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Esos argelinos muertos por España

El comandante Rabah Ousidhoum.

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Aici, Ameziane, Balek, Belaïdi, Mechenet, Ousidhoum, Safi, Sail, Zenad y otros son nombres cuyo eco resuena como un lapsus de memoria. ¿Quién conoce a esos héroes argelinos muertos por la España republicana? Eran más de 500 en las Brigadas Internacionales, esos voluntarios que combatieron el fascismo entre 1936 y 1939. ¿Quiénes eran esos olvidados de la historia? ¿Desde dónde partieron? ¿Cómo terminaron en el frente contra Franco? ¿Por qué participaron en la lucha antifascista? ¿De qué se nutría entonces esa conciencia colectiva mundial que movilizó a hombres en todos los continentes para luchar de manera voluntaria en Europa?

Un moro en la Sierra

Todas estas preguntas tienen sus respuestas en tres libros, dos voluminosos ensayos de historia y una novela. Si el historiador español Francisco Sánchez Ruano ofrece abundante información verificada y contrastada en su libro 'Islam y guerra civil española', editado en 2004 en Madrid, el reciente relato de un pied-noir de Argelia, Georges Gonzalez, 'L’Algérie dans les brigades internationales', publicado en París en 2016, lo completa centrándose más en las emblemáticas figuras que habían marcado esa guerra civil española. La novela de Rénia Aouadène, 'Un Maure dans la Sierra', es el tercer libro que nos transmite de nuevo esa época trágica que desveló la cara horrorosa del fascismo y la existencia de una conciencia universal nutrida de los valores positivos del humanismo. De los tres libros, el de la sensible escritora, marcada por el exilio y una infancia trágica, suscitó en nosotros aflicción y emoción.

Rénia Aouadène, poeta, novelista y dramaturga, hija de Aokas, criada entre los suburbios de Marsella y Andalucía, fue invitada por la asociación cultural Assaki a animar un café literario en Tichy (Bejaia) sobre su citado libro. Esta profesora de español en Marsella siguió las huellas de Rabah Ousidhoum, uno de esos héroes inefables que marcan la historia universal, en busca de la imagen de su padre, un pionero del nacionalismo argelino, asesinado por los suyos. Rabah, el dinámico y curioso joven kabileño, sobrevivía en la miseria indescriptible de los años 1930. Sufría la ausencia de un padre que se había marchado para encontrar alguna subsistencia aleatoria, pero, ayudado por su maestro, irá cavando en el polvo de la historia de su país. ¿Por qué esa parte del mundo tenía que estar siempre ocupada por los invasores? La novela reconstruye el itinerario de esa conciencia emergente de Rabah en la Kabilia y su elección consciente de luchar contra el fascismo en la guerra civil española. Es sobre todo su encuentro con Amalia, que quería morir con él en el combate, lo que Rénia Aouadène idealiza y alimenta con todas sus antiguas esperanzas de una infancia trágica...

De los tres libros, retenemos el contexto histórico de esa guerra civil que se saldó con miles de muertos, la participación de argelinos entre los actores de las brigadas internacionales llegados de 53 países y el mito del moro sanguinario, ese soldado marroquí enrolado por los fascistas de Franco, que todavía persiste y contamina el imaginario español.

Republicanos contra fascistas

En España, las elecciones de 1936 se soldaron con la victoria de la izquierda, unida en el Frente Popular. En el este, Mussolini y Hitler están en el poder en Italia y Alemania, y la URSS estaba encabezada por Stalin. España tenía un gobierno de derechas a la llegada de la Segunda República, en abril de 1931. Al sur, Marruecos estaba bajo protectorado español con una parte del ejército regular. La victoria del Frente Popular, en 1936, precipita la formación de un ejército fascista llamado Falange española, siguiendo el ejemplo de las Camisas Negras de Mussolini en Italia, un ejército formado por el grueso de las tropas estacionadas en Marruecos y por miles de Moros, marroquíes alistados por un sueldo mísero bajo el mando de Franco, destinado a destruir el nuevo orden republicano. Cuando Franco desembarcó procedente de Marruecos, un movimiento mundial de simpatía se formó en torno al frente republicano y desembocó en las Brigadas Internacionales constituidas por voluntarios venidos de distintas partes del mundo para apoyar a las tropas regulares de la Segunda República. Según Georges Gonzalez, se contaban 53 países de los que eran originarios los milicianos que combatían dentro de las Brigadas Internacionales. «Citados por orden de importancia numérica, en cuanto a las cifras inferiores a 1.000 voluntarios, Argelia ocupaba el 13º puesto sobre 41 países»

Dos campos opuestos resumían dos visiones irreconciliables del mundo: el primero defiende los intereses de las grandes potencias y los valores fascistas; el segundo representa las aspiraciones de las organizaciones sindicales y obreras, los socialistas, los comunistas y los anarquistas. La Unión Soviética apoyará a los republicanos mientras que la Alemania nazi y la Italia fascista apoyarán a las tropas de Franco. La Francia de Léon Blum respaldará con las palabras al frente republicano y el Reino Unido no se alineará con ninguno de los dos campos. Tanto Francia como Inglaterra consideraban que el conflicto era interno a España. Las tropas de Franco desembarcaron desde Marruecos con cerca de 70.000 soldados marroquíes llamados «Los Moros» y consiguieron la victoria después de tres años de una guerra atroz y de miles de muertos.

¿Quiénes eran esos argelinos internacionalistas?

«Estoy aquí porque soy voluntario y daré, si hace falta, la última gota de mi sangre para salvar la libertad de España y la libertad del mundo entero». Esa era la declaración firmada por cada voluntario que se unía a las brigadas internacionales y por la que expresaba una solidaridad sin precedentes, un internacionalismo con acentos poderosos.

Eran más de 500 voluntarios argelinos los que partieron para combatir en el marco de las brigadas internacionales y salvar la legalidad republicana contra el fascismo. Estos olvidados de la Historia se habían sumado a los españoles, ingleses, yugoslavos, americanos, franceses, soviéticos, polacos... Más de la mitad provenía de la comunidad argelina emigrante en Francia, especialmente de Toulouse, Marseille, Bordeaux, Lyon y París... Eran militantes sindicales, socialistas, comunistas, anarquistas. Una parte de los voluntarios ligados ideológicamente a la Internacional comunista procedían de Argelia todavía bajo la colonización francesa; esos eran en parte militantes del Partido del Pueblo Argelino (PPA), formación política independentista dirigida por Messali Hadj, pero también militantes comunistas argelinos de las mismas tendencias ideológicas que las Brigadas internacionales. Había también judíos argelinos e hijos de colonos del Partido Comunista Argelino. Los partidos políticos argelinos bajo la colonización francesa, principalmente el PPA, aportarán una ayuda material al Frente Popular, pero habían rechazado enviar a voluntarios. «El presidente de la República española, Manuel Azaña, mandará una carta de agradecimiento a Messali Hadj por una contribución material recibida del PPA», escribe Sánchez Ruano.

Una conciencia anticolonial

La mayoría de los voluntarios argelinos venían de organizaciones sindicales, de los partidos socialista y comunista o del movimiento anarquista, pero había otros casos de militantes del Partido del Pueblo Argelino (PPA) comprometidos con los republicanos como el de Mohand Aïci o de S. Zenad, que cita Sánchez Ruano, precisando que su decisión fue individual.

La conciencia colectiva mundial que movilizó a hombres de todos los continentes para luchar voluntariamente en Europa conllevaba un carácter particular para los norteafricanos bajo el yugo colonial francés.

Para los argelinos comprometidos en el frente ibérico, «la victoria del campo republicano impulsaría la emancipación de los pueblos magrebíes bajo la colonización francesa». Esa era la convicción política que animaba a esos combatientes a unirse a las filas de las Brigadas internacionales. Su posición internacionalista estaba impulsada por una firme determinación como lo expresaba claramente el argelino L. Balek, comandante de una compañía republicana. Dijo en un meeting: «El pueblo de mi país está tan oprimido como lo está hoy el pueblo español por el Gran Colono que lo está arruinando. Daré hasta la última gota de mi sangre por que los argelinos, los tunecinos y los marroquíes logren algún día sacudirse del yugo y recobrar la libertad».

Améziane Ben Améziane, militante anarquista, mecánico de profesión, luchaba a la orden del líder anarquista español Durruti. En un «Llamamiento a los trabajadores argelinos», Améziane, mencionado por Ruano, escribe: «Somos 12 de la CGT en el grupo internacional… ante la canalla fascista. ¡Milicianos sí, soldados jamás! Durruti no es ni general ni caïd, sino un miliciano digno de nuestra amistad».

Mohamed Belaïdi, artillero en un escuadrón de bombarderos dirigido por André Malraux, el escritor y político francés, dirá: «Cuando supe que había árabes que luchaban por Franco, dije a mi sección socialista que había que hacer algo, si no, ¿qué dirían los camaradas obreros de los árabes…?».

El mito devastador del Moro

El término Moro tiene raíces profundas en la Historia. Originariamente designa a los Moros expulsados por la reconquista española a partir de 1492. En el imaginario español «el Moro» es, hasta hoy en día, ese árabe que combatió al lado de las Falanges fascistas españolas dirigidas por Franco. Transmite esa imagen del sanguinario encargado de las sucias tareas, de la tortura y de los crímenes de sangre. Según Sánchez Ruano, los voluntarios de las Brigadas Internacionales lucharon junto a los republicanos españoles por las libertades que les negaban en su país: Marruecos, Argelia, Túnez, Siria. Las organizaciones republicanas y muchos partidos y hombres políticos republicanos cayeron en el amalgama y ponen en el mismo plano a los árabes que combatieron en las filas franquistas... Franco disponía de tropas españolas rebeldes y soldados de carrera marroquíes contratados, los «moros», cuyo número irá en aumento a medida que se extendía la guerra para alcanzar 70.000 o más. La miseria reinaba en Marruecos y su reclutamiento se había facilitado mucho por esa necesidad básica de pan.  

Frente a Franco, 35.000 voluntarios que contaban con el respaldo de decenas de miles de comités de apoyo nacionales y locales, vuelan al rescate de la legalidad democrática. El historiador Sánchez Ruano nos informa, mediante su minuciosa investigación, que «más de 1.000 voluntarios de las Brigadas internacionales del campo republicano venían de países árabes. El mayor contingente de esos combatientes árabes que habían venido para defender la República española estaba constituido por 500 argelinos». 

La imagen dominante del Moro es, pues, la del culpable de todo tipo de atrocidades : robos, violaciones, asesinatos...

Algunos intelectuales, sobre todo novelistas, han matizado y corregido dicha deriva histórica. ¿Los habrán escuchado? Los tres libros que citamos tratan de desmontar este mito tenaz que sólo consigue una visión reductora de la historia. Los tres desvelan la otra imagen del Moro, ese hombre que participó al lado de los republicanos en defensa de la Segunda República española en un compromiso consciente con las Brigadas Internacionales. Ese Moro se dejó a menudo la piel como Rabah Ousidhoum, cuya historia conmovedora está contada por Rénia Aouadène, ese Rabah que «se ha distinguido por su valentía en numerosas batallas, especialmente la de Lopera cerca de Córdoba, y sobre todo la de Segovia al oeste de Madrid donde estaba al mando del 12º batallón». Gonzalez escribe que lo llamaban «Ralph Fox» en honor al escritor inglés fallecido en Lopera. Ousidhoum explicaba así su presencia en las Brigadas internacionales: «Porque todos los periódicos hablan de los «moros» que luchan con los rebeldes de Franco. He venido para demostrar que todos los árabes no son fascistas.»

Ousidhoum murió con la ametralladora en la mano en marzo de 1938 en su última batalla, en el llano de Miraflores (cerca de Zaragoza).

Borrados de la memoria argelina

Exceptuando la literatura (algunos libros), ni el teatro, ni el cine participaron en la revelación de esos héroes norteafricanos, menos aún en la salvaguardia y la transmisión de esta parte de la memoria nacional habitada por unos argelinos cuyo combate ha ayudado a forjar la conciencia anticolonial. 

El cine, este arte potente, no ha contribuido en la destrucción del mito del Moro, negador del compromiso de todos esos hombres muertos por España y por un mundo conforme a sus ideas de justicia y de paz.       

Sanchez Ruano ilustra este olvido escribiendo que en la historia del cine y en las películas dedicadas a la guerra civil española, sólo se verá una imagen, en la película dirigida por A. Malraux y proyectada en París en 1937, la del «ataúd del miliciano argelino cubierto con una bandera estampada con la media luna musulmana, una ametralladora colocada sobre el ataúd». Se trata de M. Belaïdi que pierde la vida en enero de 1937, en el cielo de Teruel, al norte de España. Su avión fue abatido por siete aviones de caza alemanes.

Mohamed Belaidi, Sail Mohamed, Rabah Ousidhoum, Mechenet Said Ben Amar, Aici Mohand, Zenad Saïd, Lakir Balek, Ameziane Ben Ameziane… y centenares de otros desconocidos como Safi al que se refiere Rémi Skoutelski en L’espoir guidait leurs pas (un texto adaptado de una tesis defendida en la Universidad de Paris I, en 1996) narrando los trámites que había realizado en el seno de las Brigadas Internacionales para constituir un batallón de norteafricanos.

Sus compañeros y sus líderes desaparecieron llevando en los ojos la imagen de esos héroes que lucharon contra la vergüenza de sus hermanos moros, de su valentía y su compromiso contra la opresión así como la imagen de una idea humana de libertad.

Un documental estaría en curso de preparación al otro lado del Mediterráneo sobre «Esos argelinos que hicieron la guerra de España», basado en unas investigaciones de Andreu Rosés y una dirección de Marc Almodovar. Un equipo de rodaje se alojó en la wilaya de Bejaïa en busca de descendientes de esos héroes olvidados.

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