Nadie esperaba que en el referéndum sobre el Brexit ganara la opción de la salida de la UE. Esto es así. Ni los partidarios de quedarse, ni los partidarios de irse tenían un plan porque nadie lo veía probable. Por eso la gestión del resultado se ha hecho a trompicones y se tardó nueve meses en activar el artículo 50. El partido conservador necesitaba un plan para gestionar una situación que no entraba en sus planes y la tuvo que buscar de la mano de su nuevo líder, la teóricamente partidaria de quedarse en la UE, Theresa May.
Empujada por el estado de shock del referéndum y por la sensación de que la inmigración era un tema que el partido debía atajar de forma inmediata para desactivar las causas de la salida, May optó por un giro hacía el populismo y las posiciones defendidas en el UKIP. Un giro que se visualizó de forma muy clara en la conferencia de octubre del partido conservador. Propuestas duras contra la inmigración y una frase: “no deal is better than a bad deal”, que venía a señalar que el partido conservador había abandonado por siempre la posición pragmática que había defendido respecto a la UE y estaba dispuesto a perder el acceso al mercado único europeo. La situación había cambiado, el euroescepticismo parecía haber ganado no solo el referéndum, también la batalla moral, y los votantes que habían votado 'remain' en junio parecían dispuestos a aceptar cualquier escenario futuro. Laboristas y Liberales Demócratas, sumidos en importantes crisis de liderazgo y proyecto, parecían incapaces de re-articular una alternativa así que el debate se fue moviendo hacía la aceptación de un hard-Brexit que quizá iba a ser doloroso, pero que había escogido el pueblo británico.
Sin embargo, la victoria del Brexit, a pesar de ser clara, no había sido unánime. Y, más importante, no se había sido dado en ningún caso bajo la perspectiva de una salida hard. La campaña por la salida siempre había mantenido que el país se podría quedar en el mercado único. Así que cuando May convocó elecciones, a pesar de las encuestas y de la sensación de que la deriva del país era clara, una idea se cruzó por la mente de muchos analistas: Richmond Park. Richmond Park es una circunscripción del este de Londres que en 2015 había ganado el candidato conservador y euroescéptico, Zac Goldsmith, luego candidato a la alcaldía de Londres.
En otoño, Goldsmith había decidido dimitir de su escaño por desacuerdos con May por la gestión del aeropuerto de Heathrow teniendo que convocar unas by-elections (en el Reino Unido, si un candidato decide cambiar de partido debe convocar unas elecciones para que lo vuelvan a escoger). Un movimiento que parecía inocuo hasta que el partido laborista señalizó, de forma más o menos implícita, la posibilidad de votar al candidato liberal demócrata, que había quedado segundo en la circunscripción en 2015, para poder echar al candidato euroescéptico de una circunscripción que claramente apostó por el Remain en 2016. La estrategia generó un enorme cambio electoral que convirtió a Sara Olney en la vencedora de las elecciones del 1 de diciembre.
Richmond Park era una anécdota, al fin y al cabo, las by-elections acostumbran a ser elecciones con muy poca participación, un hecho que facilita resultados sorprendentes. Además, no había tantas circunscripciones con mayorías partidarias de quedarse en la UE y candidatos euroescépticos. Sin embargo, Richmond Park ponía sobre la mesa un hecho importante, el europeísmo no había desaparecido de todo del mapa, estaba claramente desmovilizado y frustrado, pero era capaz de articularse en períodos relativamente cortos de tiempo. Un hecho importante si se tenía en cuenta que a pesar de que el Brexit sí era mayoritario, la salida dura de la UE no lo era (según las encuestas hasta el 66% creía que la prioridad de las negociaciones debía ser la permanencia en el mercado común).
En ese contexto empezó la campaña de las elecciones anticipadas. Con una Theresa May pidiendo una mayoría amplia para poder negociar con fuerza en Bruselas un proyecto que no gozaba de mayoría clara; con un debilitado partido Liberal Demócrata proponiendo un segundo referéndum, poco popular sobre la mesa; y con un cuestionado Jeremy Corbyn apostando por dar la batalla en el tema social y apostando por un posición muy escéptica en el Brexit: aceptar el resultado del referéndum y limitarse a cuestionar la idea de que el no deal fuera una buena idea, sin renunciar, por esto, a controlar la inmigración después del Brexit.
Una apuesta, la de este último, arriesgada, pero que parece haber dado sus frutos. El partido no sólo parece haber conseguido mantener cohesionada y re-movilizada a la base de su partido, además ha podido movilizar, esta vez sí, a los votantes jóvenes y entrar en las circunscripciones dónde el europeísmo había sido más fuerte.
Cosechando unos resultados históricos y arrebatándole al partido conservador hasta 28 escaños (por sólo 6 que han seguido la lógica contraria) que han hecho que May no sólo no consiguiera su tan ansiada 'súper mayoría', también que haya perdido la mayoría absoluta. Y con ello, poniendo fin a la estrategia de negociación que tenía una primera ministra que ahora va a necesitar, al menos, el apoyo de los irlandeses del norte para poder aprobar sus acuerdos con la UE.
En resumen, casi un año después, el Reino Unido sigue sin tener una estrategia de negociación clara. El dilema entre el acceso al mercado único europeo y el control de la inmigración sigue sin resolución fácil y los equilibrios cada vez parecen más frágiles. Sin mercado único, parece claro que la salida de la UE pierde apoyos, pero el principal motor para la salida de la UE fue el control de la inmigración, y cualquier acuerdo con la UE que permita la libre circulación generará grandes bolsas de frustración entre los votantes Brexit. Nadie esperaba que ganará el Brexit, y nadie parece tener muy claro cómo se gestiona.