Dar la mano a un ser querido en su último momento
De acuerdo a la Ley de Prevención de riesgos laborales en España, para una adecuada actuación preventiva, el trabajador tiene derecho a:
“Ser informado directamente de los riesgos para su salud y seguridad y de las medidas preventivas adoptadas, incluidas las previstas para hacer frente a situaciones de emergencia, así como a disponer de las medidas de protección específicas cuando por sus propias características personales o estado biológico conocido o incapacidad física, psíquica o sensorial, sean especialmente sensibles a determinados riesgos derivados del trabajo”.
“Ser consultados y participar en todas las cuestiones que afecten a la seguridad y a la salud en el trabajo. Los trabajadores tendrán derecho a efectuar propuestas al empresario y a los órganos de participación y representación (delegados de prevención, comité de seguridad y salud), a través de quienes se ejerce su derecho a participar”.
De hecho, los trabajadores tienen derecho a interrumpir su actividad y si fuera necesario abandonar el lugar de trabajo, cuando consideren que dicha actividad entraña un riesgo grave e inminente para su vida o su salud. Sin embargo, el personal sanitario y no sanitario de los centros asistenciales permaneció en sus puestos de trabajo, incluso en una situación de déficit de material de protección y con un riesgo evidente para su salud. Un riesgo que se ha traducido en tasas de contagio en el personal de hasta el 37%, como en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias (HUPA) de Alcalá de Henares. Mientras el número de enfermos crecía, el personal y el espacio disponible para atender a estos pacientes era cada vez menor.
¿Cómo garantizar la seguridad en el trabajo en una situación de falta de personal y espacios y escasez generalizada de material de protección? ¿Cuál es el valor añadido de una organización como Médicos Sin Fronteras (MSF) en un contexto de pandemia, donde las necesidades son las mismas en todas partes y hay una competición por los recursos humanos y materiales, justo lo que MSF no puede garantizar en este caso?
Cuando propusimos las extensiones extra hospitalarias en pabellones deportivos, lo hicimos con tres objetivos. El primero era descargar las unidades de emergencias y hospitalización y dotar de un espacio digno a los pacientes moderados. El segundo era aliviar en cierta medida la falta de personal, mediante el aislamiento por cohorte en espacios diáfanos, donde los pacientes, todos confirmados para COVID-19, podían ser observados en todo momento de forma directa por un equipo más reducido, garantizando la provisión de cuidados y la detección de complicaciones subsidiarias de traslado urgente. Y por último, y no por ello menos importante, establecer un circuito y unos protocolos de prevención y control de infección que permitieran al personal trabajar de forma segura. Y todo esto, teniendo en cuenta que no podíamos ofrecer ni más personal, ni más material de protección.
El Pabellón Rector Gala fue cedido por la Universidad de Alcalá para convertirse en un espacio medicalizado. La disposición de dos pabellones conectados, junto con su cercanía al hospital, hacían este espacio perfecto para establecer un circuito “todo o nada” (sin zonas mixtas, es decir solo zonas con uso de equipo de protección individual o zonas sin su uso), similar al que utilizamos en los centros de tratamiento de ébola. Además, su estructura interna, con abundante luz natural, anchos pasillos, salas independientes y parte de las paredes en cristal permitieron la creación de un espacio amable tanto para los pacientes, como para sus familiares, a los que se les facilitó las visitas en casos excepcionales. Para el personal, que venía del HUPA, la adaptación no fue fácil al principio.
Un sistema estricto “todo o nada”
Toda la zona del pabellón era zona donde había que trabajar con el equipo de protección individual (EPI) completo. Nadie entraba sin EPI, pero sobre todo y más importante, nadie salía con ninguna pieza del EPI. Con un índice de contagio de personal tan elevado en el hospital, y con la continua escasez de EPI, establecer una relación de disciplina y confianza a partes iguales fue lo más difícil. Fue mucho más sencillo con el personal que se incorporaba directamente al pabellón sin pasar por el hospital, porque sorprendentemente, un circuito más estricto, y a priori más difícil de seguir, resultó ser más cómodo para los trabajadores.
En las últimas semanas de nuestra actividad en el Pabellón Rector Gala, tuve la oportunidad de hablar con el equipo. De lo que me transmitieron me quedé con dos cosas esenciales. La primera era que, a pesar del cansancio y del miedo que muchos habían pasado, estaban dispuestos a seguir trabajando en COVID-19, pero preferían hacerlo en el pabellón y no en el hospital. En el hospital aún había gente que no respetaba esta disciplina de todo o nada, tanto en la utilización de EPI, como en los circuitos. Un sistema como el del pabellón no dejaba margen a saltarse las normas y pasar desapercibido. Pero en el hospital, con todas las unidades no COVID-19 y todos los servicios transversales compartidos, era mucho más difícil establecer circuitos estrictos.
La segunda, y quizá la más importante, es que esa disciplina y ese respeto a los protocolos no dependía solo del espacio físico, sino de que había una persona dedicada a formar, supervisar y organizar el sistema en todo momento. Esa persona era Isabel, la supervisora de Enfermería del Pabellón Rector Gala. Una valiente que se ofreció voluntaria para trabajar en el pabellón, cuando se enteró de que MSF iba a ponerlo en marcha. Isabel es socia nuestra hace muchos años, y nunca pensó que acabaría trabajando con nosotros en su propio hospital. Ella estuvo cada día, al lado de cada persona que empezaba a trabajar en el pabellón, incluyendo personal sanitario y no sanitario, como el de limpieza, tan importante y a menudo tan olvidado. Ella se convirtió en la garantía de continuidad de un sistema basado en nuestra experiencia en otras epidemias, cuando nuestro equipo tuvo que dedicarse a otra población olvidada: las personas mayores de las residencias. Un sistema, estricto, pero simple; incomodo al principio, pero mucho más fácil de interiorizar. Un sistema, en definitiva, que contuvo la infección entre el personal, y les dio seguridad.
Pero sobre todo, Isabel consiguió una cosa que no tiene que ver con los circuitos, pero sí con la sensación de seguridad en el trabajo y con lo más profundo de la acción humanitaria. Consiguió que un sistema que se basa en la distancia física y el material de protección para el personal, contribuyera a seguir poniendo en el centro a los pacientes y sus familias. Humanizar los cuidados, tanto físicos como emocionales, y acompañar a los enfermos en ese camino tan duro, tan cargado de miedo, soledad e incertidumbre. Y acompañarlos en todo momento, hasta su recuperación o, en algunos casos, hasta su muerte. No pudimos salvar a todos, pero todas las personas que fallecieron en el Pabellón Gala pudieron recibir una visita de sus familias, de forma segura. Y ese gesto tan simple, poder dar la mano a un ser querido en su último momento, decir adiós, eso, que no salva vidas, es tan importante como el mejor de los circuitos o el EPI más seguro.
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