido darle el gobierno al partido más corrupto de la historia de la democracia. PP, PSOE y Ciudadanos, en una suerte de ni pequeña ni gran coalición, sino de algo mediocre. El PSOE intentará recomponerse y si Podemos no marca las diferencias, la gente preferirá el original a cualquier copia. Vistalegre debe servir para convertir en verdad la voluntad de crear un partido- movimiento que devuelva la confianza en la política. No es sencillo y por eso es tan importante. No se trata de que unos nuevos políticos sustituyan a los viejos pensando que así van a cambiar las cosas. Ya hemos visto unas cuantas generaciones fracasando en ese intento. Una nueva hornada de políticos en las instituciones, si están desconectados de los mandatos populares acabarían más temprano que tarde creyendo que el puesto de trabajo político les pertenece. Terminarían repitiendo la burocratización que conocemos de los viejos partidos. En el 15M nació una voluntad de hacer las cosas de manera diferente. Podemos solo podrá representar esa vacuna contra los recortes, contra los Trump y la extrema derecha si no se deja engatusar por las moquetas y los sillones y si hace de las instituciones el lugar donde las necesidades del pueblo se convierten en derechos. Sin prisa pero sin pausa. Sin impostar la voz y sin apelar a ningún miedo. Despacio porque vamos lejos. Que tres años no es nada.