50 años no es nada

Let it be es un disco fabuloso, como todos los de Los Beatles. Pero a diferencia de los otros, a mí me aporta una doble emoción. De alegría y de tristeza. Porque para mí este álbum va indisolublemente unido a la amargura de su separación, ya que aunque no fue el ultimo que grabaron, sí fue el último que editaron, y con la banda ya acabada.

De hecho, ninguno de ellos ni siquiera fue a la mezcla, demostrando así su desinterés. Ya estaban embarcados de lleno en sus proyectos individuales. Por eso, cuando me llegó el disco, que me regaló mi papá en una edición alucinante de superlujo, fue una experiencia muy compleja de sensaciones.

Es complicado reproducir en estos tiempos lo que significaba la salida de cada disco de los Beatles. Desde que uno iba a la tienda a comprarlo o lo recibía regalado hasta luego ponerlo e ir descubriendo cada sonido, era algo cercano a lo místico. Uno iba literalmente descubriendo el mundo. Ellos te llevaban por territorios nunca habitados. Te mostraban la vida. Te desvirgaban el alma. Y el rito de la primera escucha era absolutamente religioso.

Y luego el maravilloso camino de ir descubriéndolo en cientos de escuchas, en la soledad de tu habitación o junto a tus amigos. Y si difícil es poder explicar eso hoy ya es casi imposible expresar el efecto que tuvo la separación. Fue como quedarse huérfano. Como si se hubiera muerto un hermano. Se convirtió en una verdadera tragedia personal...

Y aunque en mi caso pueda ser un ejemplo más que refleje mi apabullante precocidad, tenía 11 años cuando se separaron y están unidos a mi infancia, creo que esos sentimientos son compartidos por millones de personas más en el mundo; solo que no se pueden entender en este mundo de hoy.

John lo expresó mejor que nadie unos meses después en el ensueño de canción que es God: the dream is over.