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Carisma mediático: la metamorfosis de Pedro Sánchez

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

Luis García Tojar

Profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid —

En El Señor de los anillos, Gandalf el Gris muere combatiendo a la criatura Balrog en las minas de Moria y es devuelto a la vida bajo la forma de Gandalf el Blanco, un mago de orden superior que regresa para liderar la lucha contra Sauron: “Derribé a mi enemigo y él cayó desde lo alto, golpeando y destruyendo el flanco de la montaña. Luego me envolvieron las tinieblas, y me extravié fuera del pensamiento y del tiempo, y erré muy lejos por sendas de las que nada diré. Desnudo fui enviado de vuelta, durante un tiempo, hasta que llevara a cabo mi trabajo”.

El pasado 30 de octubre, Pedro Sánchez acudió al programa Salvados para contar su versión del golpe palaciego que le había costado la Secretaría general del PSOE. Con rostro demacrado y mirada baja reveló que había aceptado presiones por parte de directivos de empresas y medios de comunicación, concretamente de Telefónica y el diario El País, para evitar un pacto con Podemos y facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Fue un extraordinario “striptease psíquico”, según la certera expresión de Richard Sennett, que provocó una ola de simpatía hacia el depuesto líder. Siete meses después, Sánchez ha reconquistado el poder del partido con una victoria rotunda en las primarias.

Creo que hay cierta conexión causal entre ambos hechos, y que el Pedro Sánchez que dimitió tras el comité federal de octubre no es el mismo que el actual. Para entender cómo ha tenido lugar esta alquimia, o por lo menos dónde, recurriré al concepto de carisma elaborado por Max Weber.

“Debe entenderse por carisma la cualidad, que pasa por extraordinaria, de una personalidad por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales, sobrehumanas o por lo menos específicamente extracotidianas, y en consecuencia como jefe, caudillo, guía o líder”, escribió el gran sociólogo alemán en 1920. Su definición enfatiza que la clave del carisma no está en las cualidades personales de quien lo encarna, sino en la percepción de quien lo atribuye.

A continuación Weber explica que, en la historia, esta fuente de autoridad se mezcla con las otras dos (tradición y legalidad) creando formas híbridas a las que llama “rutinizaciones”. Por ejemplo, el vínculo carismático pasa de los jefes tenidos por seres extraordinarios a los puestos políticos que ocupan, de modo que los sucesores reciben también una porción del mismo.

La socióloga Ann Ruth Willner, en la obra que mejor ha continuado este legado teórico, sostiene que en la era moderna el carisma de un líder político se rutiniza –o se fabrica– a través de diversos “catalizadores” discursivos: un relato que asocie su figura con el repertorio mitológico compartido por el pueblo, una escenografía que lo represente realizando proezas aparentemente heroicas, así como en posesión de supuestas cualidades extraordinarias, y una retórica de movilización dirigida a amplias capas de población.

En las sociedades actuales, donde la mediación narrativa entre gobernantes y gobernados se hace a través de la televisión y las redes sociales, aparece una nueva forma histórica de rutinización que propongo llamar “carisma mediático”. Para los medios se escriben mitemas sobre el nuevo líder (la dimisión de Sánchez fue comparada con las de Felipe González en 1979 y Adolfo Suárez en 1981); para los medios se monta el escenario donde el líder aparenta realizar proezas (vencer al poderoso aparato del partido) y proyectar cualidades superiores a las del hombre común (la entrevista con Jordi Évole le sirvió a Sánchez para presentarse desnudo, como digna víctima de la injusticia); y para los medios el líder habla un lenguaje simple, escaso en argumentaciones articuladas y dirigido a las tripas de un espectador poco informado e interesado (“no es no”).

Hasta el momento, la trayectoria de Pedro Sánchez no le avala como gestor, hombre de partido o intelectual de peso. Su virtud radica más bien en la capacidad de producir empatía a través de la televisión, como hizo en el programa de Évole. En 1956, los sociólogos Donald Horton y Richard Wohl acuñaron el término “interacción parasocial” para referirse a un tipo de relación a distancia, mantenida a través de los medios de comunicación, que los receptores consumen como personal generando fuertes vínculos emotivos hacia las estrellas de la radio y la televisión. Es el origen del público fan. Para que se produzca, además de aparecer regularmente en los medios, la celebrity debe revelar en escena un lado íntimo de su personalidad (real o impostado), con el que los espectadores se puedan identificar, y mantener siempre el mismo personaje contra viento y marea (pues cualquier cambio será interpretado por sus seguidores como traición), de modo que la identificación sea automática.

En la era de internet, y en las sociedades desafiliadas de nuestro tiempo, un líder político capaz de hacer sentir cuenta con un gran potencial carismático. En España, las celebridades parlamentarias más eficaces tuitean los libros que leen, la música que escuchan y sobre todo los sentimientos que les provocan los asuntos de actualidad o las trivialidades del día. Todo con el objetivo de mantener un personaje con el que el público se pueda identificar. Esto es lo que ha hecho Pedro Sánchez y por eso ha acumulado –contra la voluntad de la mayoría de los poderes catódicos, atención, cuya manifiesta hostilidad le ha beneficiado– el capital de carisma mediático que le ha permitido reconquistar el PSOE.

Por otro lado, las elecciones primarias clausuran la política basada en los partidos e inauguran una política centrada en los líderes. Anuncian también la llegada de lo que el politólogo Bernard Manin ha denominado “democracia de audiencias” y que consiste, básicamente, en el ascenso de una nueva élite: la de los especialistas en telegenia.

En definitiva, un golpe de suerte televisivo y la eficaz explotación del carisma mediático han convertido al derrotado Pedro el Gris en el renacido Pedro el Blanco. Un desconocido concejal municipal, que ganó unas primarias porque era guapo y no amenazaba a ninguna de las familias del partido, pisa ahora la escena como un líder capaz de alterar el equilibrio político español. La inestimable ayuda de sus enemigos fuera y dentro del PSOE, que le insultaron (“insensato sin escrúpulos”, le dijo El País) y martirizaron durante horas en un auto de fe retransmitido por televisión, añadió la sombra del Balrog que ha permitido al nuevo héroe dimitir por nosotros y regresar de las tinieblas con una promesa de salvación que sus seguidores quieren creer.

Bienvenido de nuevo a la Comunidad del Anillo.

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