Descifrando a Feijóo

Senador y exportavoz parlamentario del PSdeG —

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El futuro presidente del PP posee una larga trayectoria política. Fundamentalmente en Galicia. Ello le ha permitido generar una imagen para la opinión pública española que no siempre se compadece con su actuación fáctica. Esta tensión entre imagen y realidad comenzará a desvanecerse en cuanto aterrice en Madrid. Para prepararse, dejo aquí algunas observaciones y predicciones.

Feijóo carece de una ideología conservadora definida. Ha declarado haber votado al primer Felipe González, pero también ha asumido postulados de la derecha más agresiva en su corta etapa de oposición en Galicia. Dentro de ese extenso abanico de posiciones, siempre ha sido un político que rechaza la aventura, sin dejarse encerrar por ninguna de las escuelas ideológicas que conviven dentro de la derecha española: ni liberal al estilo castizo de Esperanza Aguirre, ni nacionalista al modo de Abascal, ni reaccionario como Mayor Oreja. Más al estilo indefinido o difuso propio de Rajoy. Por tanto, buscará en cada punto conflictivo de la agenda un enfoque que le permita erosionar al Gobierno, aunque comparta el fondo del asunto, si considera que tiene que hacerlo; o un pequeño muro argumentativo en el que parapetarse aunque no sea relevante o sea inconsistente con otras posiciones. Lo que le tornará más escurridizo que Casado.

En consecuencia, será pragmático y oportunista. Elegirá con gran libertad aquella fórmula que considere le dará más réditos electorales. Y no dudará en revisarla si hace falta para maximizar sus resultados sociales o consolidar alianzas internas. Una flexibilidad que lo llevará a comportarse de forma abierta y moderna en las cuestiones morales o de derechos individuales (denunciando lo que considere excesos en la defensa del feminismo o de las libertades públicas), a ser autonomista en la cuestión territorial (aunque duramente opuesto al independentismo), a mostrarse partidario de rebajar siempre los impuestos (pero difícilmente le veremos en contra de las medidas de carácter social): más cuidadoso en la formulación de sus propuestas, multiforme y esquivo.

Feijóo le concede enorme importancia a las estrategias de comunicación. Entiende, con razón, que lo son casi todo. Está acostumbrado a generar noticias desde el abrumador poder mediático de la Presidencia de la Xunta, con un equipo numeroso y enorme influencia. Lo que en Galicia generaba una niebla permanente que difuminaba el perfil de las políticas aplicadas, aunque fuesen contradictorias o menos ambiciosas que las proclamadas. Ahora en la oposición no tendrá la misma capacidad de decidir la agenda o de imponer mensajes. Pero cabe esperar una visión coordinada de la comunicación y un intento de condicionar la agenda. Aunque el entorno periodístico sea más plural y complicado de gestionar.

Pese a su perfil moderado, la provocación, la mentira o las fake news no le arredran. Fue, brevemente, líder de la oposición en Galicia entre mediados de 2006 y principios de 2009 y no titubeó en lanzar a sus diputados a ataques personales, a alimentar bulos (el lujo de Touriño, la nevera del coche de Quintana, etc.), a amplificar y distorsionar decisiones corrientes (la sustitución del coche del Presidente de la Xunta), a agitar campañas de miedo (“los comunistas” se van a quedar con las tierras agrarias), o a utilizar la división social (alentando posiciones extremas que advertían de la imposición de la lengua gallega...)... Es probable que la campaña del 2005 en Galicia pueda ahora repetirse, de forma corregida y aumentada, usando los medios formales y las redes sociales.

Seguirá un plan. A diferencia de la errática singladura de Casado, con Feijóo va a existir una línea de acción planificada, a partir del análisis de la situación y de los estudios demoscópicos. En Galicia (2006-2009) buscó fomentar el abstencionismo de dos sectores complementarios de la izquierda: los más sensibles al mensaje populista contra el lujo y la riqueza y los electores centristas que no asimilaban bien la presencia del BNG en el gobierno gallego; y usó la fuerte presencia sobre el terreno del PP -complementada con una campaña final de Rajoy muy efectiva- para llevar a las urnas a los votantes conservadores. Ahora la coyuntura es más compleja, por la presencia de Vox y la heterogeneidad de España. Sin duda va a explotar a fondo las diferencias que puedan existir en el Gobierno de coalición, así como el efecto del apoyo de nacionalistas periféricos sobre un electorado “centralista”. Denuncia del radicalismo y del independentismo como leitmotiv de su oposición, siempre combinados con mano tendida y moderación en otros ámbitos.

Feijóo es un hombre de poder. No solo porque ha estado en posiciones de gobierno casi toda su carrera política. También porque se ve a sí mismo como un gestor, que persigue la eficiencia y que puede, con mente abierta, encontrar buenas ideas en otras fuerzas políticas. Con una gran ambición, que sus cuatro mayorías absolutas no pueden más que alentar. Sabe que por edad y por la aceleración de la vida política española tiene una única oportunidad segura (y en todo caso otra improbable). Pondrá toda la carne en el asador para lograr una victoria. Y lo hará buscando aliarse con aquellos que Casado despreció en el pasado (como la patronal) y procurando no incomodar a aliados posibles en el futuro (como el PNV). Y va a reconocer también las posiciones de poder internas del PP. Sabe, además, que solo si el PP es reconocido como una opción viable de gobierno puede aspirar al voto útil de la derecha que puede hacerle tanto daño a Vox. 

Como hombre de poder va a apoyarse en los presidentes autonómicos del PP. Deberá consolidar su posición interna para llegar en buenas condiciones a la cita electoral de 2023. Y, a diferencia de Casado, buscará el acomodo con los presidentes autonómicos. Su batalla no será por el control a largo plazo de su partido. Al contrario, dejará hacer en cada uno de los territorios, apoyará a fondo a cada uno de ellos para su reelección, y, a cambio, pedirá su colaboración para que, con manos libres, pueda ganarle a Pedro Sánchez. 

Intentará soslayar la delicada cuestión Ayuso (que es doble: qué hacer con su presunta corrupción, cómo limitar sus ambiciones), combinando la defensa de su honorabilidad con la aceptación de la actuación de la fiscalía -limitando de paso su potencial desafío-.

Combinará una posición pactista en aquellas cuestiones que quiera sacar de la agenda, con una explotación feroz de las debilidades del adversario. Así, ofrecerá algunos acuerdos, en aquellas cuestiones que entienda no son rentables electoralmente y cultivará una imagen de moderación, de centralidad y de responsabilidad. Aunque la negociación pueda ser ardua. Al mismo tiempo, procurará morder (y con determinación) en ámbitos como los que antes indicamos (impuestos y situación económica, cesiones al independentismo, quizás aspectos populistas relativos al uso de fondos y recursos públicos, etc.) para mantener el tono elevado de movilización en la derecha y competir con Vox. Será un combinación de mano tendida y pose de estadista con puño de hierro para explotar las debilidades. 

Combatirá a Vox con dureza en el plano del discurso, aceptando firmar pactos con la extrema derecha para mantener cuotas de poder. El auge reciente de Vox ha sido facilitado por la aquiescencia acrítica y el seguidismo de la dirigencia popular, que ahora no se producirá. Pero tiene que enfrentar, al mismo tiempo, la gobernabilidad en instituciones autonómicas y municipales, ahora y después de las próximas convocatorias (Andalucía, primavera de 2023): en esos casos autorizará los gobiernos de coalición con Vox, si son necesarios, poniendo el acento en el contenido del programa de gobierno. En Galicia ha defendido el criterio de la lista más votada para, a continuación, descartarlo en la ciudad de Ourense, por ejemplo, donde ha apoyado una lista independiente (siendo el partido socialista el más votado) para facilitar la permanencia de su candidato en la presidencia de la Diputación.